Georgina Sánchez Ramírez

Parterías de Latinoamérica


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Mi acción fue considerada poco menos que un crimen y se me censuró por pasar a llevar la autoridad del médico, acusándome que no estaba capacitada para recetar dicho tratamiento. Demás está decirles que fui obligada a presentar mi renuncia. Muchas de Uds. dirán por qué no coloqué morfina, que era lo indicado: pero estos alcaloides no eran resorte de la matrona y tampoco podemos administrarlos (Ojeda, 1951, p. 84).

      Aludiendo a la necesidad de modernizar la asistencia y procedimientos permitidos a las matronas, Ojeda llamaba la atención de tres cuestiones no menores respecto del ejercicio de su labor hospitalaria: la exposición de las matronas a situaciones de variada y riesgosa índole, los reglamentos de los medicamentos que las matronas podían usar no se habían actualizado a lo que era la realidad de 1951 y las controversias que rodeaban el uso que ellas podían, o no, hacer de la anestesia, constituía una cuestión urgente de resolver.

      Sobre este último aspecto, si bien las matronas eran las que administraban la anestesia en la maternidad, Ojeda afirmaba que era la cuidadora quien “resuelve el problema de la anestesia” como ella misma lo aprendió luego de ser censurada “con una anotación en su hoja de vida por administrar anestesia a una parturienta en el periodo de expulsión. Después de aquel episodio, Ojeda sostenía que siempre llamaba al médico cuando se requería de anestesia, a lo cual los médicos respondían enviando “una cuidadora del pabellón de cirugía”. Para Ojeda esta acción era humillante para las matronas, y consideraba que la Escuela de Obstetricia o la Asociación debía normar dicha situación, pues “somos profesionales expertas, auxiliares a la labor del médico, para que de una vez por todas dejemos de ser abandonadas las que a lo largo del país sufrimos la incomprensión del medio ambiente, a pesar de la noble tarea que desempeñamos” (Ojeda, 1951, p. 85).

      Probablemente la descripción de Ojeda sobre el trabajo hospitalario que hacían las matronas en provincias sea una pista importante para entender los límites de esta asistencia y también el protagonismo de las mismas. Sin identificar el hospital provincial en que trabajaba, sostenía que se atendían sobre 1000 partos anuales entre eutócicos y distócicos, se contaba con 28 camas para el puerperio, tres matronas y dos auxiliares para el trabajo diurno y nocturno. Los turnos de las matronas eran de 24 horas, lo que estaba fuera de lo contemplado por las leyes sociales: “la naturaleza de nuestras funciones nos impiden disfrutar, como el resto de las personas de determinados días de descanso como los domingos y los festivos” y cuando una matrona no puede hacer un turno, “autoritariamente” se le exigía a la matrona siguiente que asumiera el turno pendiente.

      Acudiendo a su propia experiencia en que relata haber trabajado durante 6 días consecutivos sin descanso, asistiendo a 63 enfermas entre partos y abortos, confeccionando certificados civiles, boletines y estadísticas de casos clínicos y de altas, inscripciones en los libros, entre otros. Además Ojeda afirmaba que tareas como la vigilancia diurna y nocturna de las embarazadas, parturientas y puérperas, la asistencia propia del parto, las visitas junto al médico, “mostrar placentas” y vigilar el aseo de salas que hacía el personal, eran extenuantes. Ojeda insistía en una circunstancia dolorosa como era el desgarro del periné y la sutura que era la maniobra para revertirla, era importante que pudieran administrar anestésicos como el Trilene, inocuo para niños y madres, pero vedado para las matronas.

      Notables eran los argumentos que presentaba en este congreso cuando se refería empáticamente al dolor que caracterizaba el parto de tantas mujeres y la impotencia que producía no poder aliviarlo:

      Es mi deseo describir el estado de ánimo de la matrona frente a algunos casos de largos periodos dolorosos que anteceden el parto de algunas madres, porque todas conocemos de cerca esto, pero me parece inhumano que existiendo un producto para aliviarlas se nos prohíba recurrir a él (Ojeda, 1951, p. 86).

      A juicio de Ojeda, las circunstancias que rodeaban el trabajo de las matronas en hospitales provinciales las alejaba mucho del ejercicio de un “trabajo científico”, y lo que se requería con premura era el establecimiento de normas precisas que protegieran y avalaran el trabajo que estas profesionales hacían.

      Luego de fundado el SNS y del impulso decisivo del parto hospitalario, se realizó el Congreso Interamericano de Matronas (obstetrices) en Santiago en 1959, apoyado por el Ministerio de Salud y el SNS, al cual asistieron delegadas de países como Argentina, Brasil, Estados Unidos, Paraguay y Perú, y que tuvo como preocupación principal la educación básica de la matrona. Entre las autoridades, junto al Ministro de Salud, Sótero del Río y del Director General del SNS, Gustavo Fricke, se contaba con algunas destacadas profesionales como la médica Luisa Pfau, Subjefa del Departamento de Salud, Esther Lipton, asesora regional de Enfermería de la Oficina Sanitaria Panamericana, Mabel Zapenas, matrona consultora de la Organización mundial de la Salud en el Proyecto Chile-20, la médica Victoria García, profesora de educación sanitaria de la Escuela de Salubridad de la Universidad de Chile, las matronas Olga Julio, Presidenta de la Asociación Nacional de Matronas y Marta Olivos, Presidenta del Comité organizador de este congreso. Entre las ponentes del congreso, estaban Alicia Osores quien había intervenido en el congreso de 1951, Pilar Galván, Elena Fiedler; y Gabriela Oliveira, delegada oficial del Colegio de Enfermeras de Matronas de Estados Unidos.

      Las recomendaciones de esta reunión destacaban la necesidad de robustecer la formación que brindaban las escuelas de obstetricia con cursos sobre salud pública, enfermería, farmacología, administración y nutrición. Otras recomendaciones igualmente importantes fueron el potenciar la figura de la instructora matrona en las escuelas de obstetricia; homogenizar un programa de formación mínima e igualar la denominación que aquellas recibían en distintos países latinoamericanos; promover que las matronas acompañaran al médico en los partos patológicos, que la matrona confeccionara informes escritos de su trabajo y potenciar las organizaciones gremiales y científicas a nivel latinoamericano, teniendo como primer horizonte la proyección del futuro congreso programado para 1962.

      Los objetivos que promovía este congreso eran fortalecer la formación de las matronas en nociones modernas de salud pública, y en la mejor preparación para el registro y descripción de los fenómenos clínicos que atendían, cuestión que prácticamente no sucedía. Estos objetivos ciertamente tenían directa relación con su creciente presencia en consultorios y hospitales y con la necesidad de integrar a las matronas al trabajo planificado, racional y jerárquico que allí se realizaba, a diferencia del que hacían tradicionalmente en los partos domiciliarios en donde la mayor parte de la responsabilidad era de carácter individual. Asimismo, una segunda dimensión de los desafíos que suponía mejorar el entrenamiento de las matronas era fortalecer las relaciones con otros profesionales paramédicos como enfermeras, asistentes sociales y auxiliares, que eran parte del paisaje hospitalario y que tenían funciones específicas en la salud materno-infantil que se complementaban.

      Si bien la asistencia materno infantil centrada en la atención prenatal y el parto seguía gozando de un protagonismo central, entre las recomendaciones presentadas y las intervenciones de las autoridades médicas se valoraban la formación y acción de las matronas en el campo de la asistencia de madres más allá del parto y de la criatura durante su primer año de vida. Lo que se buscaba era potenciar su presencia y trabajo activo en el registro de una salud comunitaria. Como sostenía Marta Olivos en su discurso de inauguración, la preparación de las matronas tenía que ser “elevada a las necesidades de cada país y a las recomendaciones de los organismos nacionales e internacionales” (Congreso Interamericano de Matronas, 1959, p. 10).

      Por su parte, el Ministro de Salud, Sótero del Rio, refrendaba la importancia de fundar nuevas escuelas de obstetricia fuera de Santiago y Valparaíso, para que las postulantes no sean “erradicadas de su zona de origen”, en las cuales ellas eran valoradas y conocidas; y en mejorar la remuneración y las condiciones de quienes trabajan en territorios rurales. Ciertamente se trataba de un diagnóstico ya instalado entre quienes trabajaban en el SNS.

      Como sostenía el tocólogo Víctor Avilés, especial valor tenían el hecho de que la carrera había adquirido rango universitario, se habían incorporado materias que acentuaban el carácter científico de la profesión como Fisiopatología Dietética y Salubridad, y la puesta en marcha del convenio Chile 20, que había potenciado la formación práctica de las matronas gracias a la colaboración de consultoras