Marta Sanz

No tan incendiario


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posibilidades de internet, con la velocidad de la luz, con las miríadas de amigos de las redes sociales: en la era de la comunicación y de las comunicaciones, experimentamos un efecto aislante. Viajamos sin mirar a través de la ventanilla y nunca hablamos con el pasajero de al lado: llevamos los auriculares en las orejas, consultamos nuestro correo en el móvil, escribimos un textículo en nuestro ordenador portátil, consultamos en Wikipedia alguna información. Menos mal que se vuelven a ocupar las calles, plazas y plazoletas: políticamente y en las festivas terrazas fumadoras que tanto molestan a los vecinos. Ya no aguantamos ni un pelo.

      6. Quiero escuchar a los que tienen algo que decir. Porque lo han pensado dos veces. Porque han sudado tinta. Porque no basan su conocimiento en la maldad o en la ocurrencia. Siento nostalgia del antiguo catedrático de griego y de la profesora que, en 1º de BUP, se ensuciaba la pechera de tiza dibujando un cuadro sinóptico –las llaves eran casi perfectas caligráficamente hablando–, de las escuelas presocráticas. Siento nostalgia del oráculo de Delfos, de las brujas de Macbeth y de las viejas, ciegas y caníbales, que luchan por la posesión de su ojo de cristal, de la versión de Furia de titanes que rodó Desmond Davis en 1981 con efectos especiales y producción de Ray Harryhausen. Quiero que vuelvan los eruditos: contradigo el buenrrollismo de Ignacio Sánchez-Cuenca11 que se felicita por la desaparición, propiciada por el acceso al dato en internet, de la ancestral especie de los eruditos. Me parece mucho más temible la proliferación de colonias de alumnos copiones y quiero que vuelvan los intelectuales, los empollones, los sacerdotes laicos, los científicos darwinistas, los intérpretes de la realidad y del origen de las especies, los que se toman en serio su colección de sellos del mundo, los divertidísimos iluminados, las maestras ciruela, los que descubren las vacunas y escriben libros que cuentan cosas que no queremos saber; como Alberto Lema en Una puta recorre Europa (Caballo de Troya, 2008), que en la contraportada de esta primera novela, recoge algunos puntos fundamentales de su poética: su intención de «buscar las zonas oscuras del presunto lustre de las democracias occidentales», de «hacer visible lo visible» y, sobre todo, de poner al servicio de tales propósitos las estrategias de la literatura de masas. O sea, luchar contra el poder utilizando sus armas y convirtiendo al autor en una especie de buen terrorista de la literatura12. Pero todos esos se están convirtiendo en una manada trémula de escritores melancólicos o en niños hiperactivos que buscan un bote salvavidas –salvarse de la muerte– con la excusa de la hipertecnologización. Quiero escuchar a alguien que tenga algo que decirme. Mientras tanto, desconfío de la escritura colectiva y de las performances. Mueven mucho dinero.

      7. Volvamos a pensar en clave marxista: la infraestructura económica deviene en superestructura ideológica que cristaliza en distintas propuestas culturales que configuran eso que llamamos una cultura: local, nacional, global… Vivimos en el momento de la cultura del neoliberalismo. Mi corrector de confianza escribe en los márgenes de este documento: «Neoliberalismo es una designación débil para la etapa más brutal y hegemónica del capitalismo». Recojo su comentario, agradezco su celo y doy cuenta de mi moderación. Vivimos en el momento de la cultura del neoliberalismo. Ojalá viviéramos en el momento de la cultura de la crisis del neoliberalismo. ¿No tenéis la sensación de estar perdiendo una oportunidad?

      8. Repito: la cultura es una cristalización de la ideología. De la dominante, de la hegemónica que no se siente como tal ideología, pero como ectoplasma que nos atormenta cada noche nos provoca malos sueños y nos sube la fiebre. Lo invisible, lo ausente, lo inmaterial, lo que se camufla y no tiene un nombre que sirva como insulto, repercute en la carnalidad cotidiana. En las carencias. La cultura es la cristalización de una presencia fantasmagórica y también puede serlo de otros proyectos ideológicos y políticos, que no se ponen por encima sábanas blancas ni atraviesan muros y paredes –im-per-cepti-ble-men-te–, pero que tienen capacidad para iluminar facetas «poco lustrosas» de lo real. La basurilla de debajo de la alfombra. El barrido de la suegra. Las taras del ácido desoxirribonucleico de las mejores familias –jorobaditos, hemofílicos, pobres niñas ricas…–. La violencia de un mundo feliz. Las fauces del «capitalismo filantrópico».

      9. La cultura como artefacto ideológico conforma la visión del mundo y el espacio sentimental de los seres humanos que, interactivamente, se convierten en productores de cultura. Los objetos culturales no hablan del sexo de los ángeles. Ni siquiera cuando se empeñan en hacerlo y describen un pubis, nublado de brillantina, que huele a cirio pascual y luce alas.

      10. Toda la cultura encarna un posicionamiento ideológico. El pop, el expresionismo abstracto, el barroquismo o el minimalismo son soluciones «formales» que concretan una ideología. No, no es exactamente así: la expresión «soluciones formales» parte de una dicotomía espuria entre el fondo y la forma sustentada en la lógica perversa del comentario de texto. Quizá, por esa razón, muchos niños no aprenden a leer. El expresionismo abstracto, el pop, el minimalismo no son soluciones formales, sino formas ideológicas. Como Pocoyo. Los Teletubbies. Y la madre de Marco.

      11. Las formas culturales con apariencia de neutralidad –formas blancas, formas ensimismadas en la cultura sacramental del arte por el arte, formas de primera comunión– son las que entrañan mayor peligro –sí, peligro: existe una cultura de alambrada electrificada–. La cultura deja un poso que nos mueve a unos procedimientos determinados de acción. O de inacción. Cuando la publicidad se convierte en poesía toda esta cadena de relaciones causa-efecto es aún más evidente: planes de pensiones, privilegiar la seguridad frente a cualquier otro valor, pensar en la vejez, curarse en salud, huir a las verdes praderas, comer hortalizas desinsectadas, asociar la libertad con la velocidad y el viaje… Las propuestas culturales son, en definitiva, procedimientos de acción –o de inacción–. No hace falta ejercer de comisario –palabra para despellejar–: basta con leer tomando conciencia del significado profundo del acto de leer.

      12. La cultura no es algo secundario ni se puede separar del trabajo político. La cultura popular no es lo mismo que la cultura basura. La cultura popular es aquella capaz de reflejar problemáticas que afectan a las comunidades, las hacen visibles entre las interferencias del televisor y consiguen que un mensaje sea escuchado entre la maraña de mensajes. La cultura popular no es la cultura «fácil». Se trata de encontrar un punto intermedio entre el elitismo y lo populachero, lo cómodo, lo reconocible, lo que resulta confortable y reconfortante en lugar de inquietante y transformador. En ocasiones veo monstruos y me asaltan dudas aterradoras: ¿se puede ser de izquierdas y fan de David Bisbal?, ¿es posible ver el fútbol sin remordimientos?, ¿los que se hacen del Barça lo hacen porque les gusta su juego o porque están cansados de perder?, ¿en la respuesta a la anterior pregunta está la razón del éxito de El tiempo entre costuras, Shakira y las enamoradizas bestias de Crepúsculo? Camela es harina de otro costal.

      13. Entonces, pienso en la fiesta. En Baco, en la necesidad de divertirnos, perder el norte, ligar con un tío con el que no vas a casarte, saltar con una canción boba. O lista. Reírte con una grosería de los Morancos, con el Orgullo del tercer mundo o con la Muchachada Nui sin buscar, entre unas modalidades y otras del chiste, diferencias que se basen en el concepto «humor inteligente». Pienso en la grasa que escurre por la comisura de los labios cuando se come morcilla en una fiesta de pueblo. En la salud de la grasa y la sensualidad de un cha cha chá interpretado por una orquesta ambulante. Y en que debería haber sitio para todo. Pero cuando me doy cuenta de que todo son canciones bobas, hombres travestidos de mujeres que llaman a su Jonathan a gritos, pinchos de morcilla, poesía cursi, hago una mueca, me visto de señorita Rottenmeier, leo a Hermann Broch, a Musil y a Max Frisch durante la misma tarde, apago el televisor, pago la entrada de un cine en versión original. Incluso me da por escribir un poema hermético.

      14. A propósito de la cultura de la fiesta, me entero por la televisión de un dato preocupante: sexagenarios bailarines frenéticos corren el riesgo de accidentes cardiovasculares y gangrena en los testículos provocada por un priapismo casi eterno. Ingieren una sustancia que combina el éxtasis y la viagra. Luchan contra el envejecimiento, la impotencia y la muerte alejándose cada vez más de la realidad y de la vida. Podemos pensar que ese doble movimiento de morder la vida mientras se pierde a chorros es una paradoja. O que un espectáculo tan bochornoso se produce ante la convicción de que todo es un asco. El punk llega a la tercera edad. O bien: el punk es un movimiento protagonizado