Yo derramo la mía para pagar su muerte.
Mi muerte por la suya.”
En la declaración de los Caballeros ‒los asesinos‒ ellos declaran que Tomás debería haber huido, y así habría evitado el asesinato, una vez que ellos se habrían calmado. Le culpan, porque les ha provocado con su pasividad. Es exactamente la misma acusación de los primeros paganos. Recordar las primeras páginas de la Apología de San Justino.
Donde se expresa con toda nitidez la esencia pasiva del martirio, y su sentido de designio de Dios, en el Sermón de Santo Tomás el día de Navidad: “Un martirio cristiano no es nunca casualidad, porque no nace un Santo por casualidad. Y todavía menos, un Martirio cristiano es el resultado de la voluntad de un hombre, que quiere convertirse en Santo, como podría ocurrir con aquel que quiere gobernar en el Mundo. Un martirio depende de la voluntad de Dios, de su amor a los hombres, para aconsejarles y conducirles, para volverlos a traer a sus caminos. Nunca depende de la voluntad humana; porque el verdadero mártir es aquel que ha llegado a ser instrumento de Dios, que ha perdido su voluntad en la voluntad de Dios, y que ya nada desea para sí mismo, ni tan siquiera la gloria del martirio. Así es como en la tierra la Iglesia llora y se regocija a la vez, de una forma que el mundo no puede entender. Así en el cielo los Santos ocupan un elevado lugar, porque se humillaron tanto en la tierra, y se les ve no como nosotros los vemos, sino a la luz de Dios, de donde deriva su mismo ser”.
Por eso Tomás, ante la proximidad de los asesinos, responde a los sacerdotes que le incitan a la huida:
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