la copa fragante vierte?
¿Quién detiene el paso a la suerte?
¿Quién a la Esperanza pervierte?
La Muerte.
PORTEÑA
Ayer el pavimento sonoro de Florida
sintió trotar el tronco de potros de Inglaterra
que arrastran la victoria donde al amor convida
la faz de la morocha más linda de esta tierra.
El coche se perdía camino de Palermo,
cuando miré a mi lado, sentada en su cupé,
a una divina rubia que, como un niño enfermo,
tenía triste y pálida su faz de rosa te.
De esta visión porteña quedó en mi mente escrita
la página vibrante que es hoy una canción
a tus azules ojos, celeste Margarita,
a tus miradas negras, hermana de Mignon!
TRISTE, MUY TRISTEMENTE...
Un día estaba yo triste, muy tristemente
viendo cómo caía el agua de una fuente;
era la noche dulce y argentina. Lloraba
la noche. Suspiraba la noche. Sollozaba
la noche. Y el crepúsculo en su suave amatista,
diluía la lágrima de un misterioso artista.
Y ese artista era yo, misterioso y gimiente,
que mezclaba mi alma al chorro de la fuente.
es un ritmo de onda de mar.
Oh, miseria de toda lucha por lo finito!
es como el ala de la mariposa
nuestro brazo que deja el pensamiento escrito.
Nuestra infancia vale la rosa,
el relámpago nuestro mirar,
y el ritmo que en el pecho
nuestro corazón mueve,
es un ritmo de onda de mar,
o un caer de copo de nieve,
o el del cantar
del ruiseñor,
que dura lo que dura el perfumar
de su hermana la flor.
¡Oh, miseria de toda lucha por lo finito!
el alma que se advierte sencilla y mira claramente
la gracia pura de la luz cara a cara,
como el botón de rosa, como la coccinela,
esa alma es la que al fondo del infinito vuela.
El alma que ha olvidado la admiración, que sufre
en la melancolía agria, olorosa a azufre,
de envidiar malamente y duramente, anida
en un nido de topos. Es manca. Está tullida.
¡Oh, miseria de toda lucha por lo finito!
ALBUM
A Regina Alcalde de Zafra.
Corre, Atalanta, corre, y tu rosas al viento
dejen de su perfume la embriagadora estela;
corre, Atalanta, corre, vuela, Atalanta, vuela
veloz como el relámpago o como el pensamiento.
Deja atrás las montañas pintorescas,
en donde Diana
y sus ninfas hermosas,
al triunfo de la lírica mañana,
se coronan de rosas
frescas.
Y cuando hayas dejado el terrestre elemento,
vuela sobre la mar como las golondrinas,
y bajo las estrellas que en su azul firmamento
se coronan de rosas diamantinas.
Y en lo azul infinito, detén tu raudo empeño
cuando llegues a la isla en donde mora
una princesa que un día vió un Simbad del Ensueño
que se guió por la huella del carro de la Aurora.
¡Atalanta, alma mía!
¡Alma mía, Atalanta!
Es allí donde eternamente canta
su noche un ruiseñor, una alondra su día.
Hay un jardín y en el jardín hay una
fuente donde se abrevan
pavorreales del Sol y cisnes de la Luna.
Limoneros fragantes sus azahares nievan
y regula las horas una invisible lira.
Y en un palacio de oro maravilloso mira
a la bella señora
que nostálgica mora;
y dile de mi parte si ha llegado la hora
que mi espíritu anhela...
Y si dice que sí, ven al momento.
Corre, Atalanta, corre, vuela, alma mía, vuela
veloz como el relámpago y como el pensamiento...
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