T.J. Murphy

Listos para correr


Скачать книгу

Fue el último, acabó una hora después que el ganador. La visión de aquella victoria a cualquier precio de la mente sobre el cuerpo inspiró a un periodista a decir que era «una actuación que da sentido a la palabra coraje».

      En los Juegos Olímpicos de 1984, la corredora suiza Gabriele Andersen-Schiess entró en el estadio olímpico unos veinte minutos detrás de la medallista de oro Joan Benoit. Charlie Lovett capta perfectamente la escena en su libro Maratón olímpico:

      «El público dio un grito contenido de horror al verla entrar tambaleándose en la pista, con el torso contorsionado, con el brazo izquierdo inutilizado y la pierna derecha presa de espasmos. Con un gesto de la mano rechazó la ayuda del personal médico que corría a ayudarla, sabedora de que si la tocaban, quedaría descalificada. El público reunido en el L. A. Coliseum aplaudió y vitoreó mientras ella, parando de vez en cuando para sostenerse la cabeza, recorría cojeando la pista para terminar los últimos 400 metros de la carrera».2

      También habría podido mencionar que tenía las rodillas horriblemente próximas, hundidas hacia dentro a cada paso, rozándose los tejidos blandos con una fricción que casi hacía saltar chispas. Aquella atleta hizo todo eso por entrar en el puesto trigésimo séptimo.

      Los vítores de la multitud eran tan fuertes que Andersen-Schiess, a pesar de que su cuerpo se estaba desmoronando ante aquella audiencia que proclamaba su aprobación y que atestaba el Coliseo, intentó reunir el suficiente control motor como para taparse los oídos con dos dedos.

      Se ha convertido en parte del espíritu del mundo del maratón la imagen de un corredor derrengado acabando una carrera de fondo épica a pesar del precio físico pagado. Doblado, contraído y cojeando, con los sistemas corporales fritos y deteriorados, rechaza la ayuda con la mano, cruza la línea de meta y se convierte en el héroe de la jornada.

      Los Juegos Olímpicos son los Juegos Olímpicos, y hay mucho que contar sobre el sacrificio y los Juegos, pero el hecho de que esta mentalidad comprometida con terminar lo emprendido haya calado en el mundo del atletismo es causa de alarma, o al menos objeto de discusión. Hubo 541 000 personas que acabaron un maratón en Estados Unidos en 2013.3 Ve y pasa una hora en la llegada de un maratón después de que hayan desfilado los que acabaron en cuatro horas y hayan recibido sus medallas. Estudia la mecánica, las cojeras, las rodilleras y las cintas cinesiológicas empleadas para que algunos de estos corredores crucen la línea de meta.

      El coraje es algo fantástico. Yo soy todo coraje, pero deberíamos ser sinceros respecto al coste implícito cuando el coraje se despliega para obligar a un cuerpo poco preparado o forzar a un cuerpo humano deteriorado a dar los 33 000 pasos que se dan en un maratón.

      Lo tremendo de los corredores es su mentalidad de terminar lo emprendido. Aunque también puede ser su perdición.

       CIENTO DIEZ AÑOS

      Pensemos por un momento en la vida de un jugador de béisbol de la Liga Mayor, quizá un lanzador cuyas pelotas alcanzan los 153 kilómetros por hora. Tal como Tom Verducci escribió en Sports Illustrated:

      Entra en las instalaciones de un club de béisbol importante antes de un partido y verás un cuerpo técnico compuesto por todo tipo de profesionales: entrenadores de la fuerza, masajistas, masoterapeutas, médicos, hidromasajes, baños de agua caliente, baños de agua fría, salas de pesas, gimnasios… y lanzadores lesionados.4

      Si eres un lanzador titular que juega 35 partidos al año y ya llevas muchos años en la Liga Mayor (ser lanzador y disfrutar de una larga carrera profesional tienden a ser términos antagónicos), es probable que te destroces el hombro y el codo más de una docena de veces. Digamos que te retiras con treinta años; gracias a un incesante carrusel de movimientos explosivos repetitivos, te has desgastado de veras.

      Si ganases diez millones de dólares o más al año, es probable que esta experiencia te compensara relativamente bien. Diste tu brazo por el béisbol y te lo compensaron bien.

      Pero ¿y los corredores? En esto es en lo que quiero que pienses. Si tienes alguna de esas lesiones que merman tu rendimiento (y tienden a aparecer juntas), entonces estás acelerando el ritmo al que desgastas las articulaciones y tejidos blandos cada vez que los pies golpean el suelo debido a:

       • Posturas defectuosas.

       • Grado de movilidad restringido.

       • Patrones de movimiento habitualmente deficientes.

      Aunque tu cuerpo está diseñado para durar hasta los 110 años, lo puedes hacer pedazos en 20 si pones suficiente empeño.

      Si tienes vigente un contrato por millones de dólares, tal vez haya alguna posibilidad de planteárselo. Pero si corres por amor al arte…, entonces ¿qué?

      El cuerpo humano es una máquina asombrosa y adaptable que se salta, cuando se lo pides, todas las lesiones pasadas y presentes que afloren a la superficie. Cuando la mente dice sí, el cuerpo obedece, hasta que se detiene echando humo.

      Hay un precio, y el precio es éste: si quieres disfrutar corriendo el mayor número de años posible –y por disfrutar también me refiero a aprovechar al máximo toda la velocidad, potencia y resistencia física que esa sorprendente máquina tiene que ofrecer–, entonces te corresponde respaldar el código ético de acabar las tareas emprendidas con otro código:

       Si le vas a exigir al cuerpo lo que se necesita para ser un atleta, entonces tu deber es cuidar ese cuerpo.

      Cuidar el cuerpo significa esforzarte de continuo en introducir y perseverar en las siguientes prácticas:

       • Buscar habitualmente las posturas óptimas con las que trasmitir potencia.

       • Desarrollar sistemas de movimientos corporales para que tu cuerpo tenga acceso a todos los arcos de movilidad para los que fue diseñado.

       • Practicar y dominar posturas y patrones de movilidad correctos.

       • Desarrollar la fuerza y la condición física para respaldar los buenos patrones de movimiento, desde el primer kilómetro hasta el cuarenta y dos y más allá.

      Si has sufrido una lesión que requiere acudir al médico de atención primaria que aparece en la lista de tu póliza de seguro médico, es probable que ya sepas de qué va: adivinas por el calzado que lleva el facultativo que no es corredor; luego sabes que la cosa irá rápida, que justo después de que te examine y descubra la tendinopatía aquílea o la tendinitis rotuliana, te mirará a los ojos como si no hubieses tenido que dejar el hospital psiquiátrico antes de lo necesario, porque el antídoto es tan evidente como el olor a desinfectante de la sala de reconocimiento.

      Y te dice: «Deje de correr».

      Yo no te voy a decir eso, porque estoy de tu parte. Quiero que corras hoy, quiero que corras bien, quiero que mejores y deseo que, algún día, cuando llegue el momento, seas esa máquina de correr que, en una competición abierta de atletismo, te permita ser el único de la categoría de 90 a 95 años que esté en la línea de salida de los 400 metros lisos.

      Considera este libro un manual para que corras toda la vida con un gran nivel de rendimiento.

       PRINCIPIOS BÁSICOS

      Para empezar, quiero que pienses en los principios básicos sobre los que se basa el método de Listos para correr.

       Se trata del rendimiento

      Cuando piensas en la prevención de lesiones, es probable que te acuerdes de esas técnicas que se recomiendan en los artículos de las revistas y que se supone que reducen la pronación de los tobillos o amortiguan el impacto del golpeo del pie contra el suelo. Esto suele implicar el uso de plantillas y correr menos por asfalto y más por hierba. Sin embargo, estas técnicas son como tiritas que sólo ayudan a retrasar lo inevitable.

      Lo