Jorge Larrosa

El profesor artesano


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de un profesor estudiando el lugar de su oficio o, tal vez, tratando de componer un curso (o una clase) donde la especificidad de ese lugar pueda hacerse presente para los demás, pero también –quizá, sobre todo– para sí mismo.

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      En la palabra “oficio”, de P de profesor, justifico mi apartamiento de la palabra “profesión” (y de la expresión “profesión docente”), porque esta última está contaminada por la ideología del “profesionalismo”, mientras que la primera remite a la artesanía:

      A la materialidad del trabajo, a la tradición en que se inscribe, a la huella subjetiva del artesano, a su presencia corporal. Remite también, como dice Richard Sennett, “a ese impulso humano duradero y básico de realizar bien una tarea, sin más”. Y remite a la maestría, a las maneras de hacer encarnadas en el conocimiento sensible de los materiales, en el uso conveniente de los artefactos, en la precisión de los gestos. El obrar del artesano, su oficio, muestra su maestría, es decir, el saber encarnado en su propio cuerpo.

      Y el último párrafo dice lo siguiente:

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      Se comprenderá entonces que la opción de aproximar el oficio de profesor a otros oficios artesanos pone este libro a contracorriente. En primer lugar, del programa educativo del capitalismo cognitivo, ese que se fundamenta en el aprender a aprender, en las competencias y en las así llamadas inteligencias múltiples. En segundo lugar, a contracorriente de la conversión de la escuela en una empresa, de la educación en una inversión y de los niños y los jóvenes en futuros talentos que hay que localizar y desarrollar. Tercero, de la reconversión de los profesores en facilitadores de aprendizaje, entrenadores de competencias, animadores de aula y gestores emocionales. En ese sentido, al tratar de construir una manera escolar y pedagógica de pensar el oficio, este libro trata de situarse al margen tanto de la colonización psicológica de las teorías y las prácticas educativas (esa que las fundamenta en las teorías del aprendizaje y que atraviesa lo que algunos llamamos “learnification de la educación”) como de su colonización económica (esa que atraviesa lo que algunos llamamos “mercantilización de la educación” y que se despliega en la obsesión por la eficacia, por los objetivos y los resultados –de aprendizaje–, y por el uso de palabras como “calidad” o “innovación”).

      Y se comprenderá también que este es un libro que ama, dignifica y defiende el oficio de profesor frente a todos aquellos que solo les dicen lo que hacen mal y lo que deberían hacer de otra manera; que sus maneras están obsoletas y atrasadas; que deben reciclarse y actualizarse; frente a todos aquellos que, bajo la máscara de su “profesionalización”, de su “renovación” y de su “adaptación a los tiempos que corren”, contribuyen a su proletarización y precarización, a la pérdida de la autonomía en su trabajo, a la erosión de su autoridad simbólica y, lo que es peor, a la disolución del sentido público de su trabajo.

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      No puedo sino agradecer los comentarios animosos e inspiradores de los primeros lectores, en distintos momentos de su elaboración, de todos o alguno de los libros que componen la trilogía del oficio. Entre otros: Daniel Goldin, Inés Dussel, Maximiliano López, Ana María Preve, Karen Rechia, Caroline Cubas, Luiz Augsburguer, Rosana Fernandes, Leda Fonseca, Alfredo Veiga-Neto, Raquel Leão, Fernando Bárcena, Joan-Carles Mèlich, Olga Martínez. Paco Robles, Glaucia Costa, Thereza Bertazzo, Melissa da Silva, Carmen Sanches, Tiago Ribeiro, Cláudia Fernandes, Facundo Giuliano, Fernando González, Diana Suárez, Jaume Cela, Luciana Chait, José Contreras, Diego Tatián, Eva da Porta, Fernanda Pérez, Roberto Valencia, Miguel Morey, Joaquín Esteban, Luis Páez, José García Molina y Rosa Mari Ytarte.

      Debo un agradecimiento muy especial a los que fueron mis estudiantes en el curso que se relata. Ellos me hicieron profesor por la confianza que me otorgaron desde el primer momento y por su disposición a seguirme en el camino, a veces hablando y a veces callando, a veces interesados y a veces molestos, pero siempre atentos, rigurosos, respetuosos y cordiales.

      Y,