su energía, su poder como si la hubiera golpeado una rápida ola de mar. Él besa su espalda, la acaricia, le muerde suavemente el cuello. Ella se deja llevar por el calor de sus manos.
Manuel le quita el pijama que lleva puesto y la acuesta boca abajo. Él se quita su pijama y se acuesta en su espalda como queriendo escuchar sus pulmones, su corazón, su respiración, su amor. Así se queda por varios minutos, eternos minutos. La sigue acariciando con la punta de los dedos; siente su columna vertebral, su cuello, su cabello, sus nalgas redondas y perfectas. Posteriormente hacen el amor. Descansan. Hacen el amor. Descansan. Hacen el amor, sucesivamente. Belén y Manuel siguen haciendo el amor, pero dentro de ellos hay distintas sensaciones, olores, gustos y recuerdos; distintas pieles bajo sus pieles. En Belén está la caricia ausente de su padre, su abrazo distante, sus besos, sus cariños, el manto paternal, la sensualidad, la velocidad del amor. En Manuel, el olvido de su pasado, sus recuerdos, los aromas, los sabores, las comidas de otras mujeres. Se va encontrando con el amor, algo que alguna vez le fue negado. Esquivo. Olvidado. El verdadero amor que nace y quema por dentro.
IV. EL OÍDO
Belén y Manuel duermen. En sus sueños casi se tocan, se acarician, se saborean, pero a ratos los sueños los llevan a lugares y tiempos distintos: Belén en sus sueños ve a su padre, lo escucha hablar. No entiende sus palabras, pero ve que su boca gesticula o intenta articular sonidos, sílabas, silencios que se transforman en palabras huecas que van cayendo en un camino de flores que los separa. Las palabras se vuelven flores, las flores se vuelven palabras. Los sonidos inundan el espacio. El cielo que los sobrepasa. El aire circula a gran velocidad en las alturas.
Manuel en sus sueños se ve como un niño solitario, perdido en una calle. Segundos después, se ve como un hombre casado y con hijos. Al rato, como un anciano que no tiene dientes y ni cabello. Se ve infeliz, solitario, moribundo.
A la mañana siguiente, Belén se despierta primero que Manuel y va directo a la cocina a preparar el desayuno. El sonido de la licuadora, la tostadora y la televisión de fondo despiertan a Manuel.
Manuel entra al baño para darse una ducha. Piensa en los sueños de la noche anterior. De repente, Manuel se resbala y se golpea la cabeza con un borde de la bañera. El agua sigue cayendo por su cuerpo y se escucha el eco de las gotas reventar en su piel. Belén ya tiene listo el desayuno, solo esperaba a Manuel, que no aparecía. Ella creyó que él seguía durmiendo y fue a verlo a la cama pero no estaba. Tocó la puerta del baño varias veces. Silencio. Siguió tocando, pero nadie respondía. Silencio. Belén se alarmó y empezó a golpear la puerta fuertemente. Gritaba angustiada. Llamó por teléfono a sus familiares más cercanos y a la policía, temía lo peor.
La policía llegó a los pocos minutos. Abrieron la puerta a la fuerza. Manuel seguía tirado en el piso de la ducha, parecía que estaba muerto. Belén lloraba de desesperación. Los policías cargaron a Manuel y lo llevaron al hospital más cercano. Estuvo aislado en Urgencias por varias horas a petición del médico. Los médicos que lo revisaron, no detectaron nada anormal producto del golpe. Pasó una noche en el hospital y al día siguiente fue dado de alta. Le recetaron algunos analgésicos, pastillas, inyecciones y mucho reposo. Regresó a casa junto a Belén. Durmió como un niño enfermo todo el día y la noche. Belén seguía haciendo sus labores caseras sin perderlo de vista.
Por la cabeza golpeada volvían a pasar las imágenes de él siendo un niño solitario perdido en una calle, un hombre casado con hijos y como un anciano que no tiene dientes ni cabello. Se veía infeliz, solitario, moribundo.
Las imágenes aparecían y desaparecían de su mente, sucesivamente. Pero ahora, las imágenes con distintas voces y sonidos entrecortados. A ratos son las voces entrecortadas de su difunto padre, de su madre, de sus hermanos, de sus amigos de la infancia; de un niño que él presume debería ser su futuro hijo. Pero a ratos, son voces que él desconoce, voces entrecortadas de personas que nunca ha visto en su vida, voces entrecortadas que dicen su nombre, le dan consejos, le dicen algo cercano, un chiste o gritan pidiendo auxilio, por peligro, por abandono. No hay certeza de nada.
Manuel sigue durmiendo como un ángel. Belén lo vigila como si fuera el último bebé del mundo, con total cuidado y cariño. No entiende y no entenderá nunca que pensó Manuel el día del accidente.
Belén tiene anotados en su agenda personal los números telefónicos de la policía, del hospital y de los doctores por cualquier emergencia, pero todo sigue su curso normal, en calma.
La mañana siguiente, Manuel se despierta con ansiedad y con hambre. Belén le da un calmante para que esté tranquilo. Le da de beber y le da una comida ligera para entretener su estómago que parece exasperarse del hambre. Posteriormente, Manuel se ve más tranquilo y relajado. Ve algo de televisión y escucha algo de música clásica. Belén lo acompaña, sin decir palabra alguna.
Manuel vuelve a quedarse dormido. Con tantas pastillas y calmantes, ha perdido momentáneamente el sentido de la realidad. Poco a poco, Manuel vuelve a ser el Manuel de siempre; el que tiene una vida normal, trabaja, estudia, quiere a Belén y sueña con un futuro mejor para su familia y amigos. Después Belén le propone una idea brillante, según ella, que le rondaba la cabeza hacía muchos días: un viaje a la playa.
Manuel escucha atentamente la idea y opina que es una buena sugerencia, unos días en la playa le caerían muy bien después de este accidente y de su breve convalecencia. Belén se pone feliz con la idea y juntos empiezan a empacar.
Muy temprano la mañana siguiente, partieron con dirección a la playa que les gustaba a ambos y que quedaba a dos horas de la ciudad donde vivían. La carretera estaba casi vacía, así que en una hora y treinta minutos llegaron a su objetivo. Belén manejó todo el trayecto. Se hospedaron en la casa de unos amigos de Belén que estaban de viaje. Apenas llegaron, dejaron las maletas y se fueron a dar un paseo por la playa, casi desierta si no fuera por unos pescadores que bajaban las últimas redes de los botes de madera. El mar estaba violento. En días de aguaje, generalmente, mueren algunas personas ahogadas.
El océano se muestra tranquilo, hasta que las olas sorprenden a los bañistas, los revuelcan y los llevan al fondo del mar. Son muchas las personas, que durante el aguaje, nunca más han vuelto a salir con vida. La lista es interminable. Aun así, hay todavía personas que siguen tentando a la suerte y a la ferocidad del mar.
Belén y Manuel caminaron por la playa. Hablaron de ellos dos, de las cosas que habían pasado, del accidente de él, de ella, de sus familiares y amigos. Pensaron que ya era una buena época para tener su primer hijo. Se les veía muy felices juntos, cuando de repente sucedió lo inesperado: Manuel siente mareos y dolores de cabeza. Su vista comienza a fallar, los ojos no responden como él quisiera. Algo extraño sucede. Fueron al médico de la zona. Lo revisó y solicitó varios exámenes para descartar algunos posibles diagnósticos.
Días después, los exámenes no dieron mayores indicios de que algo malo estuviera pasando. El médico dijo que podría ser una reacción a los medicamentos que Manuel tomó. Lo cierto es que los mareos y los dolores de cabeza comenzaron a presentarse con frecuencia. Su vista fallaba, sus ojos no respondían como antes. Belén no dice mayor cosa, pero está muy preocupada con lo que sucede. Manuel, en el fondo, no pierde las esperanzas de que esto sea momentáneo, pasajero, fugaz.
V. LA VISTA
Belén y Manuel visitan varios médicos de su confianza, conocidos, recomendados. Los médicos dieron varios diagnósticos. El último médico les dijo que el golpe en la cabeza que sufrió Manuel generó un extraño síndrome o enfermedad progresiva en su cuerpo que poco a poco lo irá consumiendo. Posiblemente en el futuro podría perder parte de los sentidos, los más afectados serían la vista y el oído.
Manuel escuchaba y no decía nada. Pensaba en su futuro, se imaginaba ciego y sordo, se veía como el anciano que no tiene dientes ni cabello, infeliz, solitario, moribundo, que aparecía en sus sueños. Belén cayó en estado de estrés único. Llamaba por teléfono a doctores, pedía nuevas consultas, diagnósticos, exámenes, pruebas. No podía creer ni aceptar el diagnóstico que le habían dado a Manuel.
Manuel estaba tranquilo, sereno, tomaba las cosas con calma. A pesar de que Belén seguía intranquila,