de Filosofía natural en la Universidad de Edimburgo. No era en Filosofía moral como hubiera gustado al ilustrado escocés, pero se tomó seriamente su nueva responsabilidad y pronto elaboró su manual, que contenía las lecciones que impartía en sus clases. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos por enseñar los contenidos de la filosofía natural y de sus buenas relaciones con los científicos de esta área del conocimiento, Ferguson siguió inclinado por estudiar y escribir sobre temas propios de la filosofía política y moral y en 1764 logró una de sus metas, hacerse con la cátedra de Filosofía moral de la Universidad de Edimburgo. Rápidamente se convirtió en un profesor de prestigio, sus clases llegaron a ser muy populares y en pocos años triplicó el número de alumnos que acudía a ellas. Su fama fue tal que algunos autores subrayan que durante un tiempo se convirtió en «el más acreditado de los profesores y filósofos de la época»[8].
Asentado como profesor y con una buena reputación a cuestas comienza su producción científica. En el otoño de 1766 Alexander Kincaid y John Bell se convierten en los editores de su manual Analysis of Pneumatics and Moral Philosophy. For the Use of Students in the College of Edinburgh, que recogía parte de sus lecciones impartidas en clase. Este trabajo fue revisado, actualizado y modificado por Ferguson en varias ocasiones a lo largo de su vida. Primero apareció con el título antes mencionado, más tarde con algunas modificaciones como Institutes of Moral Philosophy y finalmente, tras una reestructuración en profundidad, en dos volúmenes como Principles of Moral and Political Science.
Sin embargo, el mayor reconocimiento lo obtendría en 1767 con la publicación del Ensayo sobre la historia de la sociedad civil[9]. Esta obra salió a la luz casi nueve años después de que Adam Ferguson diera a conocer a sus amigos cercanos una versión previa de este trabajo a la que había denominado Tratado sobre el refinamiento. Durante todos estos años, el ilustrado escocés pulió esta obra que se consagraría como una de las más editadas en el siglo XVIII; para 1793 se habían publicado otras seis ediciones inglesas, así como un par de reimpresiones e incluso ediciones no autorizadas, y su autor llegó a conocer las traducciones al francés, al alemán y al italiano[10].
El Ensayo recibió grandes elogios y en general fue bien recibido en el círculo intelectual escocés, así como en Inglaterra, en la Europa continental y en las tierras de América del Norte. Entre los que colmaron de cumplidos a esta obra se encuentran los ilustrados escoceses James Beattie, lord Kames, William Robertson y Hugh Blair, y de los pensadores no escoceses cobran relevancia los halagos del baron d’Holbach[11]. Por el contrario, su amigo David Hume mostró una opinión adversa sobre dicho escrito[12]. Hay razones para creer que la desavenencia de Hume respecto del Ensayo puede deberse a su aversión por la retórica moralizadora que puede encontrarse en algunas partes de la obra[13], pero hay indicios que hacen pensar que probablemente se debió más a un problema de construcción y de estilo, ya que adujo que muchos de los fallos del Ensayo se debían a que había sido escrito por un gaélico parlante que escribía en inglés, más aún, por la pluma de un «aldeano»[14].
Mi labor como editora, y traductora al español, de esta obra de Ferguson me hace compartir parte del juicio crítico que sobre el estilo hiciera David Hume. Parece paradójico que Ferguson, que fue un profesor afamado, cuyas aulas estuvieron repletas de alumnos y cuyas disertaciones, tanto en clase como en las sociedades a las que pertenecía, eran escuchadas con entusiasmo, desarrollase en el Ensayo una prosa compleja que en ocasiones llega a ser inconexa. Como el lector podrá comprobar, leer esta obra de Ferguson no es fácil: «Su excelente estilo parece torpe más que diestro, laborioso más que fácil. El lenguaje del Ensayo sobre la historia de la sociedad civil es habitualmente terso y los momentos solemnes de difícil comprensión, deshilvanados en su ilación»[15]. David Kettler, un profundo conocedor de Ferguson, nos dice que su pensamiento es una especie de rompecabezas en el que, paradójicamente, se presenta un conjunto de ideas «difícil de sistematizar» y, al mismo tiempo, «fáciles de aplicar al mundo que conocemos»[16].
Es conveniente subrayar que Ferguson no tiene la refinada pluma de Hume o Smith y que algunas veces pareciera que su discurso es superficial y pedestre. Sin embargo, en sus obras encontramos momentos de enorme brillantez, originalidad e imaginación. Ferguson no es, como algunos han considerado, un simple profesor que casualmente vivió en la época de Smith y de Hume, sino que es un pensador de la misma talla y con propuestas oportunas e innovadoras, alguien que discutió al mismo nivel con ellos, alguien que les apoyó en diversas ocasiones, incluso alguien que les ayudó a dar forma a algunas de sus ideas, más aún, alguien que les impresionó favorablemente.
Ahora bien, independientemente de la polémica que suscitó entre Hume y Ferguson la publicación del Ensayo y de las dificultades que presenta su lectura, el escrito fue, como ya mencioné, bien recibido en las esferas política e intelectual del siglo XVIII y hoy en día se le considera como «un relevante, estimulante y provocativo trabajo que irradia una inesperada luz sobre aspectos de nuestra actual sociedad capitalista»[17].
Las seis partes del Ensayo comprenden una narración del crecimiento y el deterioro de la humanidad, pero sin que ello signifique necesariamente la defensa de un modelo circular de historia. En la primera parte, De las características generales de la naturaleza humana, Ferguson presenta argumentos para sostener que el hombre es ineludiblemente un miembro de la sociedad. Las siguientes dos partes, De la historia de las naciones rudas y De la historia de la política y las artes, intentan ordenar la multiplicidad de formas que puede adoptar la sociedad utilizando como herramienta explicativa la teoría de los estadios. Conviene subrayar que no estamos aquí ante una simple narración sobre el progreso; Ferguson constantemente advierte sobre la inmanente tensión entre el progreso material y el avance moral. Esta última coordenada de la tensión constituye el núcleo de las siguientes tres partes y Ferguson va desplegándola de manera gradual, primero hace un examen del escenario y progresivamente va advirtiendo sobre sus peligrosos alcances. Los epígrafes son reveladores de las nocivas condiciones con las que pueden encontrarse y enfrentarse las sociedades pulidas: De las consecuencias que resultan del avance de las artes comerciales y civiles, De la decadencia de las naciones y De la corrupción y de la esclavitud política.
Esta obra de Ferguson se ocupa de temas que también preocupaban a otros pensadores –no sólo escoceses– de la época. Las características de la naturaleza humana, las particularidades de la sociedad política, las diferencias entre naciones tomando en cuenta variaciones temporales y geográficas, las formas de gobierno, las características del progreso y la decadencia, la tensión entre el interés público y el privado y la corrupción política. Para comprender las ideas de Ferguson sobre estos tópicos es fundamental conocer cuáles fueron sus fuentes centrales de inspiración. Desde una perspectiva clásica, las influencias principales que el ilustrado escocés recibió fueron las de los estoicos, particularmente los estoicos romanos; si se lee con detalle su Ensayo y otras de sus obras se puede constatar la particular devoción que tenía por Marco Aurelio y Epicteto, cuyas enseñanzas se encuentran en los pilares de su pensamiento. El estoicismo influyó a tal grado en Ferguson que él mismo se autodenominaba «el más antiguo de los romanos» y según su amigo George Dempster él era conocido como el «Epicteto moderno». Ahora bien, su mirada también estuvo puesta en Aristóteles, Tácito, Polibio, Tucídides y Cicerón; ello explica el hecho de que la Edinburgh Review le nombrara el «Catón escocés»[18]. Entre sus inspiraciones modernas, las más destacables son el presbiterianismo escocés del ala moderada y figuras destacables como Hugo Grocio, Isaac Newton y Francis