una tía nacida en Trelew, hermana de su madre, que había tenido una infección urinaria y que por poco se muere. La voz de Clara era insípida, con el mínimo de humedad posible; una voz desacostumbrada a articular palabra. En la esquina de Martín García compraron mandarinas y volvieron al parque a comerlas. Se sentaron en la barranca con el tráfico de Paseo Colón de fondo. El río flotaba en el aire como si fuera tierra mojada. Un perro trepó con dificultad por la cuesta, los distinguió y se acercó a husmear. Quizá porque el animal le recordó su profesión, Amer habló de taxidermia. Clara lo escuchó con la vista clavada en la distancia. Dio vuelta la cabeza para mirarlo cuando él definió su actividad como una filosofía de vida. Amer dijo que armaba bioterios en los museos. Tomó aire. Con cierta jactancia, contó que estaba embalsamando un elefante para el Museo de Ciencias Naturales de La Plata. Dejó entrever que dirigía un equipo numeroso. Clara dijo que sí con la cabeza. Después se acomodó el pelo con sus manos grandes, que no parecían fuertes, ni hábiles, ni sensibles, pero que ella usaba como si fueran herramientas.
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