una regla de operación o comportamiento. El segundo elemento es el carácter imitativo, de relación personal directa, en la enseñanza de la ciencia. El tercer elemento es la importancia determinante de un tipo particular de emociones intelectuales que constituyen el principal componente de un compromiso personal con la empresa científica. 15
La ciencia es, así, en términos de Polanyi, una particular mezcla de tradición y novedad ordenada en torno a relaciones de autoridad que tienen su base en el reconocimiento de las destrezas, así como en las pasiones internas, en la búsqueda de hechos de "interés" científico relevante, algo que no podría ser determinado sin la emoción que despiertan ciertas informaciones en el seno de una comunidad, o en la prosecución de ciertos patrones heurísticos, o, finalmente, en la evaluación de teorías atendiendo a sentimientos de elegancia y belleza solamente comprensibles en el marco de una comunidad particular. Las pasiones tendrían tres funciones en la dinámica de las teorías: una función selectiva de los hechos, una función heurística en la determinación de su significación y, por último, una función persuasiva en la elección de teorías. Los investigadores se reconocen entre sí mediante una forma de socialidad que Polanyi llama "convivencialidad", que involucra lazos cognitivos y no cognitivos, un sentimiento de encontrarse en casa cuando un investigador se encuentra en el marco de un evento científico, que es paralelo al sentimiento de extrañeza que tiene cuando se encuentra en ambientes políticos, ideológicos o funcionarios.
Los principios que rigen el intercambio de ideas son, sostiene Polanyi, en el marco de esta convivencialidad, los mismos principios que los del mercado: "la comunidad de científicos está organizada de un modo que recuerda ciertos rasgos de un cuerpo político y funciona de acuerdo a principios económicos similares a aquellos por los que se regula la producción de bienes materiales". 16
El mercado es un sistema de autoajuste interno, presuponiendo un previo compromiso con los valores, emociones, etc. de las comunidades. Este mismo sistema, sostiene Polanyi, debe regir para el reparto de fondos, que no puede realizarse con otros criterios que los del rendimiento en el sistema del mercado de las ideas:
no importa para este propósito si el dinero llega de la autoridad pública o de fuentes privadas, ni si se desembolsa de unas pocas fuentes o de un gran número de benefactores. En tanto que la distribución siga la guía de la opinión científica, dando preferencia a los científicos y a los temas más prometedores, la distribución de ayudas producirá automáticamente una ventaja máxima para el desarrollo de la ciencia como un todo. 17
La ciencia constituye de esta forma una república dentro de la república. La pregunta es, claro, por qué la República de todos tiene que financiar la república de algunos. Polanyi, en este sentido propone lo que parece tener toda apariencia de un grupo de presión social:
Solamente una opinión científica unida y fuerte, imponiendo el valor intrínseco del progreso científico a la sociedad en su conjunto, puede provocar el apoyo de la investigación científica por el público general. Solamente asegurándose el respeto popular por su propia autoridad puede salvaguardar la opinión científica, la completa independencia de los científicos maduros y la publicidad sin entorpecimientos de sus resultados, que aseguran la coordinación espontánea de los esfuerzos científicos a lo largo del mundo. 18
El mecanismo es pues convencer a la opinión pública para que financie y respete los resultados de la ciencia, porque solamente de este modo puede garantizarse la mejor producción de resultados, útiles o no. "Cuanto más ampliamente se extienda la república de la ciencia por el globo, más numerosos lleguen a ser sus miembros y mayores los recursos materiales a su cargo, más claramente emerge la necesidad de una autoridad científica fuerte y efectiva para reinar sobre su propia república." 19
La república de la ciencia, sostiene Polanyi, es una república de exploradores que se convierte a sí misma en un modelo de lo que debe ser la república de los ciudadanos, una república que debe estar más allá de las dudas escépticas que traen consigo algunas ideologías, que implique un compromiso personal con los valores esenciales de la tradición y con la aceptación colectiva de las novedades. La sociedad, en esta nueva república de exploradores:
solamente llegará a tener una vida cultural en la medida en que respete la excelencia cultural […] Aquí tenemos los supuestos de una cultura ideal: el ideal de una vida intelectual profundamente diferenciada, promovida colectivamente; o más precisamente, de una élite conduciendo activamente tal vida intelectual dentro de una sociedad que responde a las pasiones intelectuales de esa élite […] 20
Para lo que el sistema educativo tendría a su cargo el convencer a los ciudadanos de este respeto por los valores de la excelencia. "En una sociedad ideal libre, la formación y diseminación de las convicciones morales deberían tener lugar bajo la guía de los líderes intelectuales, diseminándose sobre miles de dominios especiales y compitiendo en todo punto por el asentimiento del público." 21
Todo lo demás no será más que abrir las puertas al dominio estalinista de la cultura por las bajas pasiones del poder del grupo dominante.
Las palabras de Polanyi se comentan por sí mismas, son una solución que recuerda mucho a la que el propio Platón propone como respuesta al caso Sócrates en La República, la sumisión de los ciudadanos a un orden que emane de la dirección de una comunidad animada por las más excelsas virtudes intelectuales. Parecería que es una posición que no merecería ser discutida, pero hay numerosas razones para sostener lo contrario. La primera es que coincide en buena medida con el imaginario interno de muchos, casi todos, por no decir la totalidad, de los miembros de las comunidades científicas. Cada vez que reaccionan ante lo que consideran intromisiones del poder en sus propios planes de investigación, lo hacen con respuestas muy similares a las de Polanyi, de las que sólo difieren en el grado de corrección política. La segunda razón es que la epistemología de Polanyi, lejos de haber sido abandonada, ha ido creciendo en importancia y conforma las bases de la epistemología con más fuerza académica, la que ha sido denominada "giro de las prácticas", que se basa en el comunitarismo asentado en el reconocimiento mutuo de destrezas y valores en el marco local de una comunidad o, como ha denominado recientemente una conocida socióloga, de una "cultura epistémica". 22 La tercera razón es de orden externo, pero no puedo dejar de citarla: las ideas de Polanyi formaron parte y forman parte cada vez más, no ya de una epistemología política, sino también de una política epistemológica nuclear del conservadurismo político y, contemporáneamente, de lo que ha sido llamado neoconservadurismo. Esta posición, a diferencia del libertarismo de origen jeffersoniano, es una posición que aboga por una mezcla de una fuerte implicación estatal en la defensa de ciertos valores, y en su promoción mediante instituciones fuertes, junto con una defensa local de los principios de mercado como formas de ajuste o coordinación espontánea de propiedades emergentes.
Lakatos calificó a la posición de Polanyi de estalinista y elitista. Elitista por su formulación epistemológica, estalinista por sus consecuencias políticas de dirección sin oposición. Él, también de origen húngaro como Polanyi, pero, a diferencia suya, con muchas más razones para combatir el autoritarismo estalinista, puesto que era un exiliado de la revolución del 56, conocía bien el trasfondo autoritario de algunas epistemologías, un trasfondo que se sustenta sobre la autenticidad de ciertos componentes tácitos e inaccesibles desde fuera. No es casualidad que Polanyi desarrollase cada vez más sus ideas como una forma de sustentar la religión en una sociedad científica, pues se deduce inmediatamente de sus postulados