Блейк Пирс

Si Ella Se Ocultara


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       CAPÍTULO VEINTE

       CAPÍTULO VEINTIUNO

       CAPÍTULO VEINTIDÓS

       CAPÍTULO VEINTITRÉS

       CAPÍTULO VEINTICUATRO

       CAPÍTULO VEINTICINCO

       CAPÍTULO VEINTISÉIS

       CAPÍTULO VEINTISIETE

       CAPÍTULO VEINTIOCHO

       CAPÍTULO VEINTINUEVE

       CAPÍTULO TREINTA

       CAPÍTULO TREINTA Y UNO

       CAPÍTULO TREINTA Y DOS

       CAPÍTULO TREINTA Y TRES

      CAPÍTULO UNO

      Hay momentos en la vida de toda mujer en las que se espera que lloren: bodas, partos, quizás el primer baile o el matrimonio de sus hijos. Pero un momento que Kate Wise no había esperado que le hiciera derramar lágrimas fue ver a su nieta gatear por primera vez.

      La estaba cuidando en ausencia de Melissa y Terry, como lo había estado haciendo una vez a la semana en el último mes. Ellos habían hecho el compromiso de mantener la frescura y la excitación en su matrimonio, y se habían prometido salir juntos al menos una noche a la semana. Kate se quedaba con la pequeña Michelle en esas noches, y en las pasadas cinco semanas, había visto a su nieta experimentar mientras cargaba su peso sobre rodillas y antebrazos hasta que, hacía unos cinco minutos, entre balbuceos y sonrisas, se había mecido hacia atrás y hacia adelante sobre manos y pies.

      —Vas a lograrlo —dijo Kate, colocándose en el piso junto a Michelle. Para su sorpresa sintió venir las lágrimas y les dio la bienvenida.

      Michelle la miró, claramente deleitada por la animación que había en la voz de su abuela. Se meció de nuevo hacia adelante y hacia atrás… y entonces gateó. Hizo dos movimientos para avanzar antes de que sus brazos cedieran. Pero entonces se reincorporó y lo hizo de nuevo.

      —Aquí vas —dijo Kate, aplaudiendo—. ¡Buena chica!

      Michelle balbuceó en respuesta y continuó avanzando torpemente con sus pies y sus manecitas.

      Kate comprendió que quizás el hecho de que Michelle estuviera gateando no era lo que la estaba haciendo llorar. Era la mirada en el semblante de la bebé, la confianza incondicional y la felicidad en sus ojillos cuando se encontraba con el rostro de Kate. La mirada de Michelle era muy parecida a la de Melissa cuando era bebé y toda la situación era demasiado para asimilar de una sola vez.

      Estaban sentadas sobre una manta colocada en el piso, doblada en dos para proporcionarle más grosor en caso de que Michelle se tambaleara. Pero aparte de una de esas ocasiones, no se había caído en modo alguno. De hecho, estaba en ese momento palmoteando las piernas de Kate, como si exigiera más atención. Kate la levantó, la colocó entre sus piernas, y permitió que Michelle apretara sus pulgares.

      Kate disfrutaba el momento. Había visto crecer demasiado rápido a su hija, así que sabía lo fugaces que podían ser estos momentos. Se sintió un poco culpable porque Melissa y Terry se estuvieran perdiendo este logro, sin embargo. Estuvo a punto de llamar a Melissa para contarle, pero no quería interrumpir la cita de ambos.

      Estando sentada sobre la manta mientras jugaba con Michelle, alguien tocó a su puerta. Kate lo había estado esperando, pero Michelle giró su cabecita en dirección a la puerta con una expresión incierta.

      Kate se enjugó el resto de lágrimas antes de decir, —Pasa.

      La puerta principal se abrió y Allen entró. Traía bolsas con comida china para llevar y a Kate le encantó descubrir que también cargaba su bolso de mano.

      —¿Cómo están mis dos chicas favoritas? —preguntó Allen.

      —Moviéndonos bastante —dijo Kate con una sonrisa—. Esta pequeña traviesa acaba de gatear por primera vez.

      —¡No puede ser!

      —Sí, lo hizo.

      Allen caminó hasta la cocina y sacó dos platos de la alacena. Mientras servía la cena en los platos, Kate sonrió. Ya se movía a sus anchas por la casa. Y a ella también la conocía; por ejemplo, sabía que detestaba la comida china servida en esos pequeños y endebles envases y la prefería servida en platos de verdad.

      Él trajo la cena a la sala, colocándola sobre la mesa de café. Michelle mostró gran interés en ella y trató de alcanzarla. Cuando se dio cuenta de que no podía, volvió la atención a sus tobillos.

      —Vi que trajiste tu bolso de mano —dijo Kate.

      —Así es. ¿Está bien?

      —Es maravilloso.

      —Supuse que podríamos salir mañana temprano y hacer ese viaje a las Montañas Blue Ridge del que siempre hablamos. Tomar algunos de esos tours de degustación de vinos, y quizás quedarnos en un pintoresco hotelito en las montañas.

      —Suena bien. Y espontáneo, además.

      —No demasiado espontáneo —rió Allen—. Llevamos como un mes hablando de esto.

      Allen se sentó frente a ella y le abrió los brazos a Michelle para que viniera hasta él. Ella conocía suficientemente bien su cara y se puso a gatas. Comenzó a ir hasta él, balbuciendo todo el tiempo. Kate miró desplegarse toda la escena, intentando recordar una época cuando su corazón había estado así de rebosante.

      Comenzó a comer su cena, observando a Allen jugar con su nieta. Michelle estaba haciendo su rutina de mecerse hacia atrás y hacia adelante mientras Allen la festejaba.

      Cuando el teléfono de Kate sonó, los tres miraron hacia él. Incluso Michelle conocía el timbre de un teléfono celular, y sus manecitas se estiraron para alcanzarlo al tiempo que se sentaba sobre la manta. Kate lo tomó con rapidez de la mesa de café, suponiendo que sería Melissa llamando para saber de Michelle.

      Pero no era Melissa. El nombre en la pantalla rezaba: Durán.

      Se sintió dividida en dos al ver el nombre. Una parte importante de ella estaba emocionada ante la perspectiva de ayudar en un caso. Pero la parte que estaba enamorada no quería responder en este momento el teléfono. Aunque podía ser Durán simplemente llamando para hacer una consulta —algo que había estado haciendo cada vez más en los últimos meses—, ella también sabía que podría ser algo de mucha presión y consumir tiempo.

      Kate podía asegurar que Allen ya había juntado las piezas y sabía quién estaba llamando. Quizás lo supo por la vacilación en su rostro.

      Ella contestó de manera diligente, orgullosa de continuar activa trabajando con el Buró, a pesar de tener más de cincuenta y seis.

      —Hola, Director —dijo—. ¿A qué debo el placer?

      —Buenas tardes, Wise. Mira… tenemos una situación que no se diferencia mucho de lo que manejas. Doble homicidio y personas desaparecidas. Todo en un solo caso. Es un