del pobre Bean, que echa de menos a su novia de dieciséis años, que vive en Rockhampton.
Clare está animado.
—Con Ben, que quería decirnos lo gilipollas que es. Parece que le gusta la universidad. La próxima vez que lo veamos será rico y tendrá aire acondicionado.
—¡Ja, ja! —se ríe Greg.
—Capullo —dice Connor.
Clare me mira y sonríe. Me remuevo en el asiento, inquieta.
Bean se sienta lejos del resto. Greg pasa por delante de él y deja una lata de cerveza frente a él sin decir nada. Al chico se le ilumina el rostro y parece incluso feliz mientras mastica un trozo de carne y bebe cerveza.
Más tarde, Clare está de peor humor porque ha bebido y hasta Denis se lo pasa bien chinchándole.
—Estás echando un poco de barriga —dice, y le apunta al estómago con un dedo huesudo—. ¿Eso no te resulta un inconveniente en el dormitorio?
—Que te jodan, viejo imbécil —contesta Clare, pero Denis suelta una risita y le brillan los ojos. Es demasiado mayor como para meterse con él y, por eso, Clare se vuelve hacia mí y añade—: Qué cosas, los marineros no quieren mujeres en los barcos porque dicen que traen mala suerte. Que si llevan a una mujer vestida a bordo atraen la furia de los mares.
Me pongo rígida y miro directamente a Clare, pero él me evita. Sé que parece que estoy a punto de pelearme con él y noto que el corazón me late a un ritmo frenético.
Se toma el resto de su bebida de un trago.
—No está bien, ¡no está bien! —grita—. En tiempos de mi padre, no lo habrían tolerado.
—No sé —contesta Greg—. Tu padre te puso nombre de chica. Quizá era un tipo más progresista de lo que piensas.
Todo el mundo se ríe un poco.
Clare está rojo como un tomate y Greg sonríe mientras da un sorbo a su bebida. De pronto, Clare se levanta y se tambalea sobre el banco.
—Sois todos unos putos maricas —suelta antes de adentrarse en la noche.
Greg respira como un buque cisterna a mi lado y redacto un contrato mental con mi padre. Esto no puede durar mucho. Seguiré moviéndome y, a cambio de eso, él pasará a formar parte de mis nuevos recuerdos, al menos durante un tiempo. Ahora mismo, solo existe de la misma manera que el dinero que tengo en mi cuenta bancaria. Puedo mantenerlo cerca porque aquí todavía no hay nada que me conecte con ese momento, con esas personas, a excepción de las marcas que tengo en la espalda, que ya han cicatrizado lo bastante como para hacer creer que son hijas de un pasado que ya no volverá.
Por la mañana, Greg me recorre las cicatrices con los dedos.
—Son impresionantes —dice con verdadera admiración en la voz—. ¿Cómo te las hiciste?
Me vuelvo hacia él, lo miro y siento esa cuenta atrás, que podría salir de cualquier manera.
—Una mala relación.
Greg se incorpora en la cama y me coloca la mano en la nuca, como si tuviera que consolarme por algo. Por el momento, me permito creer que soy una especie de víctima. Me levanta el pelo y siento que las está mirando. Me besa la primera vértebra de la columna y dice:
—Lo mataré.
Ahí está, la mentira, y se vuelve verdadera; otro contrato firmado y sellado.
Se oye un chillido que luego se convierte en un grito. Greg se levanta disparado de la cama en calzoncillos y corre hacia el ruido. Para cuando alcanzo la cabaña, todos están rodeando la esmeriladora. Hay una mancha de sangre en la pared y Bean está en el suelo, llorando y sosteniendo lo que queda de su mano. Greg trata de que la mantenga por encima del corazón, pero el chico no tiene la cabeza para nada, no deja de mirar el muñón.
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