Sixto Paz Wells

El Santuario de la Tierra


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      »Y perteneces a este lugar, por eso has vuelto.

      –¿Y cómo lo sabe señor?

      –Lo veo en los colores de tu alma. Te envuelve el color azul marino de la espiritualidad y la realización.

      »Pero cuando crezcas olvidarás mucho de todo esto, aunque la vida se encargará de guiarte y hacerte recordar. Volverás nuevamente aquí, pero más crecida internamente y acompañada de otros. Pero será de aquí a un tiempo largo.

      –Señor, ¿cómo se llama usted?

      –Me llamo Mariano. ¿Y tú?

      –¡Esperanza!...

      »Aguarde don Mariano. Le voy a presentar a mi padre.

      La niña se giró a buscar a su padre y, tomándolo del brazo, lo empujó hasta la terraza diciéndole que le iba a mostrar al señor que había estado en la plaza el día anterior y que se llamaba Mariano. Pero, cuando el padre reaccionó, el hombre había desaparecido.

      El padre no creyó mucho a su hija cuando ella le contó el extraño encuentro, por lo que siguieron con la visita.

      Bajaron por el camino inca que une la zona agrícola alta con la zona alta urbana. A la derecha podía verse un profundo y extenso foso defensivo seguido por una muralla alta que separaba una zona de otra, que permitía a la población replegarse y defenderse. El camino conducía hasta una puerta amurallada constituida a modo de baluarte. Esperanza se agachó y tomó una piedrita del suelo.

      –¡Papá coge una piedrita como yo, la vas a necesitar!

      –¿Para qué hija?

      –¡Tú simplemente cógela papá!

      –Bueno está bien. ¿Y ahora qué?

      Tomados de la mano, se acercaron a la puerta y en la entrada la niña colocó la piedra a un lado y le hizo hacer lo mismo a su padre.

      –¿Qué estás haciendo hija? ¿Por qué hemos cogido estas piedras y ahora las dejamos en la entrada?

      –Porque somos peregrinos; debemos pedir permiso para entrar y esta es nuestra ofrenda como caminantes al camino y a la ciudad sagrada.

      »La vida es un largo camino; cada paso nos acerca a recordar todo lo que caminamos antes y nos muestra lo que nos falta por alcanzar.

      –¡Qué cosas tienes tan especiales Esperanza!

      Mientras avanzaban por el marcado sendero de visita, el padre comentaba en voz alta lo que decían los folletos turísticos que llevaba consigo –que incluían planos de la ciudad– mientras la niña se dedicaba a abrazar a las piedras como si fuesen viejos amigos tratando de escuchar lo que le decían.

      Cuando estuvieron en la zona de los templos, Esperanza le mostró al padre que algunas piedras del suelo tenían forma geométrica, que habían sido trabajadas y que correspondían a formaciones de estrellas en el cielo. Él se quedó impresionado al comprobar que eso mismo decía el folleto.

      Juntos, se aprestaron a subir unos escalones muy altos que llevaban hasta lo alto de una pirámide donde se encontraba el Intihuatana o reloj solar. De pronto la niña empujó a su padre hacia una pequeña habitación lateral.

      –¿Adónde me llevas Esperanza? El plano dice que es por otro lado.

      –¡Sí, lo sé papá! Pero debemos hacerlo como se hacía antes.

      –¿Y cómo se hacía antes niña?

      –Había que pedir permiso y hacer una pequeña oración para conectarnos con los guardianes del lugar. Una pirámide es una escalera al cielo, y nosotros vamos a subir por ella.

      –¡Jajá!... ¿Aquí también hay que pedir permiso?... Muy bien, hagámoslo como tú deseas. Pero no podemos demorarnos mucho porque si no no nos alcanzará el tiempo para ver lo más importante.

      Se sentaron sobre una larga piedra al pie de unas hornacinas trapezoidales y, guardando silencio por unos instantes, la pequeña en actitud ceremoniosa pidió en voz alta permiso para subir.

      De allí salieron y ascendieron definitivamente hacia el reloj solar, donde en tiempos antiguos los incas medían las estaciones y los ciclos del Sol y de la Tierra a través de la observación del juego de las sombras y las posiciones de los astros en el cielo.

      –¿Qué te parece este lugar Esperanza? ¿No es fascinante? Aquí los incas consideraban que amarraban al Sol al descubrir sus secretos, esto es, se dieron cuenta de que el Sol estaba sujeto a ciclos, los ciclos de los equinoccios y los solsticios, momentos en que la Tierra estaba más lejos o más cerca de nuestra estrella, producto de su órbita elíptica y del balanceo del planeta. Mira, te lo explico con estas piedrecitas en el suelo. La Tierra no gira de forma circular alrededor del Sol sino de forma ovalada. Hay momentos en que estamos más cerca y otros más lejos de nuestra estrella. Además, la Tierra tiene un movimiento de balanceo sobre sí misma.

      Don José le dio una improvisada lección de astronomía a la niña, que la dejó fascinada.

      –¿Y qué es lo que impide que la Tierra se marche y se aleje más del Sol? –preguntó con curiosidad.

      –Es la gravedad que genera la atracción, querida. El Sol tiene un campo gravitatorio que genera una fuerza que tiene atada a la Tierra y a cada uno de los planetas del sistema, impidiendo que se alejen mucho o se acerquen demasiado. También cada planeta tiene su propio campo; por ello la Luna se mantiene donde está.

      Después de recorrer una buena parte de la ciudad observando la forma peculiar de las montañas, debieron volver al bus para descender al pueblo de Aguas Calientes, porque habían contratado el tour corto y el tren salía por la tarde y debían volver a Cuzco.

      Durante los siguientes días el padre fue con la niña a las instalaciones de las Fuerzas Aéreas, donde les estaban aguardando para trasladarlos en helicóptero a la zona de Sicuani. Los militares querían que don José los ayudara en una investigación del fenómeno ovni, tema que a él le apasionaba. El viaje en helicóptero entre las montañas fue una nueva gran aventura para la niña, que no podía creer lo que estaba viviendo. En la zona de Sicuani se habían reportado continuas observaciones de extraños objetos luminosos descendiendo sobre una zona arqueológica compuesta de centenares de estructuras circulares llamadas colcas o depósitos. Se registraron los testimonios de los campesinos y se tomaron algunas muestras del suelo donde se veían huellas, que eran como quemaduras circulares en las que se había producido el crecimiento de extraños hongos, aparentemente producto de la radiación.

      De vuelta a la ciudad quedaron en verse temprano por la noche con don Aarón Pirca en un restaurante de la Plaza de Armas de Cusco, en pleno centro de la ciudad. El restaurante se encontraba situado en un local cerca de la plaza, construido irrespetuosamente sobre las bases y con las paredes de fina piedra trabajada del antiguo palacio de uno de los grandes soberanos incas.

      Después de caminar por las pintorescas y empedradas calles de la ciudad imperial, don José y Esperanza entraron en el local preguntando por la mesa que tenía reservada don Aarón, y el camarero, sonriendo, los llevó al extremo del lado derecho. Esperanza se sentó al lado de su padre. Delante había un bellísimo muro completo inca y al lado una ventana, que permitía a la niña ver la plaza. Ante la insistencia del camarero, pidieron unos refrescos mientras aguardaban la llegada de su amigo. Don Aarón no se hizo esperar y aquel viejo amigo, compañero de inquietudes e investigaciones, entró al rato en el local; era un hombre generoso y conocido por su sabiduría y por estar volcado en el servicio social de pobres, ancianos y huérfanos. Esta vez no venía solo; estaba acompañado por un hombre como de unos cuarenta años, pelo oscuro, alto y fuerte, y elegantemente vestido con traje y corbata.

      –Buenas noches José, vengo acompañado de Pedro Túpac Yupanqui, descendiente de la Panaca Real o Clan de los Amaru o Serpiente, la casa a la que pertenecía el Inca Huayna Capac.

      –¡Buenas noches Aarón y buenas don Pedro, es un placer conocerle! Esta es mi hija Esperanza.

      –¡Buenas