Caleb Fernández Pérez

HAGEO


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      En un contexto de expectativa, Ciro ii firmó un decreto que revertía la política de desarraigar de sus hogares a los hombres y mujeres de los pueblos conquistados por los asirios y babilonios. Esto resulta llamativo, pues en lugar de aplastar el sentimiento nacional por medio de la brutalidad o la deportación, como solían hacerlo los anteriores gober­nantes babilonios, su aspiración era permitir que los pueblos sometidos gozaran de cierta autonomía dentro de la estruc­tura del Imperio, respetando sus costumbres, protegiendo y alentando los cultos establecidos por ellos, y confiando la responsabilidad del gobierno local a príncipes nativos.

      Palestina era una tierra relativamente lejana no sólo geográficamente, sino también de los sentimientos de los más jóvenes, quienes hablaban más arameo. Aunque ellos estaban entusiastas por el viaje y por conocer la tierra de la que habían oído hablar a sus padres que aún conservaban el idioma hebreo, no podían dimensionar lo que experimen­taban los más ancianos, lo que para ellos significaba el retorno. No sabemos casi nada de la suerte del grupo inicial, pero lo poco que conocemos ha sido significativo para nuestra historia.

      En los registros de esta profecía queda claro que si bien el primer paso fue alentador, en los siguientes años la empresa del retorno y la restauración experimentaría amargas desilusiones, no produciendo apenas otras cosas que frus­tración, desaliento y resignación. Parecían incumplidas las ardientes promesas de Isaías, de hacía dos siglos atrás. Una frase los concientizaría de la realidad: Sembráis mucho, y recogéis poco.

      En medio de aquellos años desalentadores, de ánimo opacado y de baja moral en la comunidad, que incidían peligrosamente en la espiritualidad del pueblo de Dios, surge el ministerio profético de Hageo.

      El nombre Hageo significa ‘festivo’; en hebreo, hag quiere decir ‘fiesta’. Esta palabra se encuentra asociada usualmente a las tres fiestas de peregrinación del calendario religioso judío. Probablemente, el profeta nació en uno de los días de fiesta, y por esto lo llamaron “Mi fiesta”.

      Según parece, el profeta Hageo provenía de una familia de origen humilde, ya que no se menciona el nombre de su padre ni la ciudad en donde nació. Lo que sabemos es que fue un hábil predicador, capaz de urgir al pueblo a actuar sin dilación, ya que una cosa es predicar un mensaje tibio, y otra muy distinta predicar de tal modo que el auditorio se sienta impelido a pasar a la acción. Dios lo usó y capacitó para este ministerio porque seguro vio en él un hombre capaz de recibir el mensaje divino y, con todo, permanecer humilde.

      Es posible que veamos a Hageo obsesionado con la construcción de un edificio; pero la Fiesta de las Enramadas, al final del tiempo de sus profecías, algo nos dice en relación con lo que comienzan a revivir los que retornan del exilio. Ellos llevan dentro de sí un pasado digno de recordar, toda una historia de la manifestación de Jehová a su pueblo, y la expectativa de que lo siga haciendo en el templo de forma especial.

      Por lo tanto, no se puede estudiar a Hageo y evitar la reflexión sobre la relación que existe entre el “templo de Jehová” y la “gloria de Dios”. Si el templo del Antiguo Testamento existía para la gloria de Dios, la paralización del proyecto de reconstrucción no era apenas el abandono de las obras de un edificio, era la indiferencia del pueblo de Dios hacia la presencia de Jehová, y la manifestación de su gloria en medio de ellos.

      El pueblo de Dios, ya sea antes como Israel u hoy como iglesia, existe y existirá para la gloria de Dios. Pero cuando vemos a la iglesia indiferente, colocando prioridades