Federico Betti

El Precio Del Infierno


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a un inocente y que ese jodido bastardo todavía está en circulación más tranquilo que nunca?

      –Exactamente eso. –respondió Alice.

      Alice y Stefano salieron del local de Mauro e intentaron tranquilizarse los dos dando una vuelta en coche por Bologna. Quizás podría funcionar.

      Cuando se cansaron de caminar y de hablar se despidieron quedando para el día siguiente en la comisaría. Se separaron y se fueron a casa a reposar.

      Después de llegar a su apartamento provisional de la capital de Emilia-Romagna, Ally, así la llamaba de manera amigable Stefano, se dio una ducha fría y se tumbó sobre la cama. Después de diez minutos, se quedó dormida.

      Por extraño que parezca, después de todo lo que le había sucedido aquel día, consiguió dormir bien y cuando se despertó se sintió feliz por ello, aunque hubiera conseguido dormir poco tiempo.

      El despertar lo produjo, involuntariamente, el timbre del teléfono. No solía recibir llamadas a horas tan tardías. A lo mejor había sucedido algo grave. A lo mejor algo que tenía que ver con el caso que estaba siguiendo Stefano.

      Alarmada levantó el auricular.

      Sintió un extraño siseo y comenzó a preocuparse.

      –Nosotros nos conocemos. ¿No es verdad?

      Ella no respondió y permaneció a la escucha.

      – ¡Responde! ¿No es cierto que nos conocemos? Responde que sí.

      Tenía miedo. ¿Podría ser Santopietro? No, él no tenía aquel timbre de voz. No podía ser él. Pero, entonces, ¿quién era?

      Mientras tanto aquella voz seguí haciéndose sentir.

      –No hagas como si nada porque también tú sabes que nos hemos conocido.

      Alice, cada vez más atemorizada, colgó.

      Se tumbó de nuevo e intentó volver a dormirse. Pero no lo consiguió. Decidió levantarse e ir a beber algo fresco.

      Según entró en la cocina tuvo la extraña impresión de que algo había cambiado. Sin embargo, no sabría decir el qué. Finalmente observó una extraña frase en el suelo.

      ¡Reunámonos!

      ¡Seremos felices juntos!

      No entendía qué podría significar aquella extraña frase. No conseguía explicárselo.

      Hablaría sobre esto, sin duda, con Stefano Zamagni. Por ahora, pensó, en volvería a dormirse, suponiendo que lo consiguiese. Se acostó y cerró los ojos.

      ¡Ocuparéis vosotros su puesto…! Me lo habéis matado… Ocuparéis vosotros su puesto… Pagaréis por aquello que habéis hecho… me las pagaréis…

      Estaba intentando dormirse pero todos los intentos eran en vano. Permanecía despierta.

      En es momento sonó otra vez el teléfono. Eran las cuatro de la madrugada. Alice se tensó. Temblaba. No quería responder.

      ¿Y si por casualidad fuese Stefano que telefoneaba quizás porque le había ocurrido algo extraño como le había sucedido a ella?

      Decidió, llena de angustia, escuchar a quien fuese.

      –Nos conoce…

      Ally colgó temblorosa.

      Estuvo pensando en atrancar puertas y ventanas y esperar el nuevo día para encontrarse con su colega y desahogarse con él.

      Ocuparéis vosotros su puesto…

      Debía tranquilizarse.

      Lo habéis matado… debéis pagar por lo que habéis hecho… Ocuparéis vosotros su puesto…

      Alice estaba, como mínimo, desesperada. No podía quitarse de la mente aquellas palabras de Santopietro. Debía conseguir no pensar en ello. Por lo menos hasta que fuese de día para poder reposar un par de horas o tres.

      Mientras tanto volvió a la cocina para ver si por casualidad entendía algo de aquella frase en el suelo.

      Estuvo dándole vueltas un tiempo pero no sacó nada en claro. La frase era absolutamente indescifrable, sin embargo debía tener un significado.

      Aunque fuese un mínimo significado.

      Entretanto dieron las siete de la mañana.

      Cansada de estar en casa sin hacer nada decidió salir a caminar.

      Mientras estaba fuera se le ocurrió comprar el periódico antes de ir al trabajo.

      Se paró justo en vía Rizzoli, casi delante del local de comida rápida del amigo de Stefano, así que pensó en pararse a hablar.

      Mauro estaba atareado preparando todo lo necesario para los clientes del mediodía, dado que el resto ya estaba listo.

      En cuanto vio a Alice fue hacia ella.

      –Buenos días –le dijo Mauro – ¿Habéis sabido ya algo más sobre aquel atracador de ayer por la mañana?

      –Casi nada –respondió Alice –para ser exactos, sólo la dirección y los delitos cometido por él en el pasado.

      – ¿Nada más? –preguntó el amigo de Zamagni.

      –No –dijo Alice, decepcionada.

      El señor Romani quería invitarla a beber algo pero ella lo rechazó diciendo que no se sentía demasiado bien.

      Justo después se despidieron y ella se fue directamente a la comisaría. Estaba muy ansiosa por conocer alguna novedad sobre el caso, si es que había, y de hablar a solas con Stefano sobre lo que había sucedido esa noche.

      Él estaba sentado al escritorio y la estaba esperando.

      –Hola, Alice. ¿Cómo estás? –preguntó Stefano Zamagni.

      –No muy bien –respondió ella –No he pegado ojo esta noche. Estoy muy cansada.

      – ¿Qué es lo que ha sido tan terrible que no has podido dormir?

      –Justo era de esto que quería hablarte, Stefano.

      –Escúpelo todo, Ally. Cuéntame todo: siento curiosidad –dijo.

      –Cuando nos hemos separado ayer por la tarde fui directamente a casa y me fui a la cama. Después de unos minutos sonó el teléfono. En un momento dado pensé que eras tú el que llamaba porque necesitabas algo y no fue así. Ha respondido una voz extraña y me ha comenzado a decir que nos conocíamos… que nos conocíamos… Stefano… ¡que nos conocíamos!

      –Bueno podría ser verdad –le dijo Stefano tranquilo.

      –Yo nunca había escuchado aquella voz. ¡Yo no lo conozco! –replicó Alice cada vez más nerviosa. –Y no acabó aquí. Cuando he entrado en la cocina he observado una extraña frase que nunca había visto. Y te juro que ayer por la tarde no estaba.

      –Podría haberla escrito un ladrón que se ha infiltrado en tu piso para dejarte un mensaje codificado.

      –Pero toda la casa está ordenada.

      – ¿Estás segura?

      –Muy segura –respondió Alice.

      –Ven, reflexionemos sobre ello bebiendo algo –dijo Zamagni.

      –De acuerdo.

      Se fueron juntos a los distribuidores automáticos puestos a lo largo del pasillo de la comisaría, él tomó un café y preguntó a Alice si ella quería también otro.

      Respondió que no y añadió que estaba demasiado nerviosa para beberlo.

      – ¿Qué te parece si esta tarde cuando desconectemos fuese a tu casa para dar una ojeada a lo que hay en el suelo de la cocina?

      –Me pondría muy contenta –respondió Alice.

      En tanto volvieron los dos a trabajar.

      V

      Stefano