de un profesor estudiando el lugar de su oficio o, tal vez, tratando de componer un curso (o una clase) donde la especificidad de ese lugar pueda hacerse presente para los demás, pero también –quizá, sobre todo– para sí mismo.
La segunda parte, “Incidencias y coincidencias”, consiste en una serie de conversaciones que tuvieron lugar a lo largo de casi cuatro meses de cursos y conferencias por distintos países de América Latina a finales de 2017 en los que el tema era, justamente, el oficio de profesor. Podríamos encontrar ahí el autorretrato de un profesor dando cursos, impartiendo conferencias, conversando con sus alumnos, con sus oyentes, con sus lectores, consigo mismo y, en varias ocasiones, con algunos amigos que, como él, también le dan vueltas a qué es y cómo se hace eso de ser profesor. (7)
El otro libro se titula P de profesor (8) y está compuesto por largas conversaciones con Karen C. Rechia alrededor de lo que fueron mis cursos en la Universidad de Barcelona en un semestre del año 2015. El libro está organizado como un diccionario que incluye anotaciones sobre el asunto de cada una de las materias que impartí, sobre algunos de los textos y de las películas que trabajé en clase, sobre los ejercicios que propuse a los estudiantes y sobre las distintas incidencias con que nos íbamos encontrando. A partir de ahí, el libro consiste también en la elaboración de una serie de palabras (y de no-palabras) que dicen algo de la manera como entiendo el oficio. En ese sentido, podría tomarse como el autorretrato de un profesor conversando con una profesora sobre sus quehaceres de cada día.
Además, en 2017 tuvo lugar en Florianópolis un seminario internacional titulado “Elogio del profesor”, que tuvo como materia central de discusión esos tres volúmenes que componen la Trilogía del oficio. Los comentarios que se hicieron allí, junto con mis respuestas, se han publicado en otro libro que podría tomarse, con toda justicia, como un anexo a los otros tres. (9)
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Los tres libros pueden leerse, claro, desde su asunto (el oficio de profesor), pero también como una tentativa de elaborar distintas modalidades de lo que podríamos llamar una prosa (o una voz) de profesor. Su posible interés, entonces, no estaría solo en lo que dicen, sino también en cómo lo dicen. En la escritura no solo importa lo dicho, sino también –quizá, sobre todo– los modos del decir. Lo que habría en ellos sería un profesor estudiando, conversando y dando un curso, pero también tratando de dar forma, en el lenguaje, a sus maneras de estudiar, de conversar y de dar clase; a esas actividades que, en definitiva, lo hacen profesor. En ese sentido, la trilogía podría entenderse como una tentativa de elaboración de las condiciones conceptuales y formales para una conversación posible sobre el oficio. (10) Y podría considerarse, también, como una actualización (a mi manera, claro) de ese género quizá ya anacrónico que podríamos llamar “ensayo pedagógico”. (11) Ese en el que no se escribe como experto o como especialista, sino como alguien que le da vueltas y revueltas a qué es eso a lo que llamamos “educación”. Y ese en el que no se escribe para un destinatario determinado (al que se quiere trasmitir algunas ideas o persuadir de algunas convicciones), sino a un interlocutor no marcado (a todos en general y a nadie en particular) o, como se decía antes, “a quien pueda interesar”.
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En la palabra “oficio”, de P de profesor, justifico mi apartamiento de la palabra “profesión” (y de la expresión “profesión docente”), porque esta última está contaminada por la ideología del “profesionalismo”, mientras que la primera remite a la artesanía:
A la materialidad del trabajo, a la tradición en que se inscribe, a la huella subjetiva del artesano, a su presencia corporal. Remite también, como dice Richard Sennett, “a ese impulso humano duradero y básico de realizar bien una tarea, sin más”. Y remite a la maestría, a las maneras de hacer encarnadas en el conocimiento sensible de los materiales, en el uso conveniente de los artefactos, en la precisión de los gestos. El obrar del artesano, su oficio, muestra su maestría, es decir, el saber encarnado en su propio cuerpo.
Y el último párrafo dice lo siguiente:
Me reconozco en eso de la indistinción entre lo que se hace y lo que se es; en eso de que el oficio de profesor no tiene que ver con perfiles de competencias, con metodologías o técnicas didácticas o con resultados sino con “serlo de verdad”, sea eso lo que sea; en eso de que incorpora una serie de hábitos que constituyen un ethos, una costumbre, un modo de ser y de actuar, un modo de vivir; en eso de que el oficio debe ser ejercido con devoción, es decir, entregándose a él y respetándolo; en eso de que implica compromiso y, a veces, pelea; y, sobre todo, huyendo de toda solemnidad y de toda grandilocuencia, me reconozco también en lo que el oficio tiene de ínfimo y cotidiano, de algo que se hace cada día (y no en momentos excepcionales) y de un modo menor, rutinario, a veces aburrido, con gestos mínimos, modestos, casi desapercibidos, sin espectáculos ni artificios. (12)
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Se comprenderá entonces que la opción de aproximar el oficio de profesor a otros oficios artesanos pone este libro a contracorriente. En primer lugar, del programa educativo del capitalismo cognitivo, ese que se fundamenta en el aprender a aprender, en las competencias y en las así llamadas inteligencias múltiples. En segundo lugar, a contracorriente de la conversión de la escuela en una empresa, de la educación en una inversión y de los niños y los jóvenes en futuros talentos que hay que localizar y desarrollar. Tercero, de la reconversión de los profesores en facilitadores de aprendizaje, entrenadores de competencias, animadores de aula y gestores emocionales. En ese sentido, al tratar de construir una manera escolar y pedagógica de pensar el oficio, este libro trata de situarse al margen tanto de la colonización psicológica de las teorías y las prácticas educativas (esa que las fundamenta en las teorías del aprendizaje y que atraviesa lo que algunos llamamos “learnification de la educación”) como de su colonización económica (esa que atraviesa lo que algunos llamamos “mercantilización de la educación” y que se despliega en la obsesión por la eficacia, por los objetivos y los resultados –de aprendizaje–, y por el uso de palabras como “calidad” o “innovación”).
Y se comprenderá también que este es un libro que ama, dignifica y defiende el oficio de profesor frente a todos aquellos que solo les dicen lo que hacen mal y lo que deberían hacer de otra manera; que sus maneras están obsoletas y atrasadas; que deben reciclarse y actualizarse; frente a todos aquellos que, bajo la máscara de su “profesionalización”, de su “renovación” y de su “adaptación a los tiempos que corren”, contribuyen a su proletarización y precarización, a la pérdida de la autonomía en su trabajo, a la erosión de su autoridad simbólica y, lo que es peor, a la disolución del sentido público de su trabajo.
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Este libro hubiera sido imposible sin los trabajos de Jan Masschelein y Maarten Simons, especialmente su Defensa de la escuela (13). A ellos les debo una aproximación amorosa, morfológica y material a la institución escolar que me dio el marco para pensar el oficio de profesor y, sobre todo, la posibilidad de elaborar concretamente –y, desde luego, a mi manera– lo que he estado haciendo toda la vida.
No puedo sino agradecer los comentarios animosos e inspiradores de los primeros lectores, en distintos momentos de su elaboración, de todos o alguno de los libros que componen la trilogía del oficio. Entre otros: Daniel Goldin, Inés Dussel, Maximiliano López, Ana María Preve, Karen Rechia, Caroline Cubas, Luiz Augsburguer, Rosana Fernandes, Leda Fonseca, Alfredo Veiga-Neto, Raquel Leão, Fernando Bárcena, Joan-Carles Mèlich, Olga Martínez. Paco Robles, Glaucia Costa, Thereza Bertazzo, Melissa da Silva, Carmen Sanches, Tiago Ribeiro, Cláudia Fernandes, Facundo Giuliano, Fernando González, Diana Suárez, Jaume Cela, Luciana Chait, José Contreras, Diego Tatián, Eva da Porta, Fernanda Pérez, Roberto Valencia, Miguel Morey, Joaquín Esteban, Luis Páez, José García Molina y Rosa Mari Ytarte.
Debo un agradecimiento muy especial a los que fueron mis estudiantes en el curso que se relata. Ellos me hicieron profesor por la confianza que me otorgaron desde el primer momento y por su disposición a seguirme en el camino, a veces hablando y a veces callando, a veces interesados y a veces molestos, pero siempre atentos, rigurosos, respetuosos y cordiales.
Y,