Javier Tapia

Mitología maya


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brotar nos uniéramos y diéramos más y más semillas, y nunca faltáramos por más que muriéramos o nos secáramos.

      Gucumatz agitó sus alas para darnos aliento de vida y pensamiento, narices, boca y lengua.

      Así nacimos y hablamos, sentimos y pensamos, dimos gracias a nuestros creadores y los veneramos.

      Al ver el prodigio, corrieron a vernos muchos señores divinos y señores de los cielos, para que también les habláramos y veneráramos, y así lo hicimos para no despertar su rencor y su violencia, pero bien sabemos que solo dos tenían el corazón de cielo, solo dos nos crearon: Tepeu, el Hacedor, y Gucumatz, el Emplumado.

      Los Señores Divinos

      Cuentan las historias de los viejos que los señores divinos emanaron del desorden para ordenar nuestro universo tras vagar por el cielo en busca de su alimento, y a pesar de que son tantos como las estrellas de los cielos, hasta nosotros se acercaron solo unos cuantos, unos mejores y otros no tan buenos, pero todos exigentes y celosos, hambrientos de devoción, obediencia y veneración, que es su alimento. Nosotros les hablamos, les pedimos y los veneramos porque los más ancianos aseguran que ellos lo hicieron todo, que ellos nos pusieron las viandas y todo lo que vemos, que ellos prepararon este mundo para que lo disfrutáramos nosotros, y no queda más remedio que agradecerles su esfuerzo.

      Todos tienen su leyenda, pero la memoria es flaca y a veces solo recordamos a los que más nos suenan, y mencionarlos a todos sería imposible porque son tantos como las estrellas de los cielos:

      Pawahtún, el señor que carga al Cosmos: cuenta la leyenda que su espalda es dura y rugosa, grande y amplia como el caparazón de las grandes tortugas o como el lomo de los caimanes. Flota sobre las aguas primordiales, oscuras y siempre quietas que evitan que el mundo y el universo entero caigan eternamente. Pawahtún es muy viejo, porque él ya andaba flotando en estas aguas antes de que se creara el mundo y brillaran las estrellas, antes de que el sol y la luna fueran puestos en el firmamento. Por debajo de él está el inframundo que habitan algunos señores de los cielos, que Pawahtún conoce muy bien y a veces contiene para que no suban al mundo de los vivos.

      Chac, señor de la lluvia y la fertilidad: cuenta la leyenda que él nos da la energía creadora, que sin él no habría partos ni las semillas crecerían. Chac está fuera y dentro de nosotros, lo bebemos y sale de nuestro cuerpo como semilla fecundadora. A Chac hay que tenerlo contento y hacerle sus ofrendas porque así como da la vida puede quitarla y destruir todo a su paso, como ya hizo con grandes ciudades y reinos. Lo adoramos, lo respetamos, lo conocemos y no lo dejamos ir, porque cuando se ausenta por mucho tiempo también trae hambre, desgracias y muerte.

      Chac, representación artística

      Yun Kaax, señor del maíz: también señor de los animales, las plantas, los minerales y demás cosas de la naturaleza, y que tienen cierta inteligencia, ya sea de subsistir, reproducirse, cazar o simplemente organizarse; por tanto, Yun es el señor de la inteligencia natural, esa que tienen los animales y las plantas, y tal vez también las piedras, porque estas se juntan y se acomodan, sirven para construir casas y presas. Gracias a Yun las plantas y los animales, aunque no hablan como quieren los señores de los cielos, sí piensan y sienten, quieren calor y cariño, cuidados y compañía, por eso entre ellos se entienden, se llaman y se gritan, y tienen a sus cachorros y procuran por ellos. Nosotros somos la compañía de los señores de los cielos, de la misma manera que las plantas y los animales nos acompañan a nosotros.

      Por otra parte, es el señor de la alimentación, porque los mismos hombres son de maíz, de él viven y comen, y a él vuelven cuando mueren y renacen.

      Ah Puch, señor de la muerte: cuenta la leyenda que también señorea la gula, la pereza, la envidia, el orgullo, la lujuria, la traición, la venganza, la enfermedad, los accidentes, el asesinato y el sacrificio, y todo lo que puede llevarnos a Xilabá, el inframundo, donde todo es oscuro y frío, triste y resentido, porque está habitado por señores divinos que purgan sus propios males y no nos quieren porque somos ruidosos y cantadores, y a ellos no les hacemos fiestas ni los veneramos, pero a Puch hay que tenerlo contento para lograr una buena muerte tras una vida larga, sana y alegre. Puch a veces nos ayuda y nos hace favores con cosas que parecen imposibles, y hasta nos advierte del futuro, porque él sabe lo que nos puede ocurrir desde que nacemos hasta que llegamos a sus dominios, por eso hay que cumplirle las ofrendas y las promesas, escuchar y seguir sus consejos.

      Ah Puch, señor del inframundo

      Kauil, señor del fuego: no solo de la llama y de la lumbre que quema en la cocina, sino también del fuego sagrado interno, de la fuerza espiritual, de la energía vital e incluso de la sangre como motor ardiente de la existencia, y en este sentido hay quien lo relaciona con las élites gobernantes que se traspasaban el poder de padres a hijos, de hermanos a hermanos, o simplemente entre familiares, si bien había otras formas de llegar al poder y no hay grandes ni largas genealogías entre los gobernantes maya.

      Kauil, por otra parte, está relacionado con las cosechas abundantes, sobre todo de maíz, el cultivo mayoritario de los mayas; y con las pruebas de iniciación para los jóvenes sacerdotes, donde las tentaciones y las debilidades podían dejarlos fuera de tan alto honor.

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