T.J. Murphy

Listos para correr


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      A lo largo de los años he hablado con decenas de antiguas personas sedentarias que sufrieron una transformación tras su primer triatlón o su primera sesión de crossfit. Un rápido ejemplo: Irene Mejía, una mujer que se ha convertido en mi amiga, pesaba 181 kilogramos cuando comenzó a practicar crossfit. Su imagen estaba a años luz de cualquier pensamiento de ser una atleta. Apenas podía caminar, por no hablar de correr.

      Ahora Irene ha recortado su peso casi a la mitad. Entrena, corre y participa en competiciones de Cross-Fit style. Como dijo de ella otro amigo mío: «Convertirse en atleta le salvó la vida».

      Correr bien forma parte integral de muchos deportes.1 Correr rápido, correr mucho y ser capaz de hacerlo sin sufrir lesiones crónicas es crucial para entrenar y competir. Tanto si correr es tu deporte, o si es clave en tu disciplina, como si corres para prepararte para otras competiciones, no cabe duda de que correr (como se explica en el capítulo 2) forma parte del ser humano, sobre todo de los seres humanos modernos que practican fútbol, baloncesto, atletismo o crossfit. Para los efectivos del ejército, la policía y los bomberos, correr (a menudo cargando peso y en circunstancias extremas) es vital para salvar vidas.

      El atletismo recreativo de fondo, por su parte, está viviendo un despegue espectacular. Según la encuesta de 2013 de National Runner Survey, la mayoría de nosotros corremos para estar sanos, divertirnos y eliminar el estrés. El ritual de correr es una forma de meditación para muchos de los treinta millones de norteamericanos identificados por Sport & Fitness Association como «corredores básicos». También es un desafío competitivo: en 2013, 541 000 personas acabaron un maratón en Estados Unidos, un país en el que hay unas 1 100 oportunidades de completar la distancia de 42 kilómetros. El gran despegue del atletismo durante la década de 1970 no ha parado hasta hoy: corren más mujeres, compiten más corredores en la categoría máster y se gasta una cantidad récord de dinero en material y equipamiento, y hay expectativas de que en los próximos años se gasten unos 4 mil millones de dólares anuales sólo en zapatillas.

      Por lo tanto, cuando las lesiones te apartan de poder correr, el golpe puede ser muy duro. Tampoco aquí difiero de los corredores norteamericanos típicos. Las encuestas y los estudios de investigación sugieren que aproximadamente tres de cada cuatro corredores sufren al año al menos una lesión asociada con correr. En el caso de los corredores que entrenan para un maratón, el 90 por ciento padece algún tipo de molestia en el proceso.

      Y no son sólo los corredores puros los que sufren este tipo de lesiones por uso excesivo. En una reciente entrevista, el doctor Nicholas Romanov, afamado científico del deporte y experto en atletismo y movimiento del ser humano, me dijo que los datos recabados en el mundo del fútbol son igualmente alarmantes. «Los jugadores invierten muchísimo tiempo refinando sus destrezas futbolísticas, pero no sus destrezas atléticas», me dijo. Y siguió relatando que, según su análisis de los futbolistas, muy pocos corren bien. El acto de correr se deja al albur, y las lesiones sobrevienen causando estragos.

      Romanov afirmó lo mismo sobre los crossfitters de élite. Aunque en la halterofilia olímpica se haga hincapié en la técnica y en los elementos pertenecientes a la gimnasia de esta disciplina, tampoco ve a muchos crossfitters que corran bien. «Tienen toda la energía posible y necesaria para correr bien –me dijo–. Pero simplemente no dedican ni un sólo pensamiento a su postura y mecánica al correr.» Esta falta de atención, añadía él, ponía incluso a los corredores más poderosos en riesgo de sufrir lesiones durante las sesiones de entrenamiento con intervalos o durante las carreras de fondo.

      En 2011 yo estaba rozando una lesión. Había decidido, simplemente, abrirme paso a toda costa pese a cualquier lesión o amago de lesión. Practiqué estiramientos, hice una rutina de ejercicios para la zona media del cuerpo y seguí la dieta más vigilante y restrictiva de las que conocía: me volví vegano. Gasté cientos de dólares en zapatillas con control de movimiento y soporte del arco plantar. Cuando las lesiones hicieron acto de presencia, opté por completar las sesiones de entrenamiento en una cinta sin fin, creyendo que, al reducir los impactos, la cosa mejoraría.

      Esa es la razón de que estuviera corriendo sobre una cinta sin fin en un hotel de Nueva York. El día antes, mientras paseaba por la ciudad, la rodilla derecha empezó a ceder al caminar. Muchos años de experiencia con lesiones causadas por correr no me habían preparado para esta extraña repetición de un maldito problema de rodilla. Daba tres o cuatro pasos y entonces la rodilla se doblaba, como si la articulación fuera un gozne y alguien a traición sacara la clavija que lo sujeta.

      Ya era suficiente problema que cada vez que mi rodilla cedía, atrajera la atención y miradas de preocupación por parte de los demás peatones.

      Esperaba que fuese un problemilla temporal y que se evaporase como un mal sueño. Pero no fue lo que ocurrió, sino que el estado de mi rodilla empeoró a medida que fue transcurriendo el día. Aquella noche gasté 70 dólares en rodilleras, bolsas de hielo y un frasco enorme de ibuprofeno en Duane Reade, una cadena neoyorquina de farmacias. Convertí la habitación del hotel en un improvisado hospital de campaña.

      Al día siguiente, me preparé para la carrera a un ritmo equivalente al 75-85 por ciento de mi frecuencia cardíaca máxima, envolviéndome la rodilla con una venda elástica de sujeción ACE y poniéndome encima la rodillera que había comprado. Ya había ingerido y digerido varios ibuprofenos, y las sustancias químicas antiinflamatorias estaban recorriendo a toda velocidad mi sistema circulatorio.

      Reprimiendo toda capacidad de juicio crítico, descubrí que si centraba mi atención en aterrizar con el pie en cierto ángulo, podía mantener a raya ese misterioso colapso de la rodilla. Esta táctica funcionó bastante bien y conseguí acabar el entrenamiento. Sentí un alivio increíble cuando me apliqué hielo sobre la rodilla después del ejercicio.

      Gracias a lo que he aprendido de Kelly, ahora sé que mi desaconsejable entrenamiento sobre la cinta sin fin fue el coste final de una larga serie de cambios: ya había llegado el momento de pagar. No correría más en 2011. A pesar de mis visitas a especialistas en medicina del deporte y a mis frenéticas intervenciones con masoterapia y antiinflamatorios, la pierna se había declarado en huelga. En mi cerebro se había activado algún mecanismo interno codificado de sabiduría evolutiva que me decía: «Tu autoridad sobre la orientación y uso de la pierna derecha queda rescindida hasta nuevo aviso». Mi objetivo de completar un año de entrenamiento continuo se había hecho pedazos.

      He tenido unos cuantos años para reflexionar sobre mi febril estado mental a finales de 2011, cuando creí que aquella lesión era una consecuencia natural de ser corredor. Se suponía que en la medida de lo posible había que evitar las lesiones mediante la correcta elección de zapatillas para correr, o de lo contrario uno se dedicaba a correr con ellas lo mejor posible. Las lesiones eran el enemigo, y era un problema de dominio de la mente sobre el cuerpo.

      Nunca se me ocurrió pensar que mi enérgica negación de la realidad y la dependencia de medicamentos y remedios sin receta médica podrían ser erróneas. Tampoco se me ocurrió jamás que las lesiones fueran manifestaciones de puntos débiles en mi infraestructura personal y en mi forma de correr. Una mirada más profunda a la raíz de todas y cada una de mis lesiones habría dejado al descubierto un agujero o debilidad que –si se hubiese corregido– me habría ofrecido no sólo la posibilidad de correr sin dolor, sino también un mejor rendimiento: más velocidad, más tolerancia al ejercicio y mejores marcas en las carreras con un gasto menor de energía.

      Tuve la increíble suerte de hablar con el ultracorredor Brian MacKenzie, el fundador de crossfit endurance, que me ayudó a que mi mente se abriera a una nueva forma de pensar sobre el atletismo y sobre el papel de las lesiones. Si hubiera seguido mi curso y hubiera intentado hacer otra barrida (una jugada de carrera en fútbol americano) durante 2012, tal como había hecho en 2011, casi seguro que hubiese terminado postrado con una sustitución de cadera o rodilla, o una reparación quirúrgica del tendón de Aquiles.

      MacKenzie enseña un método innovador que integra técnica de carrera, fuerza, acondicionamiento físico y nutrición en el contexto del atletismo de fondo con un bajo kilometraje, un elevado rendimiento