Ignacy Karpowicz

Sońka


Скачать книгу

      Sońka

      Colección Rayos globulares

      (35)

      IGNACY KARPOWICZ

      Sońka

      Traducción de F. J. Villaverde González

Rayo Verde

      Esta obra ha sido publicada con el apoyo financiero de ©POLAND Translation Program

      Primera edición, 1000 ejemplares: enero 2020

      Título original: Sońka

      © Copyright by Ignacy Karpowicz.

      © Copyright by Wydawnictwo Literackie, Kraków, 2014. All rights reserved.

      © de la fotografía de Ignacy Karpowicz, Wojciech Wojtkielewicz

      © de la traducción del polaco, Francisco Javier Villaverde González

      © de esta edición, Rayo Verde Editorial, 2020

      Diseño de la cubierta: Tono Cristòfol

      Ilustración de la cubierta: Mercedes deBellard

      Producción editorial: Víctor Sabaté

      Correctores: Antonio Gil, Víctor Sabaté

      Composición ePub: Pablo Barrio

      Publicado por Rayo Verde Editorial, S.L.

      Gran Via de les Corts Catalanes 514, 1º 7ª

      08015 Barcelona · [email protected]

       www.rayoverdeeditorial.com

       RayoVerdeEditorial

       @Rayo_Verde

      ISBN ePub: 978-84-17925-17-8

      THEMA: FBAN

      Una vez leído el libro, si no lo quieres conservar, lo puedes dejar al acceso de otros, pasárselo a un compañero de trabajo o a un amigo al que le pueda interesar.

      La editorial expresa el derecho del lector a la reproducción total o parcial de esta obra para su uso personal.

      Índice

      1  Nota del autor

      2 Nota del traductor

      3  Dedicatoria

      4  Sońka

      5  Epígrafe

      6  Advertencia

      7  Notas

      Nota del autor

      Hasta no hace mucho, en la región de Podlasie (noreste de Polonia), en especial en el campo y las pequeñas ciudades, coexistían dos realidades lingüísticas: la polaca y la bielorrusa. Iban cada una por su lado, conservando sus señas de identidad, pero al mismo tiempo se entendían estupendamente entre sí. Sin embargo, esos tiempos están llegando a su fin sin que se pueda remediar. Por eso me he decidido a reunir todo el vocabulario bielorruso que aparece en el libro y colocar en notas al pie sus correspondientes traducciones, no solo para que se entienda, sino, lo que es más importante, para dar la oportunidad a los lectores de sumergirse en un mundo lingüístico distinto, paralelo y exótico, pero a la vez cercano.

      Nota del traductor

      En la traducción, se conservan las expresiones marcadas en bielorruso, pero se transcriben por cuestiones de pronunciación. El significado de las expresiones se ha traducido de las notas del texto original en polaco que indica el autor.

      A las personas buenas

      Hace mucho, mucho tiempo… Así comenzaba Sońka ciertas frases en las que no aparecían ni vacas, ni gallinas, ni cerdos; ni fiestas, ni pan, ni impuestos; ni siegas de heno, ni recolecciones de patatas, ni granizadas. Así comenzaba frases que se le atascaban en la garganta o se detenían en sus lisas encías, desdentadas, para deslizarse de nuevo hacia el interior de su cuerpo, hasta los pulmones, el corazón y el polvo arremolinado entre sus viejos y desgastados órganos. Sin embargo, después de ese «hace mucho, mucho tiempo…», a veces las palabras superaban los obstáculos, atravesaban el tejido de la carne y del tiempo, resonaba hasta la última de sus sílabas y solo entonces volvían a penetrar en el cuerpo: viajaban a través de los oídos hasta el cerebro, donde se hacían un hueco y esperaban a que el sueño destensara los sucesos aciagos, a que disipara los problemas. Entonces, como en tantas otras ocasiones, las palabras aparecían en los sueños en forma de historias, unas buenas, otras malas, dependiendo de por dónde se mirara, cuándo se despertara y adónde se hubiera o no llegado.

      Habían pasado diez, treinta o cincuenta años, aunque para Sońka veinte, cuarenta o sesenta años significaban «hace mucho tiempo», una invariable lejanía. Y después de ese «hace», después de ese «mucho tiempo», siempre surgía, de un modo idéntico, la época en que Sońka, siendo aún muy joven, había vivido y experimentado con tal plenitud que luego ya no tuvo ni vida ni sentimientos. ¡Bah!, decía moviendo un racimo de dedos, saltaron los plomos, los fusibles, ¡paf!

      Porque las personas, como solía decir, no están hechas de materiales duraderos, se componen de lo que comen: leche, carne y harina; frutas, setas, prosfora y sal. Pues sí, sobre todo sal. Es la que le confiere al conjunto su sabor y su forma, hace que la persona no se estropee, no se pudra, sino que se reseque hasta que comienza a parecerse a un hueso que ha pasado mucho tiempo expuesto a la lluvia y al sol.

      Porque cuando una persona, y desde luego una mujer de pueblo, siente demasiadas cosas y vive demasiado deprisa, algo le chisporrotea por dentro, chisporrotea y chisporrotea, hasta que la instalación entera queda inservible. Dios Padre, nuestro Hospadzi,1 no acepta reclamaciones, a pesar de lo cual a veces se le olvida enviar al capataz ataviado con su túnica negra y su calavera y que con su guadaña siega piernas, tendones y ligamentos para que reine una cierta pulcritud y un cierto orden efímeros, hasta que llegue la pulcritud de las cúpulas radiantes y el orden definitivo, reflejado en los ojos abismales de los santos retratados en tablas doradas, en la fuente misma de la nada.

      Sońka extrajo el clavo de la cadena a cuyo extremo aguardaba, plácidamente, una vaca manchada. La res rumiaba hierba y daba leche, paría cada dos años, proporcionaba carne y piel; producía dinero, que, si bien no era mucho, no se podía desdeñar. Producía ese dinero como si se tratara de la casa de la moneda, incluso cuando dormía o cuando por debajo de su inquieta cola excretaba una plasta que se esparcía como una imagen del test de Rorschach. El prado alimentaba a la vaca, y la vaca, al alimentar a los de la ciudad, alimentaba también a Sońka. El mundo está organizado de tal manera que para que unos puedan comer es preciso que otros coman. Porque si todos dejan de comer, decía Sońka, el mundo