sido sin duda uno de los mitos más populares de la mitología maya de todos los tiempos.
Cuando el fin del mundo, de la humanidad y del tiempo se echa encima, el origen de la humanidad pasa a segundo término, y tal parece que en la memoria colectiva del pueblo maya existe un enorme temor a la desaparición final, porque ya la han vivido en otro tiempo y en otro lugar.
Dentro del mundo maya, sin embargo, hay una leyenda muy popular que nos habla de cómo los señores de los cielos crearon la humanidad.
Las tres humanidades
El todo fue creado de la nada por la voluntad de los señores de los cielos, así, de pronto, como un chasquido de dedos de ahora no hay y ahora sí hay.
Los señores de los cielos recorrieron todo el firmamento y lo llenaron.
Por eso hay tantos señores de los cielos como estrellas en el firmamento, pero hasta nosotros, que aún no éramos, se acercaron unos cuantos.
Vieron que el terreno era bueno y crearon a las plantas y a los animales, pero ninguno de ellos les satisfizo.
Se reunieron en asamblea muchos señores de los cielos, y decidieron crear una criatura que los colmara de veras, que fuera industriosa y que tuviera mucha inteligencia.
Trajeron barro y lo moldearon, y le insuflaron vida.
Así nacieron los hombres de barro, con sus mujeres de barro y sus hijos de barro.
Crecieron y formaron sus pueblos de barro.
Las lluvias los desmoronaban, pero ellos volvían a moldear el barro del que estaban hechos para erigirlo todo de nuevo.
La sequedad los resquebrajaba y el viento los desbarataba, pero ellos se humedecían y volvían a estar hechos.
Nada sabían, ni querían saber, los hombres de barro de señores del cielo que los habían creado, porque ellos se sabían modelar a sí mismos y no necesitaban de señores del cielo que los ayudaran.
Los señores del cielo se sintieron decepcionados y mandaron una gran inundación para que lo destruyera todo y los hombres de barro no pudieran volver a moldearse, y así volvieron a quedarse solos.
Se juntaron de nuevo en asamblea, pero ya no fueron todos, solo unos cuantos se reunieron, y decidieron hacer a los hombres de madera, fuertes, trabajadores, listos y muy unidos a la naturaleza.
Trajeron muchos troncos, los pelaron, los fraguaron, les dieron forma y por fin les quedó un buen trabajo.
Insuflaron vida a la madera moldeada y así nacieron los hombres de madera, con sus mujeres de madera y sus hijos de madera.
Hicieron su pueblo y sus casas de madera.
Sembraron árboles y comieron de sus frutos y disfrutaron de su madera.
Cuando ya estaban viejos y secos, iban en busca de retoños y hacían nuevos hombres, mujeres e hijos de madera.
Si hacía mucho sol se ponían a la sombra.
Si llovía mucho hacían surcos para que corriera el agua y no se inundara.
Si no llovía escarbaban en la tierra y encontraban la que les faltaba. También hacían presas de madera para asegurar el agua.
Los señores de los cielos los observaban y veían cómo crecían y progresaban, pero de ellos, de sus creadores, no se acordaban, no los necesitaban para nada, y claro, no los llamaban ni los veneraban.
Los señores de los cielos se sintieron fracasados de nuevo, su obra no les rendía fruto alguno, en algo se habían equivocado, algo les faltaba a sus creaciones.
Así que mandaron tormentas de fuego para que ardiera la madera y se quedara todo en cenizas, sin rastro de los hombres, mujeres e hijos que con tanto afán habían modelado.
Volvieron a reunirse los señores de los cielos, ahora solo tres, el señor de agua, el señor del viento y la señora de la sabiduría.
Necesitamos un ser que nos adore y nos venere por darle aliento y vida, dijo el señor del viento.
«Necesitamos un ser que nos adore y nos venere por calmarle la sed y hacerlo fértil a él y a sus cultivos», dijo el señor del agua.
Necesitamos un ser humilde, que tenga alma y consciencia, que nos siente dentro de su corazón para que no nos olvide y venere siempre, pero, sobre todo, necesitamos que no dure para siempre, pero que se pueda sembrar como una semilla para que renazca y progrese, y así nos tenga siempre presentes en sus pensamientos, porque lo que no se piensa no sucede.
Los señores de los cielos pensaron entonces a la humanidad, para que fuera de su agrado. «Hay que sembrarlos para que broten de nuestro pensamiento», pensaron, y así lo hicieron.
Cogieron una semilla de maíz, la sembraron, le insuflaron vida y alma, consciencia y espíritu, cuerpo y mente, y de los brotes de la planta nacieron los primeros hombres, mujeres e hijos del maíz.
Dieron gracias a los señores de los cielos por el aliento de vida, la fertilidad y la sabiduría.
Los hombres, mujeres e hijos del maíz no se modelaban a sí mismos, pero podían reproducirse entre sí, como otras plantas y como otros seres, y no eran eternos, pero al fenecer eran enterrados, y renacían en forma de alimento que colmaba al pueblo, por lo que daban siempre las gracias a los señores de los cielos.
Yun Kaax, creando a los hombres de maíz
Cuando necesitaban fuerza, salud y aliento, llamaban al señor del viento.
Cuando tenían sed o padecían sequía y sus cultivos no producían, llamaban al señor del agua.
Cuando no sabían qué hacer o cómo resolver un problema, llamaban a la señora de la sabiduría.
Así los veneraban y hacían todo para que estuvieran contentos, tanto si era una joya o un pan, un perfume o un remedio.
Los señores de los cielos observaron a su creación, y por fin se dieron por satisfechos: «Perdonaremos sus errores y los cuidaremos mientras nos respeten, nos veneren y no se olviden de sus creadores.»
Nosotros somos hijos del maíz, maíz comemos, maíz somos por fuera y por dentro, y nada puede pasarnos porque los señores de los cielos están con nosotros.
Tepeu, el Hacedor, y Gucumatz, el Emplumado
Muchos son los señores de los cielos.
Muchos son los señores divinos.
Pero pocos son los que tienen el corazón de cielo.
Todos ellos bajaron de sus aposentos estelares y crearon la Tierra.
Luego la llenaron de agua y plantas.
Más tarde pusieron a las hermosas aves de coloridos plumajes. Algunas silbaban y cantaban, pero no hablaban.
Tocó el turno a los peces grandes y chicos, pero hablaban menos que las aves.
Así a los perros, que ladraban, a los monos, que ululaban, a los jaguares, que gruñían y a los insectos, que zumbaban, pero nadie hablaba.
Los señores de los cielos hicieron a los humanos de barro, raza que no prosperó porque no tenían boca y solo gemían, pero no hablaban,
Los señores divinos hicieron a los humanos de madera, raza que tampoco prosperó, porque tenían boca, pero no lengua, y solo rechinaban, pero no hablaban.
A cada fracaso menos señores divinos y de los cielos se reunían en asamblea para crearnos, al final solo quedaron dos, los que tenían el corazón de cielo, Tepeu y Gucumatz.
Ellos nos soñaron y nos pensaron, lo discutieron entre ellos y decidieron hacernos de material vivo y fértil, para que sintiéramos, amáramos, pensáramos y habláramos, evolucionando y creciendo de forma mejorada cada vez que nos sembráramos.