alguno? ¿No tienes amigos? ¿Es tan grande tu pérdida que no deja lugar al consuelo? Por mucho que sufras ahora, piensa en lo que habrías sufrido si el descubrimiento de su carácter se hubiera postergado para más adelante... si tu compromiso se hubiera alargado por meses y meses, como podría haber acontecido, antes de que él hubiera decidido acabarlo. Con cada nuevo día de desventurada confianza de tu parte se habría hecho más terrible el golpe.
—¡Compromiso! —exclamó Marianne—. No ha existido ningún compromiso.
—¡Ningún compromiso!
—No, no es tan villano como piensas. No me ha engañado.
—Pero te dijo que te amaba, ¿no?
—Sí... no... nunca... en absoluto. Estaba siempre en nuestras mentes, pero nunca declarado abiertamente. A veces creía que lo había hecho... pero jamás tuvo lugar.
—¿Y todavía así le escribiste?
—Sí... ¿podía estar mal después de todo lo que había sucedido? Pero no puedo explicar más.
Elinor calló, y volviendo su atención a las tres cartas que ahora le despertaban mucho mayor curiosidad que antes, se dedicó enseguida a examinar el contenido de todas ellas. La primera, que era la enviada por su hermana cuando llegaron a la ciudad, era como sigue:
«Berkeley Street, enero.
»¡Qué gran sorpresa te llevarás, Willoughby, al recibir esta! Y pienso que sentirás algo más que sorpresa cuando sepas que estoy en la ciudad. La oportunidad de venir acá, aunque con la señora Jennings, fue una tentación a la que no pude resistir. Ojalá recibas esta a tiempo para venir a verme esta noche, pero no voy a contar con ello. Si acaso, te aguardaré mañana.
»Por ahora, adieu.
M.D.»
La segunda nota, escrita la mañana después del baile donde los Middleton, decía estas palabras:
«No puedo expresar mi desengaño al no haber estado aquí cuando viniste ayer, ni mi estupefacción al no haber recibido ninguna respuesta a la nota que te envié hace alrededor de una semana. He estado aguardando noticias tuyas y, más todavía, verte, cada momento del día. Te suplico vengas de nuevo tan pronto como puedas y me expliques el motivo de haberme tenido aguardando. Sería mejor que vinieras más pronto la próxima vez, porque en general salimos alrededor de la una. Anoche estuvimos donde lady Middleton, que ofreció un baile. Me dijeron que te habían invitado. Pero, ¿es posible que esto sea cierto? Debes haber cambiado mucho desde que nos separamos si así ocurrió y tú no fuiste. Pero no estoy dispuesta a creer que haya sido así, y espero que muy pronto me asegures personalmente que no fue verdad.
M.D.»
El contenido de la última nota era este:
«¿Qué debo imaginar, Willoughby, de tu conducta de anoche? Otra vez te exijo una explicación. Me había preparado para encontrarte con la natural alegría que habría seguido a nuestra separación, con la familiaridad que nuestra intimidad en Barton me parecía justificar. ¡Y cómo fui despechada! He pasado una noche miserable intentando excusar una conducta que a duras penas puede ser considerada menos que insultante; pero aunque todavía no he podido encontrar ninguna explicación razonable para tu conducta, estoy perfectamente dispuesta a escucharla de ti. Quizá te han informado mal, o engañado a propósito en algo relativo a mí que me pueda haber humillado en tu opinión. Dime de qué se trata, explícame sobre qué bases obraste y me daré por satisfecha si soy culpable. Ciertamente me apenaría tener que pensar mal de ti; pero si me veo obligada a hacerlo, si voy a encontrarme con que no eres como hasta ahora te hemos creído, con que tu consideración por todas nosotras no era sincera y el único propósito de tu conducta hacia mí era el engaño, mejor saberlo lo antes posible. En este momento me siento llena de la más atroz incertidumbre; deseo perdonarte, pero tener una certeza, en cualquier sentido que sea, aliviará mi sufrimiento actual. Si tus sentimientos ya no son los de antes, me devolverás mis cartas y el mechón de mis cabellos que tienes en tu poder.
M.D.»
En consideración a Willoughby, Elinor no habría estado dispuesta a creer que tales cartas, tan llenas de cariño y confianza, pudieran haber merecido la contestación que tuvieron. Pero su condena de la actuación de él no le impedía ver lo inapropiado, en último término, de que hubieran sido escritas; y lamentaba en su interior la imprudencia que había arriesgado pruebas de cariño tan poco solicitadas, que ningún precedente justificaba y que los hechos tan duramente condenaban, cuando Marianne, advirtiendo que ya había terminado con las cartas, le observó que ellas no contenían nada sino lo que cualquiera en su mismo caso habría escrito.
—Yo me sentía —añadió— tan solemnemente comprometida con él como si estuviéramos unidos por el más estricto pacto legal.
—Puedo creerlo —dijo Elinor—; pero, desventuradamente, él no sentía lo mismo.
—Él sí sentía lo mismo, Elinor... semana tras semana lo sintió. Sé que fue así. No importa lo que lo haya hecho cambiar ahora (y nada sino las artes más maléficas usadas contra mí pueden haberlo conseguido), alguna vez le fui tan amada como mis deseos más profundos pudieron desearlo. Este mechón de pelo, del cual ahora se deshace con tanta facilidad, lo consiguió tras suplicármelo de la forma más cálida. ¡Si hubieras visto su aspecto, sus maneras, si hubieras escuchado su voz en ese instante! ¿Has olvidado acaso la última tarde que pasamos juntos en Barton? ¡También la mañana en que nos separamos! Cuando me dijo que podrían pasar muchas semanas antes de que nos volviéramos a encontrar... su tristeza, ¡cómo voy a olvidar su tristeza!
Durante uno o dos instantes no pudo decir nada más; pero cuando su emoción se había aplacado, agregó con voz más firme:
—Elinor, me han utilizado de la manera más pérfida, pero no ha sido Willoughby quien lo ha hecho.
—Mi querida Marianne, ¿quién, sino él? ¿Quién lo puede haber conducido a ello?
—Todo el mundo, más que su propio corazón. Antes creería que todos los seres que conozco se concertarían para envilecerme ante sus ojos que creerlo a él por naturaleza capaz de tal crueldad. Esta mujer sobre la que escribe, quienquiera que sea; o cualquiera, en suma, a excepción de ti, mi querida hermana, y mamá y Edward, puede haber sido tan desalmado como para degradarme. Fuera de ustedes tres, ¿hay alguna criatura en el mundo de quien sospecharía menos que de Willoughby, cuyo corazón conozco tan bien?
Elinor no quiso discutir, y se limitó a contestar:
—Cualquiera pueda haber sido ese enemigo tuyo tan pérfido, arrebatémosle su despreciable triunfo, mi querida hermana, haciéndole ver con cuánta nobleza la conciencia de tu propia inocencia y buenas intenciones fortalece tu espíritu. Es razonable y digno de encomio un orgullo que se levanta contra tal perfidia.
—No, no —exclamó Marianne—, una desgracia como la mía no conoce el orgullo. No me importa que conozcan cuán miserable me siento. Todos pueden saborear el triunfo de verme así. Elinor, Elinor, los que poco sufren pueden ser tan orgullosos e independientes como deseen; pueden resistir los insultos o humillar a su vez... Pero yo no puedo. Tengo que sentirme, tengo que ser despreciada... y bienvenidos sean a disfrutar de revelarme así.
—Pero por mi madre, y por mí…
—Haría más que por mí misma. Pero mostrarme alegre cuando me siento tan miserable... ¡Ah! ¿Quién podría solicitarme tanto?
De nuevo callaron las dos. Elinor estaba entregada a caminar meditando de la chimenea a la ventana, de la ventana a la chimenea, sin advertir el calor que le llegaba de una o distinguir los objetos a través de la otra; y Marianne, sentada a los pies de la cama, con la cabeza apoyada contra uno de sus pilares, tomó de nuevo la carta de Willoughby, y tras una sacudida ante cada una de sus frases, exclamó:
—¡Es demasiado! ¡Oh, Willoughby, Willoughby, cómo puede venir esto de ti! Cruel, cruel, nada puede perdonarte. Nada, Elinor. Sea lo que fuere que pueda haber escuchado contra mí... ¿no debiera haber suspendido el juicio? ¿No debió habérmelo