de 2011). Parece curioso, ¿por qué los estudiantes secundarios?
Una hipótesis posible y para bien de nuestra sociedad es que los adolescentes están pensando y lo hacen con mayor libertad que los adultos. Pero no solo piensan, sino que también «actúan» sin medir muchas veces sus consecuencias, y más todavía, su acción tiene efectos. Esta vez, cuando se les criticó que el alza de precios del Metro no afectaba a los estudiantes, respondieron con claridad meridiana, «sí, pero afecta a nuestras familias», y con esta respuesta lograron dos victorias: sumaron a sus madres y padres y le quitaron el piso al discurso de Piñera y la derecha, que siempre dice actuar en defensa de la familia.
¿Por qué el Metro? Esta es una pregunta que muchos se han hecho y que genera sentimientos ambivalentes, ya que Metro es un bien público y presta un gran servicio para el transporte. Pero, habría que agregar, el Metro simboliza el orden y el Estado. Dicho en lenguaje juvenil, representa «el sistema» que organiza la vida cotidiana de la ciudad. El ataque al Metro, si lo vemos en retrospectiva, efectivamente golpeó al sistema y desarticuló el orden de la ciudad. Como reza el refrán popular: «para hacer una tortilla hay que quebrar huevos», y esta vez se quebraron.
La noche del viernes 18, los ataques al Metro se extendieron y amplificaron cuando se sumaron los jóvenes de los barrios populares y las dos líneas más afectadas fueron el eje La Florida y el eje poniente, Quinta Normal, Pudahuel y Maipú, dos ejes del Metro que recorren territorios del pueblo, en la manifiestamente escindida ciudad de Santiago.
La misma noche del viernes, pero con mayor amplitud, el sábado, se multiplicaron, a lo largo del país, los ataques a los supermercados. El grupo más afectado fue el de Walmart6, con sus emblemáticos Supermercados Líder (Walmart reconoció la noche del domingo 140 locales saqueados). Pues bien, ¿por qué este grupo fue el más afectado? La razón parece sencilla: es el que está cerca del pueblo, al que más se le debe, el que se visita cotidianamente. De las farmacias no se requiere mucho análisis: la especulación con los precios de los remedios la padece la gente mayor, y especialmente los jubilados, que ocupan en ellos la mayor parte de sus precarias pensiones. Si el Metro representa al Estado, las redes de supermercados y farmacias representan al «mercado» y el «estallido social» creó la ocasión para «pasarles la cuenta».
3. Los distintos repertorios de acción, de las clases medias y de los más pobres
La mayor sorpresa para el gobierno y para todos los chilenos fue que, decretado el «estado de emergencia», las movilizaciones continuaron, es decir la medida que ponía militares en las calles no actuó como antídoto ni descomprimió la protesta, que tomó dos formas; caceroleo y ocupación de plazas (Plaza Italia en el centro y Plaza Ñuñoa en el sector oriente, entre las más visibles en Santiago), así como «marchas» en provincias y saqueos en los barrios de Santiago e importantes ciudades a lo largo del país.
Las manifestaciones fueron reporteadas por los medios de comunicación (radios y TV) de modo casi ininterrumpido, con un doble discurso: protestar pacíficamente es un derecho, saquear es un delito. Evidentemente en este discurso de los medios está en juego la legitimidad de la protesta social, que revela la acción de dos grupos
sociales distintos, la de clase media7 y la de los sectores más pobres. A estos últimos se los criminaliza con una variedad de argumentos que van desde la condena a la violencia hasta la defensa de la democracia. Lo que no se dice es que la precariedad de la democracia es el resultado del predominio de los intereses de unos pocos, que han sido protagonistas de los mayores actos de corrupción en los últimos años y que, además, se protegen entre sí mediante juicios prolongados y sin destino o restituyendo algo de lo robado al Estado, o con condena a «clases de ética».
La convivencia de diversos repertorios de acción genera diferencias en la «opinión pública», fuertemente reforzada por los medios de comunicación, que condenan en coro «la violencia». Sin embargo, hay que admitir que si esto no hubiese ocurrido –los ataques a los símbolos del Estado y de mercado– no estaríamos en medio de un estallido y de una crisis que abre las posibilidades de recrear y reimaginar el futuro de la sociedad chilena.
Probablemente las manifestaciones continuarán en estos días, aunque hay que admitir que la represión y la presencia militar en las calles surtirán sus efectos, especialmente en relación a los saqueos, pero no es claro que disminuya la presión social y política, diversificándose los repertorios de acción (o, dicho de otro modo, las formas de lucha), mediante marchas, caceroleos, paralizaciones, pronunciamientos públicos, llamados a «protesta nacional», donde las acciones pacíficas convivirán con brotes de violencia social. No ignoramos que las diferencias en los repertorios de acción generan divisiones y conflictos, que pueden dificultar políticas de alianza y ser manejados por el gobierno y los medios de comunicación como una estrategia para legitimar la represión.
4. El protagonismo de los jóvenes
Un hecho que ha llamado la atención en las movilizaciones de los últimos días es la visible presencia juvenil. Desde los orígenes del movimiento, que comenzó con los estudiantes secundarios, y prácticamente en todas las movilizaciones en plazas, avenidas y también en los ataques a supermercados y las cadenas comerciales (farmacias, bancos, multitiendas, etc.), en todas partes «los jóvenes la llevan». Este es un fenómeno tal vez universal, sin embargo: en Chile adquiere una connotación especial; se trata de las nuevas generaciones que no vivieron la dictadura y que, de alguna manera, se puede sostener, no son portadoras del «miedo» que acompañó a sus madres, padres, abuelos, abuelas y generaciones que los preceden. Como se lee en los rayados y grafitis en las calles: «nos quitaron todo, hasta el miedo».
Pero se trata también de nuevas generaciones que están participando de cambios culturales relevantes y de diversa naturaleza: cambios en la estética, en la relación con sus cuerpos, en los modos de vestir, en la sexualidad, en las relaciones de pareja, en las nuevas formas de
inserción laboral y de sobrevivencia (con cada vez más extendidas estrategias de trabajo informal), y tal vez, lo más evidente, con un fuerte recurso a la comunicación digital, que suponen redes de información e intercambios –en tiempo presente– de información, convocatorias, análisis, juegos, distracción y una suerte de «opinión pública» entre pares.
De este modo, los jóvenes de hoy participan de una nueva subjetividad –más libertaria y más ciudadana– y con sus propios medios de comunicación e intercambio que los dispone a la movilización en tiempos mucho más veloces que en el pasado. Estamos, entonces, siendo testigos de nuevos actores y de nuevas temporalidades.
Entre los muchos sucesos de cierto impacto público, el día lunes 21, cientos de jóvenes de clase media marcharon por la Avenida Providencia y se manifestaron en el Apumanque y frente a la Escuela Militar, en Apoquindo con Vespucio, en el corazón de los barrios de la burguesía chilena, un tipo de manifestación inimaginable en tiempos pasados.
5. El carácter inédito de este estallido: cuando «lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer».
Como indicamos más arriba, este «estallido social» nos sorprende en medio de un agotamiento de las formas políticas tradicionales que, en cierto grado, comprometen tanto al Estado y los grupos en el poder como a los grupos opositores y al pueblo, en un sentido más amplio.
Desde el punto de vista de los medios de comunicación, de gran protagonismo en estos días y haciendo de los periodistas una suerte de «intelectuales orgánicos» de la crisis, lo que se sostiene es que el diagnóstico ya es definitivo: la desigualdad y los abusos condujeron al «estallido social». El gobierno de Piñera, después de varios desvaríos, admite que ha tenido que escuchar «la voz de los ciudadanos». Desde la izquierda y de las redes sociales, se indica: «el pueblo se cansó».
En las primeras horas de las movilizaciones, avezados analistas se preguntaban ¿cómo esto no se pudo prever? ¿Dónde estaba el director de Inteligencia? ¿Y los asesores del gobierno? Incluso más, sin ninguna consideración sobre las causas