sembrados en terraza. Entre dos colinas se extendía una laguna artificial construida para el aprovisionamiento de agua. Bordeándola, y siguiendo un camino finamente empedrado, llegaron hasta otro pórtico donde fueron recibidos por un pequeño cortejo de hombres vestidos de blanco, a la usanza de los sacerdotes incas, solo que con cabellos largos y sueltos. Era otra comitiva de recepción conformada por los maestros iniciados por la gente de la montaña, que sabía del viaje secreto del príncipe.
Después de hacer una reverencia al hijo de Huayna Capac, le pidieron que los siguiera a un lugar que parecía ser el punto más profundo de un pequeño valle cerrado. Allí en la parte más baja, vieron una plaza circular rodeada de edificios y casas en terrazas. Entonces una entusiasmada muchedumbre se incorporó a la recepción, celebrando la llegada de los recién llegados. Minutos después se hizo silencio y la gente se retiró un poco, mientras que los sacerdotes tomaban el control de la situación y llamaban al orden tocando sus pututos o trompetas hechas de caracolas marinas. Entonces se procedió a dar la bienvenida oficial al heredero de la Quispehuasi o «Casa de Salvación». Unas mujeres se acercaron cargando recipientes con agua para que el príncipe se lavase; otras le ofrecieron una cumbi o túnica nueva y limpia, y lo vistieron y acicalaron para la ocasión. Mientras tanto, unos jóvenes y un chaupiroco, anciano como de setenta años, entonaban los harauis o cantares de gesta de trasfondo espiritual.
En un extremo de la plaza, sobre un promontorio fue colocado el cápac usnoo o trono real, alrededor del cual empezaron a situarse los willaq o sacerdotes, ataviados con sus umupachas o vestidos sacerdotales. Choque Auqui debía acercarse a recibir la Cápac unancha mascaipacha uayoc tica, la insignia real, o borla imperial que florece y fructifica, y que era la corona que lo reconocía como nuevo Sapan Inca. Así, los sacerdotes ciñeron la corona de los masca en su cabeza, dándole el nombre de Inca Choque Cápac. Él se agachó y besó la tierra bajo sus pies agradeciendo a la naturaleza que lo cobijaba. Cuando se incorporó de nuevo, alzó sus brazos hacia el Sol y dio gracias comprometiéndose a recuperar el conocimiento perdido y la verdadera orientación espiritual como fue en un principio. Acto seguido, un sacerdote descubrió el aquilla o vaso ceremonial del templo, para que bebiese la akja o especie de cerveza de maíz de bajo contenido en alcohol, también llamada chicha.
Una parte importante de la ceremonia era ceñir la corona a la reina. Esta sería en primera instancia una hermana de sangre del recién nombrado Inca; al no ser esto posible, se acercó el Intic huarmain camayoc u oficial de las mujeres del Sol, e invitó con gran respeto y solemnidad al monarca a que escogiese de entre todas ellas a la que sería su compañera. Este oficial había acompañado a la caravana velando, durante toda la ruta, por la integridad de las vírgenes del Acllahuasi.
Abochornado por la situación, el joven Inca solo atinó a decir que consideraba a todas las jóvenes presentes Allin Sumac Supascona, que significa que todas eran buenas y hermosas doncellas. Luego trató de localizar con la mirada a una a la que desde hacía varios días había estado observando. Desde el primer momento le llamó la atención, no solo su belleza, sino también su inteligencia y bondad para con los demás, pues siempre estaba atendiendo con diligencia a los más débiles. Era alta y delgada, con un largo pelo suelto color azabache. Al invitarla a acercarse, una ráfaga de aire agitó su atractivo cabello, por lo cual él la llamó Yahuaira (viento). La alegría general fue enorme y llovieron las felicitaciones sobre la doncella, que se sintió muy emocionada y halagada, celebrándose de inmediato el matrimonio de la pareja real.
Por la tarde, el Inca, acompañado de Mama Yahuaira, decidió reunirse con el Consejo de los Ancianos Sabios para aclarar ideas en relación a su destino y misión de Paiquinquin Qosqo, la ciudad «donde se es uno mismo», y en donde habitarían desde entonces.
Al día siguiente, muy temprano, el Inca promovió un nuevo encuentro e invocó y llamó al Camachico, que es la asamblea de todos los hombres y mujeres mayores de edad, para escuchar su sentir y para que guiaran con su consejo las acciones del que es «mayor entre todos». Con esta actitud, el Inca Choque Cápac iniciaría una nueva era en la historia de los gobernantes del incario. Asimismo ordenó que el yachachic runa, preceptor y maestro, del yachayhuasi o universidad y los demás amautas y quipucamayocs, procedieran a registrar los últimos acontecimientos tal y como exigía la costumbre entre los incas.
Una vez en el emplazamiento de la última ciudad fundada por el Inca Túpac Yupanqui, se procedió a distribuir el lugar y el alojamiento de los recién llegados. Tanto los guerreros como los sacerdotes y las mujeres permanecerían en la urbe en calidad de ayllu o comunidad, cuidando el legado de los ancestros y los dioses, aunque no todos se quedarían en la ciudad. El recién constituido y singular ayllu se repartió a lo largo de la ruta, desde las montañas de Paucartambo hasta la selva, para cuidar y proteger el camino al Paititi, así como para guardar sus secretos.
Así se originó la «Comunidad del Santuario» o el «Ayllu de los Q’eros», como se los conoce en la actualidad, nombre que en quechua y en machiguenga, la lengua de la tribu selvática del mismo nombre, significa «refugio, retiro o santuario».
Convertida en los ojos y oídos del Paititi, la parte de la Comunidad del Santuario situada en Paucartambo, que mantenía esporádicos encuentros con la gente del Valle del Urubamba, permitiría al Inca refugiado en la selva conocer la situación del mundo. Desde entonces, en ese ayllu se ha conservado el conocimiento de la lectura de los símbolos o tocapus en sus tejidos de fondo negro y blanco llamados pallay, como mensajes cifrados en clave que aguardarían el «tiempo del retorno».
Al cabo de muchos meses, llegó el momento en que el Inca Choque Cápac tendría que estar listo para entrar en contacto con los Paco-Pacuris, los sabios de la Orden Blanca que residían en el mundo intraterreno, cuya puerta era precisamente la caverna situada al pie de la montaña del rostro. Este encuentro sería muy importante porque el Inca sería conducido ante el Pachayachachi o «Maestro del Mundo».
El día del encuentro amaneció soleado, aunque había algunas pequeñas nubecitas bajas como motas de algodón a media altura en la montaña. Sobre el lugar se multiplicaban las bandadas de aves que revoloteaban cantando. El Inca salió de su pequeño palacio acompañado del que reemplazaría de entonces en adelante al sumo sacerdote, el principal de los Amautas y el mayor de los quipucamayocs, así como por una veintena de hombres, portando entre todos las momias de los incas encerradas en sarcófagos de barro al estilo chachapoya, así como los wauques o estatuas que representaban los dobles de los incas. Choque había soñado que guardaba en el interior de la montaña los corazones de sus antepasados que reposaban en el interior de los wauques.
En cuanto se acercaron al pie de la montaña, llegaron hasta la entrada de una impresionante caverna oscura y húmeda en forma de corazón, donde se evidenciaba la intervención de la mano del hombre. El primero en avanzar fue el Inca quien desde el umbral escuchó un sonido, como si se tratase de rugidos de otorongos o jaguares. Recordó entonces que, según se decía, los chamanes utilizaban estos felinos para incorporarse en ellos. Su confianza en una protección superior le permitió entrar en la caverna alumbrándose con una antorcha. Súbitamente aparecieron unas esferas que procedían de lo más profundo, llegando a situarse enfrente del soberano, suspendidas en el aire, observándolo. Luego, así como aparecieron volvieron a las profundidades desapareciendo, y al cabo de unos minutos la caverna se fue iluminando y se acercaron caminando desde dentro un grupo de hombres de varias razas y túnicas blancas que se inclinaron ante el monarca y le pidieron que los acompañara. Todo el séquito avanzó por un largo túnel hasta que llegaron a un gran salón circular abovedado donde había hornacinas en las paredes. Entonces se dispuso todo para colocar en aquellos espacios tanto a las momias de los incas como a los wauques.
Los seres de blanco pidieron a todos que aguardaran allí, mientras uno de ellos tomaba al Inca de la mano, llevándolo más adentro de la montaña que se iba iluminando con un intenso color verde esmeralda brillante.
El Inca Choque Cápac se encontró dentro de la montaña rodeado de toda clase de formaciones calcáreas naturales, entre las que destacaban gigantescas columnas de estalactitas y estalagmitas que brillaban. Entre ellas apareció un hombre alto y blanco de cabello largo blanco y abundante barba blanca. Choque se impresionó al verlo poniéndose de rodillas, mientras inclinaba la cabeza diciendo:
–¡Mi