construido por una civilización específica, exaltado en la era del desarrollo después de la Segunda guerra mundial. Hemos de cuestionar la noción misma de pobreza para enfrentar con lucidez la inequidad que genera lo que aún se denomina con ese nombre equívoco. Ser pobre, en Occidente, fue por siglos una virtud; se consideraba lo opuesto a poderoso, no a rico. Acaso debemos recuperar esa virtud y prescindir radicalmente del consumismo que nos hace cómplices de la destrucción de la naturaleza y de la desigualdad.
Las opciones
Este libro no es un mero ejercicio académico. Constituye una búsqueda sistemática de opciones de política para que la región pueda salir de los múltiples atolladeros en que se encuentra.
Reconoce, ante todo, que en nuestras sociedades ha estado cundiendo una resistencia cada vez más lúcida y mejor informada a los modelos de desarrollo impuestos desde los años cincuenta del siglo pasado. Examina lo que ha significado en la región la idea del Buen Vivir, que rescata nociones propias de la buena vida para dejar atrás el patrón de los países desarrollados, que en general llevó a adoptar el American Way of Life como norma que supuestamente recogería la aspiración de todas y todos.
Bartelt elabora de diversas maneras la cuestión fundamental de dar primacía a la política pública sobre los principios de la economía de mercado, que han sido llevados a su extremo en la era neoliberal. Ubica pertinentemente la cuestión en el terreno de la lucha democrática, al examinar la manera en que se ha avanzado sustantivamente, a lo largo de las últimas dos décadas, en la formación de una sociedad civil organizada, informada, bien articulada y con capacidad de acción. Al señalar que se aplicaron en nuestras sociedades conceptos de desarrollo del siglo XX con métodos propios de los siglos XVII al XIX, subraya la necesidad de adoptar decisiones políticas basadas no solamente en la opinión mayoritaria de la sociedad, sino en la participación activa de quienes la forman.
El libro ofrece un rico análisis de las diversas propuestas y corrientes que impulsan en la región cambios profundos. Tiene un claro sentido de urgencia. En el mundo entero se reconoce hoy que el camino seguido hasta ahora está agotado. El director general interino del Fondo Monetario Internacional (FMI), David Lipton, afirmó el 16 de julio de 2019 que el capitalismo necesita “corregir el rumbo”. No le encuentra defectos inherentes, pero debe modificarse. “Parte del problema es el auge de las desigualdades excesivas, a pesar de que las tasas de pobreza se han reducido en todo el mundo desde 1980”.[2]
Una corriente significativa considera que el capitalismo sí tiene defectos inherentes y que es preciso construir otro régimen, pero esta posición no implica, en la mayoría de los casos, adoptar el camino socialista. Algunos movimientos sociales actúan todavía dentro del marco capitalista dominante para impulsar luchas y reivindicaciones clásicas, pero las que Raúl Zibechi ha llamado “sociedades en movimiento”[3] tienen ya otra inercia y sentido: no se ajustan a ninguna de las vertientes establecidas, teórica y prácticamente; representan innovaciones radicales que podrían ser indicadoras de un cambio de era.
Una de las cuestiones que está de por medio es la relativa al Estado-nación democrático, la forma política del capitalismo. Persisten casi todos sus rituales, pero ha surgido la sospecha de que carecen cada vez más de sustancia. El Estado-nación fue la arena en que operó la expansión del capital por varios siglos; sin embargo, en las últimas décadas las fronteras nacionales se convirtieron en un obstáculo para el capital transnacionalizado, y por ello las empezó a disolver. De hecho, la función principal de los gobiernos de los Estados-nación (la administración de la economía nacional) se ha vuelto imposible: todas las economías se han transnacionalizado, y ninguna, ni las más grandes y poderosas, puede funcionar por sí misma. El capital, además, dejó de necesitar la fachada democrática en la era del despojo directo, y prefiere modalidades cada vez más autoritarias. Por éste y otros muchos factores y circunstancias, se han adoptado en las entrañas de la sociedad nuevos horizontes políticos que van más allá del régimen dominante y de las maneras de pensarlo.
A esa tarea urgente, a pensar con rigor lo que hace falta hacer ante los desafíos del ahora, contribuye sólidamente el libro que el lector tiene ahora en sus manos.
Gustavo Esteva[4]
San Pablo Etla, Oaxaca
Octubre de 2019
[1] V. Shiva, “Recursos” en W. Sachs (coord.), Diccionario del desarrollo: una guía del conocimiento como poder, México, Galileo Ediciones/Universidad Autónoma de Sinaloa, 2001.
[2] “Se necesita ‘corregir’ el rumbo del capitalismo: FMI”, La Jornada, 17 de julio de 2019. Disponible en: [https://www.jornada.com.mx/ultimas/economia/2019/07/16/se-necesita-201ccorregir201d-el-rumbo201d-del-capitalismo-fmi-834.html].
[3] Véase: [http://vocesenlucha.com/2015/10/11/raul-zibechi-sociedades-en-movimiento/]
[4] Activista mexicano, columnista de La Jornada y fundador de la Universidad de la Tierra en la ciudad de Oaxaca. Es uno de los defensores más conocidos del postdesarrollo.
CAPÍTULO I
América Latina: un malentendido que funciona
América Latina se forjó como un concepto de lucha en la política cultural y es aún, hasta hoy, una ficción. Si somos benevolentes, podría decirse también: un malentendido. Aunque uno que sí funciona. Hace ya más de 200 años que se independizaron las antiguas colonias ibéricas del otro lado del océano. El subcontinente alberga, dependiendo de la interpretación, entre 20 y 30 Estados nacionales, además de algunos territorios franceses de ultramar, zonas climáticas sumamente distintas y cientos de lenguas y etnias. Sin embargo, de manera única en el mundo, el subcontinente ha conservado un epíteto que remite a su pasado colonial y que oculta completamente su diversidad.
¿Por qué América “Latina”? Simón Bolívar, el líder militar venezolano educado en España, dirigió la guerra de independencia en diferentes territorios coloniales españoles de América del Sur, y de 1819 a 1830 presidió la confederación de Estados de la Gran Colombia. Lo que el Libertador vislumbraba era un gran imperio español-americano unificado, pero ya para 1850 el proyecto de Bolívar se había desmembrado en Estados nacionales hostiles entre sí.[1] Alrededor de esa época, intelectuales sudamericanos exiliados en París habían comenzado a pensar y nombrar la unidad de su subcontinente. Casi al mismo tiempo, al gobierno francés se le metió en la cabeza que tenía que oponerle un bloque latino de Estados romanos católicos y de lenguas romances tanto a las naciones anglosajonas como al bloque eslavo liderado por Rusia, pero dicha empresa terminó antes de que hubiera empezado realmente: el 19 de junio de 1867, Maximiliano de Habsburgo, importado desde Austria e impuesto por Napoleón III en el “trono imperial” mexicano que el propio Napoleón III había inventado, murió tras un concejo de guerra, atravesado por las balas de las tropas republicanas en México. No obstante, el periodista y poeta colombiano José María Torres Caicedo, el socialista chileno Francisco Bilbao y los otros latinos en París mantuvieron viva la idea básica: en el espíritu bolivariano se debían conservar, por lo menos, el ideal de unidad cultural y el legado ibérico-romano. Por eso a algunos también les importaba incluir simbólicamente a los habitantes americanos originarios en la comunidad nacional; pero no en balde La América Española remitía a la genealogía europea, no a la indígena. La denominación “América