y más gente y más gente, porque era una ensalada de disparos impresionante y morían unos y otros, pues los dos mandaban más gente todavía. Ahora bien, llegó un momento en que se retiraron, naturalmente. Y, si en las batallas se manda más gente cuando mueren unos, «nosotros, por Cristo ¿vamos a hacer menos?». Y, automáticamente, claro, votaron por la ida de unos cuantos y se ofreció, me parece, todo el grupo que había allí.
Entremos en la Cuaresma, con este sentido práctico, pero con estas actitudes fundamentales que son naturalmente espirituales, sobrenaturales; pero que son totalmente prácticas, porque son las que fundan las realizaciones prácticas después. Y que, con esta actitud, veamos qué es lo que nos quiere conceder Dios y cómo hay que ser humilde, para que nos lo conceda. A lo mejor no nos concede casi nada de realizaciones concretas, pero a lo mejor nos concede mucho. Lo que importa mucho es que no perdamos nunca la esperanza de la acción de Dios. Lo que he dicho antes: Sigo deseándolo… Yo tenía en un cuaderno antes de irme al Seminario –o sea que tendría 15 años o, por ahí, 16–, «Un santo es un hombre que vive siempre esperando el milagro», es decir, esperando la obra de Cristo, el “quiero, queda limpio” (Mc 1,14). Está esperándolo siempre, hasta que llega el momento y, al menos, llegará antes de morirse, pero lo que es inconcebible es que no muramos siendo santos, y lo que es inconcebible es que no santifiquemos a la gente alrededor.
2. Misericordia y fruto pastoral
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Se trata de una meditación de retiro a sacerdotes, en febrero de 1988 [76-A]. El contexto de esta charla está marcado por la preparación de los sacerdotes para vivir la Cuaresma, en clave de santificación personal del mismo pastor. Solo así podrá dar fruto. La obra de la misericordia en este tiempo santo pasa por la tarea absolutamente necesaria de la abnegación. Para ello, hay que fijarse en lo que Dios ha obrado en los santos, así será fecunda nuestra esperanza.
Sería cosa de aplicar toda esta esperanza que venimos contemplando para ver con qué ánimos y con qué ganas tratamos de aprovechar la Cuaresma para santificarnos nosotros. No hago más que un poco de esquema.
Proporcionalidad entre santidad y fruto pastoral
En primer lugar, repasar un poco y actualizar la conciencia de esta proporcionalidad –que aludo siempre que hablo– entre mi santidad (mi vida espiritual) y mi fruto pastoral. La conciencia de la llamada a la santidad como única realidad y que, por tanto, no puedo ser fecundo más que en proporción a la santidad que tengo. Es cierto y seguro –y caso por caso– que, además, mi fecundidad solo anormalmente –por obra extraordinaria– será suplida por otras personas. Quiero decir aquella frase de S. Agustín que recuerdo muchas veces: “Si el pastor no es buen pastor y las ovejas son alimentadas por otro pastor, pues las ovejas no morirán claro, porque las alimentan, pero yo soy homicida”. Aquellas ovejas que Dios me ha encomendado, realmente –con todo el misterio que queramos– dependen de mí. Entonces, no solo no es que yo soy infecundo, sino es que yo «infecundizo» a los demás, es decir, que aquí no hay término medio: o estoy en una directriz adulta y fervorosa o estoy infectando. Y esto, darnos cada vez más cuenta, porque los principios son válidos desde el comienzo hasta ahora, pues ciertamente hay circunstancias que están en el plan de Dios, sea produciéndolas, sea permitiéndolas, en que ciertos aspectos toman más agudeza. La gente hoy evidentemente es más crítica, y se da más cuenta de las cosas, es más difícil engañarlas, y estamos escandalizando en el sentido negativo y en el sentido positivo. Como he recordado muchas veces, nuestros defectos (me refiero a defectos espirituales, claro) invalidan nuestras virtudes como valor de testimonio, porque la gente toma pretexto de los defectos que tenemos para no admitir los impulsos de virtud que podamos dar con una vida mediocre; y toma pretexto de las virtudes que tenemos para justificar los propios defectos nuestros: «D. Fulano no es tan obediente y mira qué bien trabaja, será que no hace falta ser tan obediente»; o «D. Fulano no trabaja, pero como es tan obediente será que no hace falta trabajar»; y «Entonces, no hay que tomarse las cosas tan en serio». Yo creo que tenéis todos experiencia abundante, que esto lo dicen.
Por otra parte, cuando el ambiente en general está no solo mediocre, sino mucho peor que mediocre, entonces las solicitaciones y la fuerza de las solicitaciones del mundo, del demonio y de la carne tienen una fuerza particular que es evidente; hay un déficit de gracia sencillamente por la falta de colaboración de las personas. Antes, no hace muchos años, a pesar de que digo que las cosas iban hacia abajo y, por tanto, estaban mal, sin embargo, todavía se podían encontrar ciertas compensaciones espirituales, quiero decir, y cierta energía menor del mal que actualmente. Ese muchacho podía ser en un pueblo más o menos despistado, pero tenía siempre una cobertura de un ambiente relativamente religioso, con cierta facilidad, por lo menos un grupo y además no tenía especiales solicitaciones al mal. Es que actualmente no pasa eso, claro: se está solicitando al mal descaradamente por todas partes y le están llegado los criterios de una solicitación al pecado mortal continua, una situación de pecado mortal continua. Lo que se podrá dudar es si hay culpa interior, pero vamos, de que efectivamente ve el mal, eso está claro.
Entonces, esta conciencia de la llamada a la santidad y, como recuerdo siempre, la llamada inmediata, porque el mal está funcionando ya y está creciendo ya. También aquí hay que señalar lo mismo. No podemos decir: «A ver si nos mantenemos por lo menos». Aquí no se mantiene nada, las cosas o crecen o se hunden. Podrá haber alguna persona que, más o menos, de manera un poco misteriosa, se mantenga en un crecimiento muy lento y muy mediocre, pero, en fin, por lo menos crezca. Pero es que lo general es que el conjunto del pueblo cristiano va hacia abajo con una velocidad tremenda y una fuerza del mal tremenda también aquí, en estas regiones nuestras. Y, por consiguiente, yo estoy allí metido. Que nosotros somos vulnerables, no creo que nos haga falta tener una humildad heroica para reconocerlo, y que somos vulnerables en cuanto a las tentaciones últimas está bastante claro, y que somos vulnerables en cuanto a las tentaciones no últimas, quiero decir no de situación de pecado mortal, pero sí de meternos en la pura mediocridad y en la tibieza, pues eso es tan evidente que no hace falta comentarlo, pues ya lo vemos.
Cuando hace relativamente pocos años decías cosas de éstas, te contestaban: «Hombre, pues no hay que exagerar y éste es buen sacerdote»; y estos buenos sacerdotes, que eran tan buenos, ahora están secularizados un cincuenta por ciento. Y algunos están sin fe; por lo menos eso dicen ellos. Bueno, nosotros no somos de mejor madera. Cuando estaba yo en el seminario o los primeros años de cura parecía una especie de amenaza bíblica: «Podemos caer»; al fin y al cabo, sabías una historia así de un sacerdote, de otro, un caso escandaloso, pero vamos, el exterior era mediocre, pero nada más; en cambio, a esta gente, no hace falta más que verlo cómo está el ambiente, estamos rodeados de sacerdotes mismos caídos.
Por tanto, esta conciencia de urgencia de respuesta a la santidad personal, por nosotros y por los otros que tenemos que responder, por un montón de personas y porque, aunque no tuviéramos que responder, supongo que tenemos todos suficiente sensibilidad para espantarnos de pensar que un montón de gente se condene o por lo menos lleve una vida de pecado, aunque puede que in extremis se salve.
La abnegación
Me refería antes a la contrición. Todo el aspecto de abnegación, que me he dado cuenta cada vez más que lo sabéis de sobra, pero vamos, os recomiendo que lo repaséis y que lo repaséis detenida y profundamente ahora, con ocasión del comienzo de la Cuaresma, los días antes, y que le pidáis a Dios luz para daros cuenta de la necesidad de la abnegación. Y lo que quiero recalcar un poco es esto, que también podéis tener presente facilísimamente: En la abnegación entra la tarea de negar unas series de formas nuestras, que resulta que en sí mismas no son pecado, pero que no son buenas conductoras de la caridad, no son expresivas de la caridad, que no vamos a llegar nunca a encajar del todo. Porque no está en el plan de Dios que los hombres seamos ya perfectos