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les pasó lo que les pasó a Ayar Uchu y Ayar Auca!

      –¡Es solo una leyenda Esperancita!

      »Probablemente la verdadera historia fue que las tribus quechuas, en su avance hacia la conquista del Valle de Cuzco, se pelearon entre sí. Los cuatro hermanos representaban a cuatro tribus o clanes: los mara, los tampus, los mascas y los chilkes, que procedían del Sur del Valle del Apurimac, de tal manera que la tribu más aguerrida y sabia, que era la de los mascas, se impuso a las demás.

      –¡A mí me da pena el pobre Ayar Cachi!

      »¡Háblame papá de cómo eran las esposas de los cuatro hermanos!

      –Está bien, eso también es muy importante, porque el hombre no puede lograr gran cosa en la vida si no tiene a su lado a una buena compañera. La energía femenina siempre es trascendental en toda gesta heroica.

      »Pues dice la leyenda que Mama Ocllo, la esposa de Ayar Manco era una mujer alta, delgada pero fuerte. Ella procuraba mostrarse tierna como madre de todos, aunque cuando tenía que ser justa era severa. Era muy sabía e intuitiva, y siempre procuraba adelantarse al peligro y a las amenazas. Además, dicen que con su espíritu de madre atraía y amansaba a las fieras salvajes. Representaba la energía femenina en su versión de madre, esposa y chamana capaz de conectar con la naturaleza y proteger la estructura de la familia. Como imagen del hogar y la familia era como la diosa Hera de los griegos.

      »Mama Rawa, esposa de Ayar Auca, era de estatura más baja y gruesa, pero alegre y laboriosa. Sabía tejer y era una gran música. Ella enseñó a la gente a guardar la memoria a través de los telares, perfeccionando los colores, los diseños y codificando los símbolos. Con los telares ella cantaba y reproducía las historias. Representaba el espíritu sensible y artístico de la mujer, además de la sabiduría de quien valora la memoria y la Historia, haciéndola accesible a los demás.

      »Mama Cora, esposa de Ayar Uchu, de mediana altura y algo gordita, era como una anciana llena de sabiduría. Ella era la herbolaria, la que había descubierto y aprendido el secreto de las plantas medicinales. Sabía comunicarse con los elementos de la naturaleza y usar su fuerza y consejo para sanar y resolver cualquier situación.

      »Mama Huaco era una mujer fuerte, de hermosa presencia. Esposa de Ayar Cachi, asumió con resignación y valor la injusticia cometida contra su esposo así como su pérdida, encargándose después de estimular en los niños el arte de guerrear con valores que respetaran la vida. Ella era como la Atenea griega, maestra y guerrera.

      –¡Me hubiese gustado conocer a esas cuatro mujeres! Debieron ser estupendas –dijo Esperanza con una gran sonrisa en el rostro.

      De allí siguieron hacia la fortaleza-templo de Sacsayhuaman o la Colina del Halcón, situada unos dos kilómetros al Norte de la ciudad de Cuzco. Avanzaron hasta colocarse en la explanada que queda delante de las gigantescas murallas.

      –Mira hija, lo que fueron capaces de construir nuestros antepasados. Es la llamada fortaleza de Sacsayhuaman.

      »Se dice que fue el noveno Inca, llamado Pachacutec, quien empezó a construir esta fortaleza ceremonial, que vendría a ser la cabeza del gran puma que formaba el plano de la ciudad original. Quien siguió la construcción fue el Inca Tupac Yupanqui, terminándose en el tiempo del Inca Huayna Cápac.

      –Pero, ¿era una fortaleza papá? Yo sé que no. Las veces que estuve aquí había grandes ceremonias en las que se adoraba al Sol.

      –Bueno, sí, realmente era un templo gigantesco dedicado al Sol, pero también a los tres mundos, al arcoíris, al rayo y al agua. Y fue utilizado eventualmente como fortaleza.

      –Pero al rayo bueno papá, a aquel que trae la lluvia. No al rayo malo que acompaña la llegada del granizo.

      –Bueno hijita, así debe haber sido… En el mundo andino, el cielo o lo espiritual se identificaba con el cóndor o las aves; la Tierra o el mundo de aquí, que era lo material, con el puma; y el inframundo, o el mundo de abajo (subterráneo), lo oculto y hasta lo muerto se representaba con la serpiente.

      –Me da pena papá como está este lugar; no se parece a lo que yo recordaba.

      –Querida Esperanza, así es el paso del tiempo y la indiferencia e ignorancia de la gente que no supieron valorar lo que tenían. Pero aunque dicen que en el lugar solo queda el veinte por ciento de lo que hubo, por lo menos quedan parte de sus espectaculares y gigantescas murallas ciclópeas, dispuestas en tres grandes terrazas, con tres grandes puertas y los restos o cimientos de tres grandes torres en la parte alta. La mayor era la torre de Muyucmarka, que originalmente tenía entre quince y veinte metros de altura.

      En ese momento la niña le dijo al padre algo que le dejó anonadado:

      –¿Sabías papá que estas piedras y edificios ya estaban aquí antes de los incas?

      »¡Sí, ellos encontraron muchas de las cosas ya hechas de antes!

      –¿De antes de cuándo Esperanza?

      –¡De un pueblo anterior muy sabio y poderoso que lo dejó papá!

      –¿Y cómo las pusieron Esperanza?

      –Eran muy organizados y fuertes, pero también fueron capaces de levantarlas con sus mentes y con plantas de la selva que les quitaban el peso a las piedras, aunque todo eso se ha olvidado. ¡Qué pena no! Tanto poder y conocimiento se perdió.

      Naturalmente el padre consideró que era mejor seguirle la corriente a la niña, ya que en la escuela le organizarían después las ideas y le aportarían los datos que él consideraba reales o académicamente establecidos por los investigadores.

      Después de andar por las distintas terrazas de Sacsayhuaman siguieron camino hacia el rodadero y el trono del Inca, situado en un cerro de piedra frente al monumento. Allí había lugares tallados en roca diorita, que es de las piedras más duras. Los cortes se habían hecho con gran perfección y formas muy peculiares. En el trono del Inca, que son unas terrazas finalmente talladas en forma de escalera, la niña se sentó al lado de su padre, gozando de la vista completa de todo el complejo de Sacsayhuaman. La niña, con los codos apoyados en sus piernas, puso las manos sujetando su rostro, mientras suspiraba una y otra vez.

      –¿Por qué tanto suspiro linda? –preguntó el padre.

      –¡Estaba pensando y recordando…!

      –¿Más recuerdos hijita?

      –¡Sí!... Me están llegando muchas cosas a la cabeza… En el Coricancha te mostré el túnel por donde nos escapamos y por donde después se trajo el gran disco de oro. Pues el túnel nos trajo por aquí. Bueno… un poquito más allá.

      –Pero que todo esto no te entristezca Esperanza. Si realmente ocurrió, ya pasó y seguro que fue para bien.

      –¡Sí! ¡Pero cuanto dolor hubo aquí!… Fue terrible, la gente sufrió mucho.

      –Ven hija, te voy a llevar a un lugar que te va a animar, es el rodadero. Ahí suelen venir los niños de Cuzco para deslizarse por él como un tobogán. Es muy divertido.

      »Es una formación de piedra caliza suave que baja desde lo alto de la colina. ¡Dame la mano y vayamos!

      Estuvieron largo rato jugando en el lugar. Esperanza, incansable, subía una y otra vez a lo alto de la colina para bajar a gran velocidad por el tobogán natural de piedra pulida, mientras el padre la esperaba abajo para detenerla cuando llegaba porque descendía a gran velocidad.

      En una de esas en que subía, la niña observó a la distancia un gigantesco círculo de piedra colocada a manera de anfiteatro y dejó de jugar para bajar y pedirle a su padre ir allí.

      Recorrieron aquel caos de piedras rotas y restos de edificios saqueados. Se veía que ella buscaba algo afanosamente.

      –¿Qué buscas hija?

      –¿Ves este gran círculo de piedra en el suelo papá?

      –¡Sí!, espérate que en este pequeño mapa turístico que llevo