Sabina Urraca

Las niñas prodigio


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contra.jpg Las_ninas_prodigio_retrato.jpg Las_ninas_prodigio_portadilla.jpg

      Contenido

       1 Parto

       2 Las niñas prodigio

       3 Wunderkind

       4 Podjani

       5 Henri

       6 Cuchillitos

       7 Karl, Marino, una perra

       8 Los niños del valle

       9 Huevo frito

       10 Chori

       11 El pájaro

       12 Olivia

       13 Paella, pizarra, Mark Stammer

       14 Último cumpleaños

       15 «Prinsesa»

       16 Dávila

       17 Prince of Persia

       18 La puerta

       19 Las expresiones

       20 Marisol, Drew, Poltergeist

       21 Lambada

       22 Dentro

       23 Chori 2

       24 Perra enamorada

       25 El secreto

       26 La niña

      Las niñas prodigio

      © 2017 Sabina Urraca

      © 2017 Fulgencio Pimentel para todo el mundo

      www.fulgenciopimentel.com

      ISBN edición en papel: 978-84-16167-62-3

      ISBN edición digital: 978-84-17617-37-0

      Primera edición: junio de 2017

      Segunda edición: septiembre de 2017

      Editor: César Sánchez

      Editores adjuntos: Joana Carro y Alberto Gª Marcos

      Rotulación en cubierta delantera: Nacho García

      Fotografía de cubierta delantera: Marta Altieri (24.05.1995)

      Diseño de cubiertas: César Sánchez y Daniel Tudelilla

      Fotografía de la autora: Guillermo Latorre

      Muñeca: Eva Zaragozá

      Espero

      a que alguien

      me pregunte

      qué vi, con quién,

      dónde estuve.

      nika turbina

      1

      Parto

      Todo empieza cuando me invitan a ver un parto. Una mujer a la que casi no conozco me deja que la vea echar al mundo a su segunda hija. Todos deberíamos ver partos, pienso. Quiero escribir un artículo sobre el tema. Quiero derribar esos falsos mitos del nacimiento aséptico, con una madre preciosa cogiendo a un bebé redondo y perfecto en brazos. Tengo treinta y un años. No he parido nunca y no sé si lo voy a hacer, pero aun así quiero verlo. He nacido en el sistema capitalista. Quiero tenerlo todo, verlo todo, vivirlo todo. No puedo perderme nada.

      La mujer que está a punto de parir vive en un pueblo cercano al valle. Hace dos meses que me he mudado al campo. Ocupo un cortijo ruinoso y centenario en el sur de España. Es una casa aislada sin baño ni agua corriente, a la que solo se puede llegar caminando por senderos intrincados que corren en paralelo a una acequia construida por los árabes. Los días se me van en paseos por el bosque, baños en la alberca, conversaciones esporádicas con los habitantes del valle y gruñidos de jabalí al anochecer. Hay mucha belleza, aunque la soledad oprime a ratos. La vida entera me parece un gran propósito de Año Nuevo: hay una ilusión y una confianza plenas, pero al mismo tiempo, día tras día, la falta de voluntad y el acostumbrado caos mental me impiden hacer nada productivo. He vuelto al campo porque pasé largos periodos en el campo cuando era pequeña. Me veía con seis años y un pijama sucio de tierra, hablando sola, vistiendo con ropa de muñeca a los gatos salvajes, en un estado de introspección pacífica que quería volver a vivir. Tengo la esperanza de que una vuelta a lo primigenio me salve, me haga volver a mí.

      Cuando ya llevo un mes, me doy cuenta de que la neurosis va por dentro. Da igual el campo, dan igual los pájaros. No importa que estés en una playa paradisíaca: si eres un neurótico, te angustiará la idea de no estar sacándole el suficiente jugo al paraíso, y eso empañará tu paraíso.

      Escribo en Facebook: «Si le gustó el capítulo en el que apagué el cigarro en un minijardín zen de Natura Selection pensando que era un cenicero, le encantará el episodio de hoy, en el que machaco ajos en un cuenco tibetano pensando que es un mortero».

      Leo en los comentarios varios «Ja ja ja». Pero qué jajajá, ni qué jajajá. La broma hace referencia a una brecha interna, real.

      Muy pronto cada nuevo estímulo que me aleja del propósito último que me ha traído al campo —centrarme y escribir— se convierte en una golosina irresistible. Me doy cuenta de que le estoy exigiendo algo a este parto que voy a presenciar, como una señora le exige al spa que la relaje, sin ningún esfuerzo por su parte. «Toma mi cuerpo y prodúcele sensaciones que sanen mi mente», le dice la señora al spa. Yo le digo al parto que voy a presenciar: «Prodúceme una sensación infinita y vibrante de vivencia extrema. Dame una catarsis que me permita estar más en paz».

      El día en el que recibo el mensaje —«Sanne está empezando con las contracciones. Te esperamos. Besos»—me cambio de ropa tres veces antes de partir. Mientras me quito y me pongo camisetas distintas en mi casa sin espejos, me siento una absoluta estúpida, pero al mismo tiempo no puedo acallar la euforia quinceañera de estar preparándome para una fiesta que me va a cambiar la vida. Subo la escarpada ladera que lleva hasta la carretera. Cuando llego arriba, me