Sixto Paz Wells

El Santuario de la Tierra


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ese lugar aquella noche; no obstante, su presencia militar sorprendió a los desconfiados y temerosos amauta cuna.

      Faltaban pocas horas para que amaneciese, por lo cual debían apresurarse para cubrir la distancia que los separaba del camino al valle del río Urubamba y al siguiente túnel, que se encontraba kilómetros por delante y en donde los esperaba un centenar de llamas cargadas con vituallas y otras más para aligerar la carga que llevaban encima. También se había previsto que en Paucartambo los alcanzarían otros grupos que protegerían la huida, entre ellos gente de Calca, dirigida por el llantacamayoc runa Cayaticoc (oficial del pueblo encargado de comisiones).

      1 Signos o símbolos de una posible escritura inca, que equivalen a una palabra o a una idea.

      2 Judías del Perú, gruesas como un haba, casi redondas y muy blancas. Fuente: RAE.

      3 Entre los antiguos incas, mujer del emperador, señora soberana o princesa. Fuente: RAE

      4 En las regiones quechuas y diaguitas, fortaleza con gruesas pircas, que construían los indígenas en alturas estratégicas.

      5 Un castellano de oro equivalía a 4,6 gramos de oro. Por aquel entonces una libra no eran 500 gramos sino 460 gramos, y un kilo equivalía a 920 gramos. Esto es, que el rescate equivalía a 6.632,70 kilos de oro o más de seis toneladas y media de oro. Un marco de plata eran ocho onzas y una onza de plata 31.103 gramos, por lo cual 57,000 marcos equivalían a 456.000 onzas de plata, que multiplicados por 31.103 gramos da 14.182.968 gramos, lo cual significa unas catorce toneladas de plata.

      6 El botín del saqueo de Qosqo fue de 580.000 pesos o castellanos de oro, esto es casi tres toneladas de oro y 215.000 marcos de plata.

      7 Camélido de los Andes meridionales. Fuente: RAE.

      8 Hijo del Sol.

      9 Final de un ciclo.

      10 Mazorca de maíz de tamaño y forma extraordinarios.

      11 Corona e insignia de los Masca, consistente en un haz de hilos rojos encendidos que se introducía por canutillos de oro hasta la mitad, permitiendo que el resto cayera libremente.

      12 Ciudad fundada en las selvas del Madre de Dios más de setenta años antes por su abuelo, Túpac Yupanqui.

      13 Actualmente se encuentra detrás del altar mayor de la Iglesia de Santo Domingo.

      II. LA COMUNIDAD DEL SANTUARIO

      «Si aceptas ser guiado por la vida, una vez que te has preparado, esta aprovecha para ponerte al frente de otros para guiarlos, proteger y guardar lo que realmente tiene valor».

      Desde Paucartambo la caravana continuó incrementada por todos aquellos que se habían añadido a la misma. Tuvieron que transcurrir algunos días para que alcanzaran el paso entre montañas cercano al Apucantiti, que conduciría al valle de Kosñipata o Tierra de las nubes, por donde se desciende hasta la selva alta. Una vez que llegaron al abra, o paso entre montañas, siguieron avanzando por estrechos y peligrosos caminos, agradeciendo con una apacheta o amontonamiento de piedras a los apus, o espíritus de las montañas, los favores y la protección recibidos. En su descenso hacia los caudalosos ríos de la jungla, una parte del grupo continuó camino al poblado de Lacco, llevando consigo algunas de las literas que cargaban con los mallquis. En un pucullo, o cueva, procuraron dejar pistas falsas, mientras que el resto avanzó hacia el Amarumayo, el río alto Madre de Dios, guiados por Choque, llamado ya por todos el «poderoso señor Serpiente» o hijo insigne del linaje de los Amaru.

      El príncipe inca caminaba delante del grupo sin privilegio alguno, como Aisavilca o «jefe guía» que era. Había rechazado ser llevado en una litera como era costumbre entre los señores principales. Daba ánimos a su gente de manera constante, sobre todo a los rezagados, ofreciendo su hombro a aquellos que se sentían desfallecer por las largas jornadas, las altas temperaturas y las enfermedades transmitidas por los insectos que abundaban en la zona. Para él no habían antahuamra o sirvientes, simplemente todos eran hijos y hermanos de una gran familia que debía sobrevivir a lo que surgiera y así lo hizo saber, sobre todo cuando más flaqueaba la gente y el ánimo estaba demasiado alicaído.

      Era admirable su ejemplo al cruzar las oroyas sobre los ríos caudalosos, pues era el primero en ofrecerse para cargar uno de los extremos de los palanquines que llevaban a los ancestros, o cuando era el primero en lanzarse al agua cuando había que rescatar a alguien arrastrado por la corriente. No perdía el ánimo y con sus bromas hacía que en los momentos más duros la gente estallase en carcajadas, olvidando por unos instantes la tragedia que iban dejando atrás. En poco tiempo el imperio se había derrumbado, por lo que las familias lloraban a sus muertos que se contaban por millones.

      La actitud del príncipe, lejos de hacerle perder el respeto de su gente, le granjeó la admiración y el amor de todos; incluso motivó que los «orejones» dejaran de lado y olvidaran el protocolo. Antes un Inca no permitía siquiera que lo miraran a los ojos, y menos aún que le dirigieran la palabra si él no daba permiso. Pero con Choque Auqui todos buscaban reflejarse en su mirada y su sonrisa para darse fuerza y valor, extrayendo energía de la flaqueza.

      Por las noches, bajo la luz de las coillorcuna o estrellas, en pleno campamento al borde del río, no faltaba quien cayera en la tentación de contar historias macabras como la del Nakaj o degollador, o las de las kefke o cabezas voladoras que hacían desaparecer a los peregrinos que pasaban la noche lejos de los tambos. Entonces Choque, quien como uno más permanecía muchas veces tras las conversaciones a la luz de las fogatas, intervenía con pensamientos sensatos y lecciones de valor.

      Una noche miró al cielo y apuntó hacia unas extrañas luces que no caían como otras, sino que más bien caminaban horizontalmente a gran altura, a veces lenta y otras rápidamente, deteniéndose súbitamente sobre el lugar. Una vez se quedaban estáticas en el cielo o sobre los árboles, y se apagaban para volver a encenderse más allá. En aquella ocasión el príncipe le preguntó a los amautas y a uno de los sacerdotes:

      –Sabios maestros, ¿qué es eso que se ve en el cielo?

      –¡Son las literas de los dioses, mi príncipe! –contestó uno de los más ancianos quipucamayocs.

      –¡Son los piscorunas! Ellos son los «hombres-pájaro» que habitan en las estrellas y que de cuando en cuando bajan a la Tierra a proporcionar una guía a los hombres, mi joven señor –sentenció el mayor de los amautas.

      –¿Son hombres como nosotros?

      –¡Como nosotros quizás, pero no como tú mi señor! ¡Tú eres hijo del Sol! ¡linaje de los fundadores! En tus venas corre sangre de dioses –intervino nuevamente el anciano amauta.

      –Si fuera del todo cierto que nosotros los incas éramos divinos no estaríamos ahora aquí huyendo de quienes amenazan lo último que nos queda. Seamos realistas… Pero me interesa saber más acerca de esos piscoruna.

      »¿Alguien los ha visto? ¿Realmente son hombres-pájaro?

      El sacerdote se incorporó de un tronco sobre el que permanecía sentado, y, dirigiéndose a