José Francisco Montero Martínez

Paul Thomas Anderson


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su segunda película, pero con la que se da a conocer ampliamente, y Magnolia, obra mayor en todos los sentidos y, sin lugar a dudas, una de las películas más interesantes y ambiciosas –megalómana, dirán algunos– del cine norteamericano de las últimas décadas, ambas definidas por una densidad temática y una complejidad formal muy infrecuentes, las escribe, produce y dirige antes de cumplir los treinta años; obras con las que se ha hecho acreedor a las expectativas depositadas en él como la gran esperanza del cine de su país y que probablemente lo han situado a la cabeza de los cineastas de su generación. Analizar las razones de esta posición privilegiada y la naturaleza de los valores cinematográficos que tan tempranamente ha alcanzado la obra de Anderson son, pues, los objetivos primordiales de este trabajo.

      La condición de niño prodigio con que el director fue recibido por la prensa y dentro de la industria del cine estadounidense ha tenido, incluso, traslación argumental a su obra, a partir de la preocupación que en el propio Anderson generó el rápido prestigio adquirido con su segundo filme, Boogie Nights: su siguiente película, Magnolia –dos de cuyos protagonistas son un niño prodigio y un hombre que lo ha sido–, surge en buena medida de una pulsión de supervivencia a tan fulgurante éxito, del rechazo a las etiquetas de nuevo niño prodigio del cine norteamericano con que le bombardearon después del triunfo, tanto crítico como de público, de su anterior filme.

      En el Valle de San Fernando

      Paul Thomas Anderson nació el 26 de junio de 1970 en Studio City, un área suburbana al norte de Los Ángeles, en el este del Valle de San Fernando, donde vive sus primeros años en el seno de una familia muy numerosa, resultado de los dos matrimonios de su padre –siendo fruto del segundo de ellos–; durante este tiempo convivió con sus padres y tres de sus hermanas –tiene cinco hermanos más, a raíz del anterior matrimonio de su padre–, hasta que aquéllos, en la infancia de Anderson, ponen fin a su relación, viviendo éste a partir de entonces con su padre.

      Por eso mismo resulta más llamativo que su primer trabajo profesional –el corto Cigarettes and Coffee– y su primer largometraje –Sydney–, a diferencia de sus tres películas siguientes, se sitúen no sólo fuera del Valle de San Fernando sino incluso de Los Ángeles; precisamente los trabajos en que sería previsible que el primerizo director buscara la seguridad de lo conocido –si bien es cierto que el mundo de los casinos de Las Vegas y Reno, donde se desarrollan el cortometraje y Sydney, los conocía muy bien debido a su afición al juego–.

      Uno de los objetivos que se marcó con sus siguientes películas fue hacer del Valle de San Fernando un lugar cinematográfico. Y esto en un sentido que hay que precisar: el Valle de San Fernando ocupa siempre el fondo de las historias narradas en esos tres filmes, nunca se erige en protagonista de los mismos, ni siquiera por el papel que pudiera tener en la definición de los personajes –lo verdaderamente importante en su cine, como iremos comprobando– a partir de la interacción de éstos con el mismo.