se vuelve frecuente: aquel en el que la derecha radical sufre la competencia electoral de formaciones “soberanistas”. La voluntad de salir de la Unión Europea constituye el corazón del programa de estos partidos, pero explotan también la temática de la identidad, de la inmigración y de la decadencia cultural, sin por ello cargar con el estigma de un origen extremista y eludiendo la dimensión racista. Se puede mencionar la Alternativa para Alemania, el Partido para la Independencia del Reino Unido (UKIP), la lista Stronach en Austria y De Pie la República, dirigida por Nicolas Dupont-Aignan, en Francia.
No carece de consecuencias el empleo sin ton ni son del término “populismo”, en particular para desacreditar toda crítica al consenso ideológico liberal, todo cuestionamiento a la bipolarización del debate político europeo entre conservadores-liberales y socialdemócratas, toda expresión en las urnas del sentimiento popular de desconfianza hacia el disfuncionamiento de la democracia representativa. Paul Taggart, por ejemplo, a pesar de las cualidades y la relativa precisión de su definición de los populismos de derecha, no puede impedir establecer una simetría entre estos últimos y la izquierda anticapitalista. Así soslaya la diferencia fundamental que constituye el etnicismo explícito o latente de las derechas extremas y radicales (11). En él, como en muchos otros, el populismo de la derecha radical no se define por su singularidad ideológica, sino por su posición de disenso dentro de un sistema político donde sólo sería legítima la opción de formaciones liberales o de centroizquierda.
Del mismo modo, la tesis defendida por Giovanni Sartori según la cual el juego político se ordenaría en torno de la distinción entre partidos del consenso y partidos protestatarios, siendo los primeros los que tienen la capacidad de ejercer el poder y que son aceptables como socios de coalición, plantea el problema de una democracia de cooptación, de un sistema cerrado. Si la fuente de toda legitimidad es el pueblo y una parte consecuente de éste (entre el 15 % y el 25% en muchos países) vota por una derecha radical “populista” y “antisistema”, ¿en nombre de qué principio hay que protegerla de ella misma manteniendo un ostracismo que mantiene a estas formaciones apartadas del poder –sin, por otra parte, conseguir reducir su influencia–? Este problema de filosofía política es tanto más importante considerando que concierne también a la actitud de los formadores de opinión respecto de las izquierdas alternativas y radicales, deslegitimadas porque quieren transformar –y no acomodar– la sociedad. Lo que les vale a menudo –según la vieja y falsa idea de que “los extremos se unen”– ser designadas como el doble invertido de las radicalidades de derecha. El politólogo Meindert Fennema construye así una vasta teoría de los “partidos protestatarios”, definidos como aquellos que se oponen al conjunto del sistema político, culpando a aquél por todos los males de la sociedad, y que no ofrecen, según él, ninguna “respuesta precisa” a los problemas que suscitan. Pero ¿qué es una “respuesta precisa” a los problemas que la socialdemocracia y la derecha liberal-conservadora no han logrado resolver?
¿El problema de Europa es además el ascenso de las derechas extremas y radicales o el cambio de paradigma ideológico de las derechas? Uno de los principales fenómenos de la segunda década del siglo XXI es que la derecha clásica tiene cada vez menos reticencias en aceptar como socios de gobierno a formaciones radicales tales como la Liga del Norte en Italia, la UDC suiza, el FPÖ en Austria, la Liga de las Familias Polacas, el Partido de la Gran Rumania, el Partido Nacional Eslovaco y ahora el Partido del Progreso noruego.
Sólo se trata de táctica y de aritmética electorales. La porosidad creciente entre los electorados del FN y de la Unión por un Movimiento Popular lo demuestra, al punto que el modelo de las tres derechas –contrarrevolucionaria, liberal y plebiscitaria (con su mito del hombre providencial)– elaborado antes por René Rémond, aun si se le agrega una cuarta encarnada por el Frente Nacional (12), no da cuenta del todo de la realidad francesa. Sin duda, vamos hacia una competencia entre dos derechas. Una, nacional-republicana, operaría una síntesis soberanista y moralmente conservadora de la tradición plebiscitaria y de la derecha radical frentista; sería el retorno de la familia “nacional”. La otra sería federalista, proeuropea, librecambista y liberal en el plano social. Con, por supuesto, variantes locales, la lucha de poder dentro de la gran nebulosa de las derechas se juega por todas partes en Europa alrededor de los mismos clivajes: Estado-nación contra gobierno europeo; “una tierra, un pueblo” contra una sociedad multicultural; “sumisión total de la vida a la lógica del beneficio” o primacía de la comunidad. Antes de pensar la manera de combatir las derechas radicales en las urnas, la izquierda europea deberá admitir las mutaciones de su adversario. Estamos lejos de ello.
Traducción: Florencia Giménez Zapiola
1 Serge Halimi, “Le populisme, voilà l’ennemi”, Le Monde diplomatique, París, abril de 1996, y Alexandre Dorna, “¿Hay que tenerle miedo al populismo?”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, noviembre de 2003.
2 Su partido Futuro y Libertad para Italia obtuvo 0,47% de los votos en las elecciones de febrero de 2013.
3 G. M. Tamás, “Una nueva derecha en Hungría”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, febrero de 2012.
4 Pierre-André Taguieff, L’Illusion populiste, Berg International, 2002.
5 Eric Dupin, “Las piruetas de Le Pen”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, abril de 2012.
6 Uwe Backes, Political Extremes. A Conceptual History from Antiquity to the Present, Routledge, Abingdon (Gran Bretaña), 2010.
7 Piero Ignazi, Il Polo Escluso. Profilo del Movimento Sociale Italiano, Il Mulino, Bolonia, 1989.
8 Después de las elecciones legislativas de mayo de 2012, ninguna mayoría se desprendió para formar un nuevo gobierno; un nuevo escrutinio se realizó un mes más tarde.
9 La “troika” está integrada por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea.
10 Georgios Karatzaferis, que lo dirige, pertenecía antes a la Nueva Democracia del primer ministro Antonis Samaras.
11 Paul Taggart, The New Populism and the New Politics. New Protest Parties in Sweden in a Comparative Perspective, Palgrave Macmillan, Londres, 1996.
12 René Rémond, La droite en France de 1815 à nos jours. Continuité et diversité d’une tradition politique, Aubier, París, 1954. Agregado tenido en cuenta por Rémond en Les Droites aujourd’hui, Audibert, París, 2005.
Capítulo 2
La nueva cara de la extrema derecha en Europa
El descontento popular, combustible de la derecha francesa
Serge Halimi
Todo beneficia a la extrema derecha francesa: una economía estancada, un desempleo cuya curva sube en vez de bajar, el miedo al desclasamiento y a la precariedad, los servicios públicos y la protección social amenazados, un “proyecto europeo” tan sabroso como una cucharada de aceite de ricino, una ola migratoria que infla el caos de varios Estados árabes, atentados masivos cuyos autores reivindican el islam… Sin olvidar, desde hace ya casi