Erin Watt

El príncipe roto


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que hago es mirarla. Mi chica. La chica más guapa que he visto en mi vida. No puedo apartar la vista de ese pelo dorado ni de esos enormes ojos azules que me suplican que le dé una explicación.

      «Di algo», ordeno a mis poco colaboradoras cuerdas vocales.

      Pero mis labios no se mueven. Siento una caricia fría contra el cuello y me encojo.

      Di algo, joder. No dejes que se vaya…

      Demasiado tarde. Ella sale escopetada de la habitación.

      El estridente portazo me saca de mi ensoñación. Más o menos. Todavía soy incapaz de moverme. Apenas puedo respirar.

      San Patricio… Eso fue hace más de seis meses. No sé mucho de embarazos, pero a Brooke apenas se le nota. Ni de coña.

      Ni de coña.

      Ese bebé no es mío ni de coña.

      Me levanto de la cama ignorando mis manos temblorosas y salgo corriendo en dirección a la puerta.

      —¿En serio? —dice Brooke, visiblemente divertida—. ¿Vas a ir tras ella? ¿Cómo vas a explicarle esto, cielo?

      Me giro, furioso.

      —Te juro por Dios que, como no salgas de mi habitación, te echaré a patadas.

      Papá siempre ha dicho que un hombre que levanta la mano a una mujer se rebaja a la altura de sus pies. Por eso nunca he pegado a ninguna. Nunca he sentido la necesidad de hacerlo, hasta que conocí a Brooke Davidson.

      Ella ignora mi amenaza. Continúa provocándome, pronunciando en voz alta todos mis miedos.

      —¿Qué mentiras le contarás? ¿Que nunca me has tocado? ¿Que nunca me has deseado? ¿Cómo crees que va a responder esa chica cuando averigüe que te has tirado a la novia de tu querido papi? ¿Crees que seguirá deseándote?

      Miro hacia el umbral de la puerta, ahora vacío. Oigo unos sonidos amortiguados que proceden de la habitación de Ella. Quiero salir pitando de aquí, pero no puedo. No mientras Brooke siga en casa. ¿Y si sale desnuda y dice que está embarazada y que yo soy el padre? ¿Cómo se lo explicaría a Ella? ¿Cómo conseguiría que me creyera? Brooke tiene que marcharse antes de enfrentarme a Ella.

      —Fuera —digo, y descargo toda mi frustración en Brooke.

      —¿No quieres saber el sexo del bebé primero?

      —No. No quiero.

      Examino su cuerpo desnudo y esbelto, y atisbo un ligero montículo en su vientre. De repente, la boca se me llena de bilis. Brooke no es de las que engordan. Su apariencia es su única arma. Así que la zorra no miente sobre lo de estar embarazada.

      Pero ese niño no es mío.

      Puede que sea de mi padre, pero mío seguro que no.

      Abro la puerta de un tirón y salgo.

      —Ella.

      No sé qué voy a decirle, pero es mejor que no decir nada. Sigo maldiciéndome por haberme quedado en blanco de esa manera. Dios, estoy fatal.

      Me detengo de golpe junto a la puerta de su habitación. La inspecciono con presteza, pero no encuentro nada. Luego lo oigo: el sonido grave y ronco del motor de un coche deportivo al revolucionarlo. Siento que el pánico se apodera de mi cuerpo y me precipito a bajar las escaleras principales mientras Brooke se ríe a carcajadas a mis espaldas cual bruja en Halloween.

      Me abalanzo sobre la puerta de la entrada sin recordar que está cerrada con llave. Para cuando consigo abrirla, ya no hay ni rastro de Ella fuera. Debe de haberse marchado de aquí a toda velocidad. Mierda.

      Las piedras bajo mis pies me recuerdan que solo voy vestido con unos vaqueros. Doy media vuelta y subo los escalones de tres en tres; no obstante, me detengo en seco cuando Brooke aparece en el descansillo.

      —Es imposible que sea mío —gruño. Si lo fuera de verdad, Brooke habría mostrado esta carta hace mucho tiempo en lugar de guardársela hasta ahora—. Tampoco creo que sea de mi padre. Si lo fuera, no estarías desnuda como una puta barata en mi habitación.

      —Es de quien yo diga que es —responde con frialdad.

      —¿Qué pruebas tienes?

      —No me hacen falta. Es mi palabra contra la tuya, y para cuando lleguen las pruebas de paternidad, ya tendré un anillo en el dedo.

      —Buena suerte…

      Me agarra del brazo cuando intento pasar por su lado.

      —No me hace falta suerte. Te tengo a ti.

      —No. Nunca me has tenido. —Me deshago de ella—. Voy a buscar a Ella. Puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras, Brooke. Ya me he cansado de jugar a tus jueguecitos.

      El gélido tono de su voz me detiene antes de que llegue a mi dormitorio.

      —Si consigues que Callum me pida matrimonio, le diré a todo el mundo que el hijo es suyo. Si no me ayudas, todos creerán que es tuyo.

      Me quedo inmóvil en el umbral de la puerta.

      —La prueba de ADN demostrará que no es mío.

      —Quizá —gorjea—, pero el ADN dirá que es de un Royal. Esas pruebas no siempre diferencian entre parientes, sobre todo entre padres e hijos. Será suficiente para sembrar la duda en Ella. Así que, deja que te haga una pregunta, Reed: ¿quieres que le diga al mundo, a Ella, que vas a ser padre? Porque lo haré. Si no, siempre puedes aceptar mis términos y nadie se enterará nunca.

      Vacilo.

      —¿Qué te parece mi oferta?

      Me rechinan los dientes.

      —Si lo hago, si le vendo esta… esta… —Lucho por encontrar la palabra adecuada—… esta idea a mi padre por ti, ¿dejarás en paz a Ella?

      —¿A qué te refieres?

      Me giro hacia ella lentamente.

      —Me refiero a que no volverás a molestar a Ella con tus mierdas, zorra. No hablarás con ella, ni siquiera para explicarle esto… —Hago un aspaviento para señalar su cuerpo, ahora oculto bajo la ropa—. Le sonreirás, le dirás hola, pero nada de conversaciones profundas.

      No confío en esta mujer, pero si puedo conseguir un buen acuerdo para Ella —y sí, también para mí—, lo haré. Papá ya ha estado en el infierno. Puede volver a vivir en él.

      —Vale. Ocúpate de tu padre, y tú y Ella podréis tener vuestro final feliz. —Brooke ríe a la vez que se inclina para recoger su vestido—. Si es que eres capaz de recuperarla.

      Capítulo 2

      Dos horas después, entro en pánico. Ya ha pasado la medianoche y Ella todavía no ha regresado.

      ¿Por qué no vuelve a casa para gritarme? Necesito que me diga que soy un cabrón y que no la merezco. Ver que echa fuego por los ojos y que se enfrente a mí. Necesito que me chille, que me dé patadas y me pegue puñetazos.

      La necesito, joder.

      Echo un vistazo al móvil. Han pasado horas desde que se marchó. Marco su número, pero solo da tono. No contesta.

      Otro tono y me redirige al buzón de voz.

      Le mando un mensaje.

      «Dnd stas?»

      No recibo respuesta.

      «Papá sta preocupado».

      Escribo esa mentira con la esperanza de que me responda, pero el teléfono permanece en silencio. A lo mejor ha bloqueado mi número. Solo el hecho de pensar en esa posibilidad me duele, pero no es una completa locura, así que me precipito hacia el interior de la casa y subo a la habitación de mi hermano. Ella no puede habernos bloqueado a todos.

      Easton