me recomendó que no entrara en el tema de África tan rápido. Me acuerdo muy bien, porque fue extraño: fue como si supiera esa voz que el sur de ese gran continente no tardaría en aparecer en nuestra correspondencia. Se abrió paso África en nuestros correos cuando le pedí a Tote que me mostrara algo de lo que escribía y que tantos problemas parecía causarle darlo a leer a alguien. Tras unas semanas de silencio y de largo suspense, me llegó Gansbaai Hooligan, un texto magnífico, contundente, que no dudé en publicarlo en mi web. Comenzaba así: «Me voy a Gansbaai, voy a bañarme con el tiburón blanco dentro de una jaula».
Pensé: «Joder. Ahora Toteking brilla aquí».
Me impresionó. Y me puse a averiguar algo sobre Gansbaai, que resultó ser un pueblo pesquero del distrito de Overberg, Provincia Occidental del Cabo, Sudáfrica. Un pueblo muy famoso, pero del que nunca había oído hablar y que asocié en mi imaginación con la isla de Pico en las Azores, uno de los lugares que más huella ha dejado en mi vida. Gansbaai, por lo visto, es un lugar conocido por su densa población de grandes tiburones blancos y como un sitio de observación de ballenas. Enseguida, al saber esto, me vino a la memoria una frase, «el tiburón salió del agua», que Tote dice en «Empecé de cero» (El tratamiento regio).
En una reciente entrevista en La Voz de Galicia, Tote juzga clave ese movimiento que hizo al enviarme Gansbaai Hooligan y según parece también el hecho de que, después de haberme divertido eligiendo las ilustraciones, decidiera incluirlo en mi web:
He tardado mucho en hablar de ello porque no sabía si iba a ser capaz de hacerlo. Enrique Vila-Matas me insistió en que hiciera un texto para su web y fue la chispa. A partir de ahí me puse a escribir. El libro que he escrito no es una novela, ni una vida contada, hay un poco de todo: tiene partes de ensayo, algo de biografía, anécdotas... No sabría definirlo. En cualquier caso, lo que no es son las memorias casposas de un músico analfabeto. Estoy contento con el resultado. Tiene cierta ambición.
No puede decirlo mejor. Lo que no es Tote es precisamente un músico analfabeto, sino un lector de la mejor literatura contemporánea:
Estoy intoxicado de literatura americana. He leído estos meses a Carson McCullers, Ellison, Nabokov y ahora a Heller en Trampa 22, así que, agotado, he decidido aparcar el de Heller y ponerme con Crusat y su Sujeto elíptico que aunque tenga aroma a desierto, me está refrescando como si fuese el agua del mar. Muy interesante lo del pueblo bereber y muy-muy-muy bien escrito. No conocía a este malagueño y me gusta.
Y, además, es el creador de una escritura muy personal, forjada más en las experiencias de una vida dura que por experiencias en la famosa «litera dura» de la literatura. Ahora, cuando ya todo ha pasado —por «todo» entiendo el tiempo que ha necesitado para convencerme de que lo convenciera de que debía convencerse de que está sobradamente preparado para lanzarse al ruedo de los peligros que despliega cualquier escrito—, por fin podemos ver el centro matemático en el que se halla el biombo invisible tras el que se oculta el que prefería no hacerlo y acabó haciéndolo precisamente para poder comprender el verdadero motivo por el que, llegado el momento, tanto en la música como en la literatura, hay que apartarse y volver a empezar de cero, dejar que de nuevo el tiburón salga del agua y nos facilite nubes y aluviones de lluvia y podamos volver a donde estábamos cuando empezamos y éramos lo que éramos y a la vez lo que seríamos, en realidad lo que seremos —por esa única grieta se cuela nuestra amistad y la eternidad— cuando aprendamos por fin a celebrar las calladas sílabas.
Pensar en dejarlo, mi idea recurrente,
El TOC, perderme
Ser un Bartleby sin banco
Olvidar el folio en blanco
Fantasear con la idea de no escribir más
Y dejar de ser una sombra de la realidad
Si lo analizo fríamente
Creo que en total hablo más solo que con gente
Perdiéndome la vida pa' contársela al de enfrente
En mi cárcel con sus tres comidas
Sin ser un matador ni un Mario Kempes
Y me imagino abandonándolo, inservible
Buscarme un curro físico que sea cierto y tangible
Salir de mi burbuja de líricas enfermas
Currar a lo Lester Burnham
Y en mi descanso, pesas y fumar hierba
Y está claro que sí sé con certeza
Que la peor de to's mis compañías siempre ha si'o mi cabeza
La hija puta me da letras que me han pagao' un palacio
Y sin embargo siento que dentro el tiempo mata despacio.
Bartleby & Co., 2018.
Introducción
Odio
Odio a la gente. Odio a los hombres, a las mujeres, y a los no binarios. Odio a las mascotas y a las personas que despiertan cada día con energía y ganas de desayunar.
Odio a la gente que disfruta regateando en un mercadillo y a las personas con talento e intuición para los negocios.
Odio que vengan visitas a casa. Vivo en un búnker que María y yo construimos, y lo único que quiero es atrincherarme dentro con todo lo necesario para sobrevivir sin rozarme con la gente. Porque odio a la gente, a casi toda. Incluso a mis amigos, sobre todo a los que me atosigan por Telegram. Tengo bloqueada al 80 por ciento de mi agenda en Telegram.
Odio el rap.
Soy un mercenario musical, un intruso, un turista que descubrió el hiphop por casualidad y se quedó a vivir en él porque no encontró un lugar mejor para establecerse. Mi padre solía decir que siempre me he quedado con lo primero que me caía encima. Currar de profesor exigía madrugar y odio madrugar. Hago rap por no madrugar.
Odio la mayoría de mis temas, sobre todo aquellos en los que he colaborado con artistas que no me interesan musicalmente y a los que no escucho jamás. ¿Por qué lo he hecho? Porque soy un gusano y un cobarde: por miedo a no estar en la onda.
Odio las redes sociales y la excusa pobre a la que me agarré cuando permití que la discográfica me hiciera un perfil en varias: «No me encargo yo de ellas».
Odio escribir textos a mi mánager para que los publique en mis redes, sobre todo esos textos en los que tengo que animar a la gente a que compren entradas para mis conciertos. Cuando lo hago siento un dolor de barriga inenarrable.
Me deprime profundamente formar parte de este engranaje. No necesito más dinero, no necesito más seguidores, no necesito engañar a los que tengo mostrándoles fotos y vídeos de aforos completos. Es todo mentira. No soy absolutamente nadie.
Odio guardar mis discos en casa porque me recuerdan lo mucho que odio el rap, así que regalo hasta la última copia que me manda la discográfica de mis CD y vinilos. No conservo ninguno de mis discos.
La persona más inteligente que he conocido jamás me dijo una vez que mis discos molaban porque no había nadie en España haciendo canciones tan buenas sobre cosas que odia. Pero odio hablar continuamente de las cosas que odio.
Odio estar encerrado en un hotel o en un camerino antes de actuar y por eso a veces tengo que destrozarlos a puñetazos y pagar más tarde las facturas con las que honro mi idiotez. Porque soy idiota, eso es indiscutible. Soy un artista idiota.
Odio a los artistas, por