Clive Barker

Días de magia, noches de guerra


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mucha gente que llegue a ver esto, Hombre Entrecruzado. Mis pesadillas tienen hambre, así que voy a alimentarlas. —Houlihan se estremeció—. ¡Mira, hombre! No bajes la vista al suelo.

      El Hombre Entrecruzado levantó la mirada a regañadientes. Las pesadillas de las que Carroña hablaba estaban flotando en un fluido azul que tenía en un collar transparente situado alrededor de la cabeza de Carroña. Dos tuberías emergían de la base del cráneo de Carroña. No eran más que largos hilos de luz; pero había algo en su movimiento agitado, el modo en que recorrían el collar, a veces tocando la cara de Carroña y otras presionando el cristal, lo que hacía patente su apetito.

      Carroña levantó la mano hasta el collar. Una de las pesadillas hizo un movimiento rápido, como una serpiente atacando, y se abalanzó hacia la mano de su creador. Carroña la levantó hasta sacarla fuera del fluido y la estudió con tierna curiosidad.

      —No parece gran cosa, ¿no crees? —dijo Carroña. Houlihan no contestó. Solo quería que Carroña mantuviera esa cosa lejos de él—. Pero cuando se enroscan dentro de mi cabeza me muestran horrores deliciosos. —La pesadilla se iba marchitando en la mano de Carroña, soltando un chillido fino y agudo—. Así que de vez en cuando las recompenso con un buen y opulento festín de terror. Les encanta el terror. Y para mi es difícil sentirlo últimamente. He visto muchos horrores en mi vida. Así que les proporciono a alguien que sí sienta miedo.

      Mientras decía esto, soltó la pesadilla. Esta se escurrió de su mano y se golpeó contra el suelo. Sabía perfectamente a dónde debía ir. Serpenteó por el suelo parpadeando de emoción, la luz que provenía de su delgada silueta iluminó a su víctima: un hombre corpulento, con barba, que estaba agachado contra la pared.

      —Piedad, mi señor… —sollozó—. Solo soy un minero de Todo.

      —Oh, ahora estate callado —dijo Carroña como si se estuviera dirigiendo a un niño molesto—. Mira, tienes visita.

      Se volvió y señaló al suelo donde se deslizaba la pesadilla. Entonces, sin esperar a ver qué pasaba, se dio la vuelta y se acercó a Houlihan.

      —Bien —dijo—. Cuéntame lo de la chica.

      Totalmente intimidado por el hecho de que la pesadilla estuviera suelta y que en cualquier momento pudiera volverse contra él, Houlihan balbuceó algunas palabras:

      —Ah, sí… sí… la chica. Se me escapó en Martillobobo. Junto con un geshrat llamado Malingo. Ahora viajan juntos. Volví a pisarles los talones en Soma Pluma. Pero se escabulló de nuevo entre algunos monjes peregrinos.

      —¿Así que se te ha escapado dos veces? Me esperaba algo mejor.

      —Tiene poderes —respondió Houlihan a modo de auto justificación.

      —¿De verdad? —dijo Carroña. Mientras hablaba sacó con cuidado otra pesadilla de su collar. Esta bufó y siseó. Dirigiéndola hacia el hombre de la esquina, soltó la criatura de su mano que se deslizó hacia donde se encontraba su compañera—. Debe ser capturada a toda costa, Otto —continuó Carroña—. ¿Comprendes? A toda costa. Quiero conocerla. Más que eso. Quiero entenderla.

      —¿Cómo hará eso, señor?

      —Descubriendo qué pasa por esa cabeza humana que tiene. Leyendo sus sueños, en primer lugar. Lo cual me recuerda… ¡Lazaru!

      Mientras esperaba a que su sirviente asomara por la puerta, Carroña sacó otra pesadilla de su collar y la soltó.

      Houlihan vio cómo se unía a las otras. Se habían acercado mucho al hombre, pero aún no lo habían atacado. Parecían esperar una orden de su amo.

      El minero seguía suplicando. De hecho no había dejado de suplicar durante toda la conversación entre Carroña y Houlihan.

      —Por favor, señor —seguía implorando—. ¿Qué he hecho para merecer esto?

      Carroña finalmente le contestó.

      —No has hecho nada —explicó—. Simplemente hoy te he elegido de entre la multitud porque estabas maltratando a uno de tus hermanos mineros. —Volvió a echarle un vistazo a su víctima—. Siempre hay miedo en los hombres que son crueles con otros hombres. —Apartó la vista de nuevo, mientras las pesadillas esperaban dando latigazos con sus colas expectantes—. ¿Dónde está Lazaru? —preguntó Carroña.

      —Aquí.

      —Encuéntrame el aparato de los sueños. Ya sabes cuál.

      —Por supuesto.

      —Límpialo. Voy a necesitarlo cuando el Hombre Entrecruzado haya cumplido con su trabajo. —Su mirada se posó en Houlihan—. En cuanto a ti —dijo—, sigue con la persecución.

      —Sí, Señor.

      —Atrapa a Candy Quackenbush y tráemela. Viva.

      —No le fallaré.

      —Será mejor que así sea. Si me fallas, Houlihan, entonces el próximo hombre que se sentará en esa esquina serás tú. —Murmuró unas palabras en abaratiano antiguo—: Thakram noosa rah. ¡Haaas!

      Era la orden que esperaban las pesadillas. Atacaron en un abrir y cerrar de ojos. El hombre trató de evitar que treparan por su cuerpo, pero era inútil. Cuando alcanzaron su cuello procedieron a envolver sus palpitantes extremidades alrededor de su cabeza, como si quisieran momificarlo. Sofocaron parcialmente sus gritos, pero aún se le podía oír mientras sus súplicas de clemencia a Carroña se transformaban en alaridos y gritos. A medida que crecía su miedo, las pesadillas iban engordando, desprendiendo destellos más y más brillantes de luminiscencia pálida mientras se nutrían. El hombre continuó pateando y resistiéndose durante un rato, pero pronto sus chillidos se debilitaron hasta convertirse en sollozos y, finalmente, incluso estos se detuvieron. Igual que su lucha.

      —Oh, qué decepción —comentó Carroña, pateando el pie del hombre para confirmar que el miedo efectivamente había acabado con él—. Pensé que duraría más tiempo.

      Volvió a hablar en idioma antiguo y las ahora nutridas y perezosas pesadillas se desanudaron de la cabeza de su víctima y volvieron hacia Carroña. Houlihan no pudo evitar alejarse uno o dos pasos por si las pesadillas le confundían con otra fuente de comida.

      —Vete, pues —le dijo Carroña—. Tienes trabajo que hacer. ¡Encuentra a Candy Quackenbush!

      —Dicho y hecho —contestó Houlihan.

      Sin mirar atrás ni para echar un vistazo, se apresuró a salir de la cámara de los horrores y bajó por las escaleras de la Duodécima torre.

      Primera parte

      Bichos raros, dementes y fugitivos

       Nada

       Tras una batalla que se alargó durante siglos,

       El Diablo ganó,

       Y le dijo a Dios (quien fue su Creador): «Señor,

       Estamos a punto de presenciar la destrucción de la Creación

       De mi mano.

       No quiero que me consideres un ser cruel,

       Así que, te lo suplico, coge tres cosas

       De este mundo antes de que lo destruya.

       Tres cosas, y las demás desaparecerán.»

       Dios lo pensó un breve momento.

       Y al final contestó:

       «No, no hay nada.»

       El Diablo se sorprendió.

       «Ni siquiera Tú, Señor?»