monjas y unos pocos legos ocasionales se sirvieron del ejemplo del Buda y de sus enseñanzas. El Buda, como sabemos, fue una persona que, por diversas razones kármicas, tomó la decisión de sentarse y dirigir su atención a la cuestión central del sufrimiento, la investigación de la naturaleza de la mente, su capacidad para liberarnos de la enfermedad, la vejez, la muerte y lo que podríamos denominar la enfermedad fundamental de la humanidad, sin negarlos ni tratar de eludirlos. Para ello usó su propia mente, un instrumento del que todos disponemos –aunque pocos ejercitan–, desarrollando la estabilidad atencional y la conciencia y capacidad de comprensión y visión profunda que de ella se derivan. Cuando se le preguntó al respecto, el Buda no se describió a sí mismo como un dios como hacían otros, sorprendidos por su sabiduría, luminosidad y presencia, sino sencillamente como un ser “despierto”.
El despertar del Buda se derivó directamente de su experiencia de ver profundamente la condición y el sufrimiento humano y de su descubrimiento de un camino para salir del ciclo aparentemente interminable del autoengaño, la percepción ilusoria y la aflicción mental y de acceder a la libertad, ecuanimidad y sabiduría que todos poseemos de manera innata.
Una y otra vez volveremos a la atención plena, a lo que es y a los diferentes modos en que puede ser cultivada, tanto formal como informalmente, sin quedar, por ello, atrapados en las historias que nos contamos al respecto, aun cuando inevitablemente nos veamos obligados a crearlas. Examinaremos la atención plena desde muchas perspectivas diferentes, veremos el modo en que operan sus distintas energías y propiedades y también nos ocuparemos del modo de aplicarlas a cuestiones concretas de nuestra vida cotidiana a todos los niveles en aras de nuestro bienestar y felicidad a corto y largo plazo.
Comenzaremos nuestra investigación considerando con más detenimiento por qué es tan importante empezar prestando atención a nuestro bienestar y al modo en que se acomoda al esquema mayor de sanar y transformar nuestra vida y el mundo que nos rodea.
1. A veces utilizo el ejemplo de una conexión a Internet a través de dial (mediante marcado telefónico) y a través de módem para ilustrar la diferencia existente entre la atención voluntaria y la atención sin esfuerzo. En el primero de los casos (la atención voluntaria), uno tiene que realizar el esfuerzo de conectar y de restablecer la conexión cada vez que se pierde mientras que, en el segundo (la atención sin esfuerzo), la conexión se halla siempre presente y no es necesario realizar esfuerzo alguno para conectar. Siempre estamos conectados, las cosas ya son lo que son, nosotros ya somos quienes somos y estamos tan íntimamente ligados a esa realidad que, de ella, no nos separa ni una respiración ni un latido del corazón.
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