está oscuro y enciendo la fogata una vez más. Donna duerme. El bosque está callado. Me recuesto y cierro los ojos. En verdad necesito una o dos horas de sueño.
Estoy en un bosque con Annalise. Ella corre frente a mí y yo la persigo, jugamos. Ríe y me esquiva, y al principio finjo que no puedo atraparla, pero luego cuando trato de agarrarla es demasiado veloz y sólo apreso el aire, y ella ríe de nuevo, se ríe de mí. Me enfado y trato de agarrarla con más ganas pero se pone fuera de mi alcance, y sonríe y ríe y me enfado aún más y estoy tan furioso que sostengo el Fairborn con la mano y la insulto, y ella sólo ríe, luego se detiene y se pone frente a mí y me dice: “Eres mi príncipe, me salvaste”. Pero estoy tan cabreado que la apuñalo una y otra vez, y mientras el Fairborn la corta, el brazo me duele por el esfuerzo.
Abro los ojos y me levanto. Es temprano por la mañana. Tengo el brazo tieso y adolorido.
Giro la cabeza y veo que Donna me mira.
—¿Un mal sueño? —pregunta.
—¿Los hay de otro tipo?
Me lanza una pequeña sonrisa, baja la mirada y susurra:
—No.
Partimos. Hoy Donna parece más fuerte. Supongo que no dormía bien cuando era una aterrada prisionera de los Cazadores. Pero sea lo que fuere —aspirante a revolucionaria, espía o sólo una Bruja Blanca adolescente y triste con unos padres que se unieron a Soul—, en realidad no importa. Greatorex lo resolverá.
Avanzamos a buen ritmo durante todo el día, manteniendo un paso constante, nos detenemos con frecuencia, pero sólo unos pocos minutos. En una parada le doy la última barra de chocolate, ella la coge, la rompe por la mitad y me ofrece una porción.
—Cómela tú —le digo.
—Gracias.
—No te confundas, no estoy siendo amable. No comeremos nada hasta esta noche y para seguir avanzando tú necesitas más esas calorías.
—Está bien —dice, mientras me lanza una de sus sonrisitas. Luego comenta—: las Cazadoras que me atraparon eran horribles… escalofriantes. Me pusieron la capucha y me amordazaron y luego fue como si se les hubiera olvidado que yo existía. Y… hablaban de cosas. Hablaron de cómo estaban tendiéndole una trampa a un brujo llamado Nathan. Es famoso. Es el hijo de Marcus. Mitad Brujo Negro mitad Brujo Blanco. Mencionaron que había matado a muchos Cazadores. Pero famoso o no, dijeron que no tendría la menor oportunidad de acabar con ellas. Parece ser que dos pertenecían a alguna élite especial. La trampa consistía en simular que sólo había cuatro Cazadoras para que él pensara que podría enfrentarlas. Todas podían volverse invisibles y una de ellas poseía un Don extraño que hace doblar de dolor a una persona, y otra podía provocar ceguera. Así que iban a atraparlo y a llevarnos ante el Consejo para que nos ejecutaran —me doy la vuelta y luego desvía la mirada—. En fin, al parecer Nathan es verdaderamente despreciable, pero está con la Alianza, así que me alegro que no cayera en la trampa, y estoy realmente agradecida de que fueras tú quien me encontrara, Freddie.
Tengo que frotarme el rostro para esconder mi sonrisa.
—Sí, sí.
—En fin, sé que no confías en mí, y lo entiendo. Pero no significa que no me sienta agradecida.
—¿Mencionaron si había otros Cazadores cerca?
—No. Bueno, lo que quiero decir es que en realidad no dijeron si los había o no. Hablaban de la “base” y de llevar información a la base y cosas por el estilo, pero no estoy segura de cuán cercana estaba.
—Debemos irnos. Donde se encuentre, está demasiado cerca.
Volvemos a ponernos en marcha. Es la primera hora de la tarde pero está sombrío. Comienza una lluvia que pronto se convierte en aguanieve. Los árboles nos protegen un poco, pero el suelo está lodoso y frío. Si Donna no viniera conmigo, ya estaría de vuelta con Gabriel, pero ahora tendremos suerte si llegamos mañana por la noche. Y es imposible no dejar rastros en este lodazal.
Cuando oscurece, encuentro un lugar donde acampar. La lluvia ha cesado, sin embargo todo está mojado. El lugar menos húmedo y lodoso se encuentra bajo un gran árbol. Nos sentamos bajo su protección un rato, pero Donna empieza a temblar.
—Necesitamos leña para hacer una fogata. Vamos.
Tiro de ella hasta ponerla de pie.
—Estoy demasiado cansada. ¿No puedo esperar aquí?
—No. Tienes que ayudarme y debes seguir moviéndote hasta que encendamos la fogata.
Nos vamos juntos y Donna me ayuda, reuniendo pronto una buena brazada, pero le digo:
—Casi toda está demasiado mojada.
—Es mejor que nada —contesta, mirando mis brazos vacíos—. La llevaré donde estábamos.
La dejo ir y sigo buscando. La lluvia comienza otra vez, más intensa que nunca, y me doy cuenta de que es imposible: no hay leña seca.
Regreso bajo la protección del gran árbol. Donna está agachada sobre la mochila y rebusca algo en su interior. Ha sacado algunos de sus contenidos. Hay una pistola a su lado. Corro y lanzo un rayo que golpea el suelo cerca de ella. Se encoge de miedo.
—¿Qué estás haciendo? —le grito.
—¡Buscaba comida! Estoy muerta de hambre.
Jadeo. Ella me mira.
—Sólo tengo hambre. Todo esto es comida deshidratada. Pensaba que quizá habría algunas barritas energéticas o chocolate o algo así.
La maldigo y le agarro las muñecas, amarrándolas detrás de su espalda.
—Nunca más vuelvas a husmear en mis cosas.
Guardo las cosas en la mochila, limpiándolas del lodo lo mejor que puedo. Las municiones están en el fondo. Ninguna de las pistolas está cargada. ¿Donna hurgaba en busca de una pistola cargada? ¿De municiones? ¿O de verdad buscaba comida?
Selecciono la madera menos húmeda y enciendo la fogata con las llamas de mi boca. Donna se aparta. El fuego es débil. Preparo las comidas deshidratadas con agua tibia. Están asquerosas, pero me como una y a Donna le doy otra.
Casi no habla, sólo pide disculpas repetidamente. No le dirijo la palabra, pero la ato contra un árbol y me vuelvo para revisar si hay alguien siguiendo nuestro rastro. Nada. Regreso a la fogata y vigilo toda la noche. Llueve a ratos. Cuando comienza a amanecer preparo otra comida, hiervo el agua lo mejor que puedo. Estofado de carne para el desayuno. Le corto la mordaza a Donna y comparto el alimento con ella.
—Gracias —me lanza una mirada furtiva—. No volveré a hacer nada estúpido. Lo siento.
—Silencio.
—Freddie, de verdad yo…
—Te he dicho que te callaras.
Se queda en silencio, la miro y veo que comienza a llorar otra vez. Así que apago la fogata de una patada, guardo todo y la arrastro hasta ponerla de pie y partimos de nuevo. El tiempo está frío y húmedo y el movimiento es lo único útil para mantener la baja temperatura fuera de nuestros huesos. Pero por lo menos Donna sigue avanzando a un paso razonable, y sin hablar.
Ha caído el atardecer cuando llegamos al Campamento Tres y Medio. No hay señales de Gabriel y parece que lleva varios días fuera: la fogata está fría y mis cincuenta y dos piedras están esparcidas en el lodo, justo en el lugar donde Gabriel las pateó. Debe de estar en el Campamento Tres con Greatorex. Permanecerá ahí con la esperanza de que me reúna con ellos. Es su manera de obligarme a ver a Greatorex. Eso haré, de todos modos.
Donna ya se ha sentado en el suelo junto a la fogata muerta.
—Diez minutos y partimos —le digo.
—Pensé que íbamos a pasar la noche aquí.
—Pensaste mal.
—Estoy