el joven Lorenzo sucede exactamente lo contrario. Nunca ha puesto los pies en la iglesia, no tiene educación religiosa alguna; en la familia no le falta absolutamente de nada, posee la cultura y los instrumentos de los ganadores. No obstante, siente una gran turbación interior, su vida se le presenta vacía. Quiere cambiar de camino, salir de la tradición culta y rica de su familia, que le impulsa hacia la universidad y hacia la carrera de profesor, médico, notario. Todos sus amigos pertenecen a esa extracción social.
No sabe cómo, pero intuye que su condición está lejos de la normalidad, que lo suyo es privilegio, es decir, la fuga de unos pocos de la verdadera condición humana.
Decide salir de ella y comienza a buscar. Lo hace todo solo. Nadie le ayuda. Era poco más que un muchacho.
En busca del camino
Lorenzo no quiere ir a la universidad. Inicialmente considera que su camino es la pintura.
La familia sufre por esta elección, pero, como ya había hecho frente a otras rarezas de su hijo, no le pone obstáculos: le secunda, considerando que se trata de una desviación momentánea, de una «chiquillada», y que, antes o después, volverá al recto camino.
Los padres consultan a un gran educador, amigo de la familia, el profesor Giorgio Pasquali, que ya se había ocupado del muchacho durante las crisis precedentes. Él les aconseja acompañarlo, porque se trata de un joven inteligente y lleno de gracia. Les dice: «Ahora no puede saberse si su camino será el arte. Lo sabremos después».
Le buscaron un maestro de pintura que encontraron en un pintor de origen alemán con taller en Florencia: Hans Joachim Staude. Era una persona sumamente buena y culta, con un espléndido talento pedagógico, un maestro serio y consciente. Staude fue la persona apta para acompañar al joven Milani en un momento tan delicado de su vida.
Lorenzo se mete de cabeza en la pintura. En el ámbito escolar se esfuerza muy poco, mientras que en la pintura permanece horas frente a su caballete. Descubre la belleza de los colores de la creación y los rostros de criaturas que desconocía: los de las personas sin derechos y sin futuro que vivían en las barriadas florentinas.
Para conocer el arte sacro y los valores que expresa visita iglesias, abadías y conventos. Entra en contacto con el evangelio y la fuerza de esa lectura le turba, le conmueve, le quita la paz.
Siente entonces que la pintura no responde a todo lo que buscaba. Ha encontrado al Dios de los pobres, advierte fuertemente el impulso a servirlo y decide hacerse sacerdote.
El seminario
Para la familia es otro rayo que cae del cielo sereno, mucho más doloroso que el primero. Sobre todo la madre queda muy angustiada.
La familia Milani se comportaba siempre de forma distinguida y señorial, ninguno de ellos alzaba nunca la voz. Pero cuando Lorenzo comunicó que quería hacerse sacerdote, desde la casa adyacente a la villa familiar se oyeron voces agitadas y alteradas, y a la madre, que con voz quebrada dijo: «Para nosotros es tan doloroso como si hubieses muerto en la guerra».
No obstante, los padres, conociendo la determinación de su hijo, no lo abandonan a su suerte. Probablemente el mismo profesor Pasquali, que tenía relaciones con el mundo florentino, quien le pone en contacto con un esclarecido sacerdote, Don Raffaele Bensi, clérigo acreditado e influyente, uno de aquellos que saben leer la conciencia de los jóvenes.
Don Bensi enseñaba en un instituto secundario clásico de Florencia y conocía bien a los «señoritos» y sus crisis de adolescencia tardía. Era un educador que no acariciaba, sino que sacudía y vapuleaba.
El joven Lorenzo abre a Don Bensi su interior en ebullición y le comunica su intención de ser sacerdote.
El experto educador y consumado conocedor de almas intuye de inmediato que tiene ante sí a un joven dominado por una luz y una fuerza particulares. Lo coge de la mano para ayudarle a superar los obstáculos que se interponen entre su vida anterior y las puertas del seminario. Le prepara al sacramento de la confirmación, haciéndole directamente de padrino. Entre tanto lo presenta a Mons. Enrico Bartoletti, que le permite participar los domingos en la misa cantada y especialmente preparada por los seminaristas con canto gregoriano y con motetes cantados a varias voces, celebrada en la capilla del seminario menor, del que era rector.
Lorenzo queda tan entusiasmado que un domingo lleva consigo a su hermana Elena.
Después de la confirmación, Don Bensi lo presenta a las autoridades de la curia florentina, apoyando su deseo de entrar en el seminario.
En la curia piden conocer también a los familiares. No sin un sentimiento de embarazo traspasan los padres por primera vez en su vida los umbrales del palacio episcopal, lugar extraño y alejadísimo de su ambiente y de su cultura. Estaban consternados, y en particular la madre estaba visiblemente desgarrada por el dolor. No conocían nada del seminario, salvo que su hijo habría de perder su libertad de laico para verse aprisionado en las rígidas y autoritarias reglas de la Iglesia católica.
Aun así, una vez más no obstaculizan la voluntad de su hijo y dan su asentimiento, siendo él todavía menor de edad. Su padre solo supo decir: «¿Sabrá este hijo mío adaptarse a la vida del seminario?». Era una angustia que debe de haber sentido también el cardenal, como el mismo Lorenzo les recordará al escribirles dos meses más tarde: «El otro día vino el cardenal a inaugurar la sala de lectura y me preguntó si me había adaptado al seminario. Se acordaba de que habías dicho: “Pero ¿se habituará este hijito mío a la vida del seminario?”».
Lorenzo entra en el seminario de Florencia el 9 de noviembre de 1943. Pocos meses atrás había cumplido 20 años.
Unos días más tarde recibe el primer regalo como seminarista: La vida de Jesús, de Giuseppe Ricciotti, con la siguiente dedicatoria:
A Lorenzo Milani,
esta vida de Jesucristo, para que, modelando en sí mismo
al Divino Maestro, sea para las almas camino, verdad y vida.
Cesarina Galli Mannucci
en nombre del pueblo
de San Pietro in Mercato
Gigliola, Montespertoli, noviembre de 1943
La parroquia de San Pietro in Mercato era la misma en la que había sido bautizado con el nombre de Lorenzo Carlo Domenico Milani Comparetti el 29 de junio de 1923, un mes después del nacimiento 5, cuando la familia se trasladó, durante el período estival, a la casa solariega de Gigliola, donde era propietaria de una finca agrícola con múltiples aparcerías.
Los esposos Milani estaban unidos civilmente. La madre, Alice Weiss, no estaba bautizada, pero los tres hijos recibieron de forma normal el sacramento en la iglesia parroquial de San Pietro in Mercato, administrado por el párroco, Don Vincenzo Viviani: Adriano el 28 de febrero de 1920 y Elena Paola el 30 de agosto de 1929.
La madrina de bautismo de los hermanos Milani fue en los tres casos la señora Elena Kraustover, que había criado a Alice tras la muerte de la madre y que sería la institutriz de alemán de los tres hermanos Milani.
La relación de la familia Milani con el párroco Vincenzo Viviani era muy buena, y fue también él quien más tarde bautizó a Alice en el baptisterio de la iglesia parroquial de forma muy privada el 20 de abril de 1938. Su madrina supo mantener el secreto. El bautismo era indispensable para celebrar el matrimonio religioso, que se realizó en Milán, siempre con total reserva, en la parroquia de Santa Maria del Suffragio, el 30 de noviembre de 1938.
Las actas correspondientes (publicaciones, etc.) fueron puestas bajo secreto por la autoridad eclesiástica, porque nadie en Gigliola sabía que Albano y Alice no estaban casados por la Iglesia y, por tanto, dada también la importancia social de la familia, era oportuno no escandalizar al pueblo ni dar ocasión de habladurías.
Los cónyuges