Esperanza Fujigaki

La agricultura, siglos XVI al XX


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latifundios y las modernas haciendas porfirianas; en ellos se intenta una cuantificación de las variables económicas —como valor y volumen de la producción, tipos de productos y monto de los pagos a los trabajadores—, según los datos encontrados. En muchas ocasiones los archivos de las mismas haciendas se estudian dentro del ámbito regional para resaltar sus vínculos con los mercados locales y con zonas urbanas o regiones más alejadas. También hay estudios sobre los hacendados y otro tipo de propietarios, que incursionaban en distintas actividades, entre ellas las agropecuarias. Se ha avanzado en el estudio de los orígenes del capital productivo; en ocasiones, el capital acumulado en las haciendas se invertía en otras actividades económicas o, por el contrario, las ganancias obtenidas en el comercio, la minería, la industria o la especulación se canalizaban a la compra de haciendas; también se ha destacado la importancia del desarrollo del crédito, tanto eclesiástico como civil, y su empleo en las actividades agrícolas.18

      La hacienda fue el centro de la vida rural mexicana desde la época colonial, a partir principalmente del siglo XVII, cuando se afianzó su desarrollo, y su dominio duró hasta la cuarta década del siglo XX. Su desempeño trascendió, desde un principio, el ámbito económico para abarcar lo social, lo político y lo cultural. El hacendado dominaba los recursos naturales —tierras, aguas, bosques, subsuelo— de sus haciendas; además de la fuerza de trabajo y los mercados regionales y locales donde vendía sus productos. Caracterizada por la posesión privada de la tierra, la hacienda articulaba la producción para el autoconsumo y la producción para el mercado. Muchas haciendas tenían un núcleo permanente de trabajadores fijos que vivían en ella, los peones acasillados; pero la presencia e importancia de este tipo de trabajadores variaba según la región y época.

      Otras formas de trabajo que se presentaban en la hacienda eran: la de los trabajadores eventuales, generalmente asalariados; la de los aparceros, medieros y arrendatarios —con estas tres últimas clases de trabajadores los hacendados realizaban diferentes tipos de contratos para el reparto de las cosechas—, y la de los capataces, mayorales, vaqueros y pastores. En las distintas regiones surgieron diferentes tipos de haciendas: azucareras, maicero-ganaderas (o mixtas), cerealeras, pulqueras, henequeneras, algodoneras. Los dueños de las grandes haciendas eran, en muchas ocasiones, ausentistas; y la organización y el cuidado de la producción quedaban en manos del administrador y de los capataces y mayordomos. Las haciendas medianas y pequeñas, que eran numerosas, las administraban, por lo general, directamente sus dueños.

      Conforme la hacienda era más rica y grande, más amplias y suntuosas resultaban sus instalaciones, sobre todo en los estados del centro; su mobiliario era semejante al de las casas de la clase alta de las ciudades. Además de la casa principal, muchas tenían casas para el administrador y los empleados, capilla, tienda de raya, tlapixquera (cárcel), escuela, establos, cobertizos, trojes y las casas de los peones. En numerosas ocasiones, la hacienda contaba con ranchos anexos, los que por lo general arrendaba, y con grandes extensiones de tierra sin cultivar. A finales de siglo XIX, varias de las haciendas disponían de agua entubada, baño amueblado con elegancia, luz eléctrica y teléfono.

      A este estudio debe incorporarse el de los ranchos, y también el de las plantaciones y las monterías, que para ciertas zonas es determinante; y cuyo mayor desarrollo se alcanza a fines del siglo XIX. Esta estructura agraria, que prevaleció durante la Colonia y el siglo XIX, presenció profundas mutaciones a partir de la Revolución de 1910 y de la reforma agraria de 1934-1940.

      Los ranchos eran unidades productivas de menor tamaño, que podían ser dependientes de las grandes haciendas que los arrendaban; o bien, independientes de su control, y pertenecer a pequeños propietarios. La tierra era trabajada por el ranchero y su familia; en ocasiones se empleaba trabajo eventual. El ranchero ocupaba una posición intermedia entre la masa de peones desposeídos y la pequeña elite de hacendados. Existían regiones donde predominaban los ranchos, sobre todo en las zonas montañosas, densamente pobladas, del centro de México. Los rancheros administraban en forma directa sus tierras y participaban activamente en el comercio local e, incluso, en el procesamiento de los productos agrícolas que cultivaban. Las dimensiones de los ranchos, aun los grandes, tendían a ser menores que las de las haciendas pequeñas.

      Surgieron así dos tipos de propietarios, el "ranchero aislado", cuya propiedad era individual, ya fuera el dueño de ella o la arrendara a una hacienda; y los "rancheros pueblerinos", integrados "a una estructura comunitaria de tipo corporativo que los articulaba y definía como grupo social", quienes fueron muy importantes en regiones del norte, como Chihuahua. Estos últimos tenían un sentimiento arraigado de pertenecer a un conglomerado social específico. Muchas de estas comunidades de rancheros pueblerinos se desarrollaron en las zonas periféricas y poco habitadas del septentrión, vinculadas con los presidios militares que defendían el territorio de las incursiones apaches.