Ken Wilber

Antología


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solución, repitámoslo, no consiste en desembarazarse de toda jerarquía o de toda holoarquía, lo cual es imposible. El mismo intento de desembarazarse de toda categorización es una forma de categorizar, y la negación de la jerarquía está basada, lo queramos o no, en algún tipo de jerarquía. El universo está compuesto de holones, y los holones existen holoárquicamente y, en consecuencia, no es posible escapar a esta jerarquía anidada. Nuestro intento, por el contrario, se centra en diferenciar entre las holoarquías normales y las holoarquías patológicas o de dominio.

      No hay modo alguno de escapar de los holones. Toda pauta evolutiva y de desarrollo procede a través de un proceso de holoarquización, a través de un proceso de órdenes de totalidad e inclusión creciente, una forma de categorizar en función de la capacidad holística. Éste es el motivo por el cual el principio básico del holismo es la holoarquía: las dimensiones superiores o más profundas proporcionan un principio, un «aglutinante», una pauta, que une y vincula partes que, de otro modo, estarían separadas, en conflicto y aisladas, en una unidad coherente, en un espacio en el que las partes separadas participan de una totalidad común y escapan, de ese modo, al destino de ser una mera parte, un mero fragmento.

      Así pues, el hecho de establecer relaciones es realmente importante, pero hay que tener en cuenta que sólo es posible dentro de un ordenamiento y una holoarquía en un entorno holoárquico que posibilite la unión y la relación. De otro modo, no habría totalidades sino meros conglomerados.

      Y cuando un determinado holón quiere convertirse en totalidad y dejar de ser parte, esa holoarquía natural o normal termina degenerando en una holoarquía patológica, en una holoarquía de dominio, otra manera de hablar de la enfermedad, de la patología y de la insania (ya sea física, emocional, social, cultural o espiritual). Hay que decir, en este sentido, que si nosotros «atacamos» las jerarquías patológicas no es para desembarazarnos de toda jerarquía, sino para permitir la emergencia de las jerarquías normales o naturales y posibilitar, así, el proceso de crecimiento y desarrollo.

      Breve historia de todas las cosas, 51-54

      LA FALACIA PRE/TRANS

      Cada vez estoy más convencido de que la diferencia existente entre los estados de conciencia prerracionales (o prepersonales) y los transracionales (o transpersonales) –lo que denominé falacia pre/trans– es fundamental para comprender la naturaleza de los estados superiores (o más profundos), los estados de conciencia auténticamente espirituales.

      La esencia del problema pre/trans puede formularse de un modo muy sencillo diciendo que, puesto que los estados prerracionales y los transracionales son, cada uno a su manera, no racionales, el ojo inexperto los confunde y los considera idénticos. Y una vez que pre y trans han sido confundidos, ocurre una de las dos falacias descritas a continuación.

      En el primero de los casos, los estados superiores y transracionales se ven reducidos a estados inferiores o prerracionales. De este modo, las experiencias realmente místicas o contemplativas son interpretadas como una regresión o una vuelta hacia estadios infantiles de narcisismo, fusión oceánica, indisociación o incluso autismo primitivo. Éste es precisamente el camino seguido por Freud en El porvenir de una ilusión.

      Esta visión reduccionista considera a la racionalidad como el gran punto omega hacia el que se dirige el desarrollo individual y colectivo, el punto final en el que, finalmente, se consuma el proceso evolutivo. Desde esta perspectiva, no existe ningún contexto superior, más amplio ni más profundo, y la vida sólo se puede vivir de forma racional o neurótica (la noción freudiana de neurosis –sólo en parte verdadera y bastante limitada, dicho sea de paso– se refiere básicamente a cualquier desviación de la percepción racional). Como no se cree en la existencia de ningún otro contexto, la presencia de cualquier evento genuinamente transracional es considerado como una regresión a las estructuras preoperacionales (ya que son las únicas estructuras de que se dispone en el nivel racional capaces de ofrecer una hipótesis explicativa). Es así como lo supraconsciente se ve reducido a lo inconsciente, lo transpersonal se colapsa en lo prepersonal, y la emergencia de lo superior es interpretada como una irrupción de lo inferior, con lo cual todos suspiran aliviados puesto que no se pone en cuestión el «espacio del mundo» propio de lo racional (por «la marea negra del cieno ocultista» como Freud, tan pintorescamente, explicaba a Jung).

      Si, en el caso contrario, uno siente simpatía por los estados superiores y místicos pero sigue sin distinguir entre lo pre y lo trans, acabará elevando todos los estados prerracionales a algún tipo de gloria transracional (en cuyo caso el narcisismo infantil primario, por ejemplo, es considerado como un sueño inconsciente dentro de la unio mystica). Éste es el camino seguido por Jung y sus seguidores que tan a menudo interpretan como profundamente transpersonal y espiritual a los estadios de indisociación o indiferenciación carentes de toda integración.

      Esta postura elevacionista considera a la unión transpersonal y transracional como el punto omega final hacia el que se dirige toda la evolución. Y como la racionalidad egoica tiende a negar este estado superior, entonces es descrita como el punto ínfimo de las posibilidades humanas, como una degradación, como el origen del pecado, la separación y la alineación. Y, cuando se contempla a la racionalidad como el punto antiomega, por así decirlo, como el gran Anticristo, cualquier irracionalidad se ve glorificada indiscriminadamente como un camino directo hacia lo divino y, en consecuencia, los estados más prerracionales, infantiles y regresivos se ven promocionados de inmediato; cualquier cosa, a fin de cuentas, para librarse de la desagradable y escéptica racionalidad. Cuando Tertuliano dice: «Creo porque es absurdo», está pronunciando en voz alta el eslógan elevacionista por excelencia (que, dicho sea de paso, subyace a todo tipo de romanticismo).

      Freud fue reduccionista, y Jung elevacionista: las dos caras de la falacia pre/trans. Ambos tienen razón y están equivocados al cincuenta por ciento. Buena parte de la neurosis es, efectivamente, una fijación/regresión a los estadios prerracionales, estadios que no deben ser glorificados. Por otro lado, los estadios místicos existen en realidad, más allá (no por debajo) de la racionalidad, y no deben ser reducidos.

      Desde la época de Freud (y Marx y Ludwig Feuerbach), ha prevalecido una actitud reduccionista hacia la espiritualidad, según la cual todas las experiencias espirituales, incluso las más elevadas, se interpretan como regresiones a las rudimentarias estructuras propias del pensamiento infantil. Y como reacción a esta actitud, advertimos –desde los años sesenta– la emergencia de diversas formas de elevacionismo (un fenómeno perfectamente ilustrado por el movimiento de la Nueva Era, aunque no, desde luego, limitado a él). Esto explica que cualquier cosa que cumpla con la condición de no ser racional –sin importar su origen ni su autenticidad– se vea tan fácilmente elevada a la gloria transracional y espiritual. Desde esta perspectiva, cualquier cosa que sea racional está equivocada, y cualquier cosa que no sea racional es espiritual.

      El Espíritu es, ciertamente, no racional, pero no está más acá de la razón sino más allá de ella, no es pre sino trans. El Espíritu trasciende e incluye a la razón, no la excluye. La racionalidad, como cualquier estado concreto de la evolución, tiene sus propias limitaciones, represiones y distorsiones pero, como ya hemos visto, los problemas inherentes a un determinado nivel se ven resueltos (o, mejor dicho, «disueltos») en el siguiente nivel del desarrollo […]. Ésta es la grandeza y la miseria de la razón: proporciona extraordinarias capacidades y soluciones nuevas a la vez que introduce sus propios problemas concretos que sólo pueden resolverse en los dominios superiores y transracionales.

      Subrayemos, pues, que muchos movimientos elevacionistas no están por encima, sino por debajo de la lógica. Creen que están –y así lo proclaman a los cuatro vientos– ascendiendo la montaña de la Verdad cuando, en mi opinión, lo único que hacen es deslizarse rápidamente cuesta abajo […] atreviéndose a calificar de «búsqueda de la bienaventuranza» a la vertiginosa sensación de caída por la pendiente evolutiva. Y lo más curioso es que tienen el valor de presentar esta alarmante situación como el nuevo paradigma de la transformación planetaria y afirman «sentirlo