Peter Sloterdijk

El imperativo estético


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hace más de cien años, la filosofía, en su camino hacia una modernidad radical, se esfuerza por desvanecer el espejismo idealista del cartesianismo y ahuyentar las quimeras de la subjetividad absoluta en beneficio de una inteligencia encarnada. Existencialidad en vez de sustancialidad; resonancia en vez de autonomía; percusión en vez de fundamentación.

      ¿Puede activarse el pensamiento oyente con métodos lógicos? ¿Es el oír como tal algo que podamos excitar u ocasionar a voluntad? ¿Podemos ir más allá de pedirle al oído que escuche? Juzguen ustedes mismos:

      I éja

      Alo

      Myu

      Ssírio

      Ssa

      Schuá

      Ará

      Niíja

      Stuáz

      Brorr

      Schjatt

      Ui ai laéla – oía ssísialu

      To trésa trésa trésa mischnumi

      Ia lon schtazúmato

      Ango laína la

      Lu liálo lu léiula

      Lu léja léja hioleíolu

      A túalo mýo

      Myo túalo

      My ángo Ina

      Ango gádse la

      Schia séngu ína

      Séngu ína la

      My ángo séngu

      Séngu ángola

      Mengádse

      Séngu

      Iná

      Leíola

      Kbaó

      Sagór

      Kadó

      ¿Kadó? ¿Cadeau? Tal vez convenga aprender mejor el arte de aceptar regalos o puras dávidas. El texto citado es el último «movimiento» de Ango Laïna, una especie de cantata fonética para dos voces que escribió en 1921 Rudolf Blümner, quien la llamó «poema absoluto». El Ango Laïna demostraba lo que la poesía puede ser después de emanciparse del léxico, la gramática, la retórica y la fonética de la lengua alemana. De las reflexiones poetológicas del poeta se desprende que su ataque antisemántico tiene por modelo la nueva música. Quería liberar definitivamente al lenguaje poético de la maldición de significar. La espontánea combinación de vocales y consonantes debía recrear una fuerza original de la formación de las palabras. Liberado de la esclavitud semántica, el sonido sale de las sombras y se da a oír con una frescura y una desnudez inauditas. Como no recuerda a nada que posea un significado, el poema puede apelar al oído en que penetra como por primera vez. Pero, al hacerlo, crea un nuevo un significado: sólo estoy para ser escuchado; soy un texto que trae al mundo la buena nueva del no-significar. De ese modo el poema exhibe coqueto, quizá también un poco modesto, su audibilidad y se ofrece al público como un regalo gracioso. Mas, precisamente por eso, queda en la mayoría de los posibles oyentes fuera del alcance de su oído, pues para ellos sólo caben inicialmente dos reacciones básicas: o bien se hacen los sordos ante la figura acústica porque no tardan en «descubrir» que es un texto sin sentido, o bien no advierten la presencia de las frescas sílabas porque, divertidos o no, «entienden» el texto –que aquí significa formarse la idea correcta de que el texto carece de significado–. ¿Qué se sigue de esto? Simplemente que también un poema como este, con su apuesta por la audibilidad pura, no puede forzar a nadie a oír en ninguna circunstancia. El ser sonido de los sonidos debe esperar al ser oído del oído, con el riesgo habitual de la inutilidad. También el imperativo auditivo de la poesía –¡escucha, que esta vez no puedes hacer otra cosa que escuchar!– debe reducirse a las preguntas: ¿oyes?, ¿has oído? No se puede hacer de una pregunta una orden sin destruir la audición. El sonido ofrecido es gratuito. También la demanda moralizante de una «nueva audición» –que durante mucho tiempo ha contaminado la atmósfera de la nueva música– sólo conduce a la experiencia de que el oído únicamente puede ser despertado en el modo de la oferta de oírse a sí mismo con el nuevo sonido.

      2. Percusión, vibración, flotación

      La idea de que la subjetividad no es fundamental sino de naturaleza medial no se impuso de la noche a la mañana. Rastrearé en dos textos sobresalientes de Hegel y Heidegger huellas del gran crespúsculo de los medios, en el curso del cual un pensamiento resonante y tembloroso se despega del pensamiento razonador y constructor.

      En el capítulo antropológico de la Enciclopedia de las ciencias filosóficas de Hegel (1830), concretamente en la sección sobre el «el alma sintiente», se encuentran algunas formulaciones que, con los medios de la psicología filosófica, se anticipan en más de ciento cincuenta años a los desarrollos de la moderna psicología profunda. Hegel articula por vez primera la idea de que un alma aun completamente vacía, sin experiencias, insensible y, por ende, indefinida, es permeada y modulada por las vibraciones del medio materno. En el §403 se lee:

      Todo individuo es una riqueza infinita de determinaciones de la sensibilidad, representaciones, conocimientos, pensamientos, etc.; pero yo soy por eso, sin embargo, algo enteramente simple: un pozo sin determinaciones en el que todo eso se conserva, sin existir.

      El alma es en sí la totalidad de la naturaleza, como alma individual es mónada.

      De esto se da en el § 405 una interesante explicación lógica:

      La individualidad que siente es primeramente, desde luego, un individuo monádico, pero en cuanto inmediato no lo es todavía como ello mismo, no es sujeto reflejado hacia sí y es por ello pasivo. De este modo, su individualidad afectada de mismidad es un sujeto distinto de él, que puede ser [lo] incluso como otro individuo por cuya mismidad [el primer individuo] es íntimamente puesto en vibración y enteramente determinado sin ofrecer resistencia alguna, como una sustancia que es solamente predicado sin autosuficiencia; este sujeto puede, por tanto, llamarse su genio.

      Lo que aquí puede haber quedado oscuro, se vuelve transparente en el corolario al mismo parágrafo: