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E-Pack Deseos Chicos Malos 2 - abril 2020


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Ella sonrió y los dos intercambiaron miradas secretas de amor.

      Un golpe de calor le inundó las mejillas a Julia. Ella lo habría dado todo por que un hombre la mirara así, con amor y sinceridad. También se merecía ser amada de esa forma y no se iba a conformar con menos.

      Por desgracia, Trent no era capaz de sentir esa clase de amor, por lo menos no con ella. Él había dejado sus prioridades muy claras, así que no había lugar para la esperanza.

      La voz sincera de Laney interrumpió sus pensamientos.

      –A Evan y a mí nos gustaría mucho que fuerais los padrinos de nuestro hijo, cuando llegue.

      Aquella petición tomó a Julia por sorpresa. Ella siempre había esperado tener aquel honor, pero oírselo decir a Laney lo hacía todo tan real… Las lágrimas no la dejaron encontrar las palabras adecuadas. Desbordada por la emoción, solo pudo asentir con un gesto.

      Por debajo de la mesa, Trent le puso la mano en el muslo. Su miradas se encontraron un momento y una sonrisa asomó a sus labios.

      –Creo que eso es un «sí» de los dos –dijo él, y le dio un pequeño apretón antes de retirar la mano.

      Todos se pusieron en pie y empezaron a hablar al mismo tiempo. Evan estrechó la mano de Trent y le dio un abrazo. Laney y Julia se abrazaron con fuerza y las lágrimas corrieron por sus mejillas.

      Evan sirvió el champán y todos brindaron por los padrinos del bebé y…

      –Por mi hermano, Trent –dijo Evan.

      Trent y Julia alzaron las copas, las chocaron y bebieron un poco de champán. Laney bebió un pequeño sorbo y dejó la copa en la mesa.

      –Muchas gracias a los dos. Sé que vais a ser unos padrinos excelentes. Ojalá pudiéramos quedarnos más, pero tengo una cita con el médico mañana.

      –Y yo tengo que volver al trabajo. Tengo que pagarle la universidad a mi hijo –dijo Evan con un guiño.

      Laney sacudió la cabeza y sonrió.

      –Antes tendrá que pasar por preescolar, ¿no?

      Cuando terminaron de desayunar, se despidieron con la promesa de avisar en cuanto Laney estuviera de parto. Julia no iba a perderse ese momento por nada del mundo.

      Una limusina blanca llevó a los futuros padres al aeropuerto. Pero ellos no fueron los únicos que se marcharon. Julia tuvo que despedir al resto de invitados.

      Decirle adiós a su padre no fue nada fácil, sobre todo porque parecía un poco triste. Julia le había oído decirle a Rebecca que la llamaría, y la madre de Trent parecía encantada.

      –Déjalos boquiabiertos –le dijo su padre antes de irse.

      –Por supuesto. ¿Es que no confías en mí? –se despidieron con un beso y prometieron llamarse todos los días.

      Más tarde, Julia estaba en su despacho, absorta en sus propios pensamientos. Había tanto que hacer todavía… Esa misma semana iban a enviar las invitaciones y los catálogos. La nueva imagen del Tempest West estaba a punto de nacer con más prestigio.

      No se dio cuenta de la llegada de Trent hasta que levantó la vista y lo vio de pie delante del escritorio. Llevaba unos vaqueros gastados, un sombrero negro y una camisa de cuadros azul oscuro… desabrochada a la altura del cuello. Había una mirada desafiante en sus ojos.

      A Julia le dio un vuelco el corazón y decidió fingir estar muy ocupada. Tomó la invitación de muestra.

      –La llamaremos Fiesta de Aniversario y solo se podrá asistir por invitación. Una nueva inauguración daría la impresión de que la primera fue un fracaso.

      –Bien pensado –dijo Trent. Se apoyó en el escritorio, cruzó las piernas y los brazos y miró a Julia.

      –Deja de mirarme –le dijo ella, incómoda. Se puso a mirar el nuevo formato del catálogo.

      Trent esbozó una sonrisa pícara.

      –Quiero hacer algo más que mirarte.

      Julia negó con la cabeza.

      –Eso no va a pasar.

      –¿Quieres apostar?

      Julia dejó los papeles a un lado. Trent no quería hablar de negocios.

      –Por aquí sobran las apuestas, incluyendo el coche clásico de tu padre, por lo que he oído.

      Laney la había puesto al tanto.

      El padre de Trent había muerto joven. John Tyler sentía debilidad por los coches antiguos, pero solo había podido restaurar uno, un Thunderbird azul turquesa de 1959.

      –Ese premio será para mí. Sin duda alguna.

      La confianza de Trent no tenía límites.

      –Eso espero. Si es así, significará que he hecho bien mi trabajo. Ahora, si no te importa, tengo cosas que hacer.

      –Sí me importa –dijo Trent en un tono tajante.

      Se inclinó hacia delante y la agarró de la cabeza. Buscó su mirada un instante y entonces la besó hasta hacerla perder la razón. El beso duró cerca de un minuto, y cuando Julia logró tomar aliento se dio cuenta de que la había sorprendido en un momento de debilidad. Trent conocía sus momentos vulnerables y sabía cómo volverla loca.

      Trent la hizo incorporarse y ella se arrojó a sus brazos libremente. Él le puso las palmas en el trasero y se apretó contra ella hasta hacerla sentir su erección.

      –Quiero tumbarte sobre este escritorio y hacerte el amor hasta que olvidemos en qué planeta vivimos –le susurró al oído.

      Julia miró el escritorio; una hoguera de deseo ardía en su vientre. Trent ladeó la cabeza y le lanzó una sonrisa fugaz.

      –Julia, tengo una pregunta… –Kim irrumpió en el despacho con un montón de carpetas.

      La joven se detuvo en mitad de la habitación, asombrada.

      –Oh, lo siento, Julia… Lo siento mucho –dijo, y salió del despacho al tiempo que Julia se apartaba de Trent–. Volveré más tarde.

      –Sí, vuelve más tarde, Kim –dijo Trent, molesto.

      Julia sintió un fuego abrasador en la garganta. En cuanto Kim se marchó, sacudió la cabeza y señaló a Trent con el dedo.

      –¿Cómo esperas que haga mi trabajo si entras aquí y…?

      Él se encogió de hombros.

      –No lo tenía planeado.

      Ella cerró los puños y los apoyó sobre las caderas.

      –¿Ah, no?

      –Vine por una razón, y no fue para seducirte… Y no es que eso sea mala idea. Si Kim no hubiera sido tan inoportuna, ya estarías desnuda sobre el escritorio y estaríamos…

      –¡Basta! –Julia ahuyentó de su mente aquella imagen apasionada.

      Lleno de confianza, Trent contraatacó.

      –Te ha gustado, ¿eh? –le dijo, sonriendo.

      A Julia le faltó decisión. Trent la hacía perder el equilibrio con sus directas e indirectas. Su disciplina organizada se tambaleaba cuando él estaba cerca y su propio cuerpo la traicionaba cuando la tocaba.

      Julia miró los catálogos y trató de esconder el deseo que él había descubierto.

      –Dime a qué has venido.

      Trent hizo una mueca.

      –Los caballos salvajes han llegado.

      Julia parpadeó al oír la noticia.

      –He pensado en lo que me dijiste sobre poner en peligro a los huéspedes y creo que he encontrado una solución.

      –¿Y?