CAPÍTULO UNO
Cassie Vale, de veintitrés años, estaba sentada al borde de una de las dos sillas de plástico que había en la sala de espera de la agencia de niñeras, mirando fijamente a los pósters y mapas de la pared de enfrente. Arriba del logo cursi de Las Niñeras Europeas de Maureen había un póster de la Torre Eiffel y otro de la Puerta de Brandeburgo. Una cafetería en un patio adoquinado, un pueblo pintoresco con vista al mar azul. Escenas de ensueño, lugares en los que anhelaba estar.
La oficina de la agencia era estrecha y sofocante. El aire acondicionado hacía ruido aunque no funcionaba y por los respiraderos no pasaba ni una bocanada de aire. Cassie estiró el brazo y discretamente se limpió una gota de sudor que le caía por la mejilla. No sabía cuánto tiempo más podría soportar.
La puerta de la oficina se abrió de pronto, ella dio un respingo y tomó los documentos de la otra silla. Pero se desilusionó al ver que era otra entrevistada que salía: esta era rubia, alta y delgada, y rebosaba toda la confianza que Cassie deseaba tener. Sonreía satisfecha con un manojo de formularios de aspecto oficial, y apenas miró a Cassie al pasar.
Cassie sintió que su estómago se contraía. Miró a donde estaban sus documentos preguntándose si ella también tendría éxito o si se iría decepcionada y humillada. Sabía que su experiencia era penosa e insuficiente, y que no tenía certificaciones en cuidado de niños. La agencia de cruceros a la que se había presentado la semana anterior la había rechazado. Le habían dicho que sin experiencia no podían siquiera registrarla. Si era lo mismo aquí, no tenía la más remota posibilidad.
—¿Cassandra Vale? Soy Maureen. Por favor, pasa.
Cassie levantó la vista. Una mujer de cabello gris y traje oscuro la esperaba de pie en la puerta. Claramente era la dueña.
Cassie se puso de pie tambaleando al tiempo que sus papeles, organizados cuidadosamente, se desparramaban del archivador. Los juntó y, con el rostro enardecido, se dirigió de prisa hacia la sala de entrevistas.
Mientras Maureen hojeaba los papeles con el ceño fruncido, Cassie comenzó a sacarse la cutícula con las uñas y enseguida entrelazó las manos, la única manera de frenar ese hábito nervioso.
Intentó respirar profundo para tranquilizarse. Se dijo a sí misma que la decisión de esa mujer no era su único billete para salir de aquí. Había otras maneras de escapar y empezar de cero. Pero por ahora, esta parecía ser la única oportunidad que le quedaba. La empresa de cruceros le había dicho que no categóricamente. Enseñar inglés, otra de sus ideas, era imposible sin certificación, y obtenerla era muy costoso. Tendría que ahorrar por un año más para poder empezar, y en este momento no podía darse el lujo de perder el tiempo. Le habían arrancado esa opción la semana anterior.
—Entonces, Cassandra, ¿te criaste en Millville, Nueva Jersey? ¿Tu familia aún vive allí? —preguntó Maureen finalmente.
—Por favor, llámeme Cassie —respondió— y no, se mudaron.
Cassie apretó sus manos, preocupada por el rumbo que tomaba la entrevista. No había anticipado que le preguntaran en detalle por su familia, pero ahora se daba cuenta de que era evidente que iban a necesitar los antecedentes de la vida familiar de una postulante, dado que las niñeras iban a convivir y trabajar en los hogares de los clientes. Tenía que pensar rápido, porque si bien no quería mentir, temía que la verdad pusiera en peligro su postulación.
—¿Y tu hermana mayor? ¿Dices que trabaja en el exterior?
Para alivio de Cassie, Maureen había pasado a la siguiente sección. Ya había pensado en qué decir si le preguntaban, promovería su propia causa de manera que no requiriera ningún detalle que se pudiera corroborar.
— Los viajes de mi hermana definitivamente me han motivado a aceptar un trabajo en el extranjero. Siempre quise vivir en otro país y me encanta Europa. En particular Francia, ya que manejo el idioma con bastante fluidez.
—¿Estudiaste francés?
—Sí, por dos años, pero conocía el idioma de antes. Mi madre se crío en Francia y ocasionalmente trabajaba como traductora independiente cuando yo era pequeña, por lo que mi hermana y yo crecimos con una buena comprensión del francés hablado.
—¿Qué esperas obtener del trabajo de niñera? —le preguntó Maureen en francés.
Cassie estaba encantada de poder responderle en forma fluida.
—Aprender más sobre la vida en otro país y mejorar mi dominio del idioma.
Esperaba que la respuesta impresionara a Maureen, pero esta permaneció rígida mientras terminaba de leer detenidamente los papeles.
— ¿Aún vives con tu familia, Cassie?
Volvemos otra vez a la vida familiar… Quizás Maureen sospechaba que ella ocultaba algo. Tenía que responder con más cuidado. Mudarse a los dieciséis, como había hecho ella, llamaría la atención de la entrevistadora. ¿Por qué tan joven? ¿Tenía problemas en casa? Necesitaba dar una imagen más atractiva que sugiriera una vida familiar normal y feliz.
—Vivo sola desde los veinte años —dijo ella, mientras sentía que su rostro se enrojecía por la culpa.
—Y trabajas media jornada. Veo que tienes una referencia aquí de Primi, ¿es un restaurante?
—Sí, he trabajado allí como mesera durante los últimos dos años.
Lo