Benito Pérez Galdós

Doña Perfecta


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       Benito Pérez Galdós

      Doña Perfecta

       Novela Histórica

      e-artnow, 2020

       Contacto: [email protected]

      EAN: 4064066058494

      Índice

       Capítulo I. ¡Villahorrenda...!, ¡cinco minutos...!

       Capítulo II. Un viaje por el corazón de España

       Capítulo III. Pepe Rey

       Capítulo IV. La llegada del primo

       Capítulo V. ¿Habrá desavenencia?

       Capítulo VI. Donde se ve que puede surgir la desavenencia cuando menos se espera

       Capítulo VII. La desavenencia crece

       Capítulo VIII. A toda prisa

       Capítulo IX. La desavenencia sigue creciendo y amenaza convertirse en discordia

       Capítulo X. La existencia de la discordia es evidente

       Capítulo XI. La discordia crece

       Capítulo XII. Aquí fue Troya

       Capítulo XIII. Un casus belli

       Capítulo XIV. La discordia sigue creciendo

       Capítulo XV. Sigue creciendo, hasta que se declara la guerra

       Capítulo XVI. Noche

       Capítulo XVII. Luz a oscuras

       Capítulo XVIII. Tropa

       Capítulo XIX. Combate terrible.- Estrategia

       Capítulo XX. Rumores.- Temores

       Capítulo XXI. Desperta ferro

       Capítulo XXII. ¡Desperta!

       Capítulo XXIII. Misterio

       Capítulo XXIV. La confesión

       Capítulo XXV. Sucesos imprevistos.- Pasajero desconcierto

       Capítulo XXVI. María Remedios

       Capítulo XXVII. El tormento de un canónigo

       Capítulo XXVIII. De Pepe Rey a D. Juan Rey

       Capítulo XXIX. De Pepe Rey a Rosarito Polentinos

       Capítulo XXX. El ojeo

       Capítulo XXXI. Doña Perfecta

       Capítulo XXXII. De D. Cayetano Polentinos a un su amigo de Madrid

       Capítulo XXXIII.

      Capítulo I

       ¡Villahorrenda...!, ¡cinco minutos...!

       Índice

      Cuando el tren mixto descendente, núm. 65 (no es preciso nombrar la línea), se detuvo en la pequeña estación situada entre los kilómetros 171 y 172, casi todos los viajeros de segunda y tercera clase se quedaron durmiendo o bostezando dentro de los coches, porque el frío penetrante de la madrugada no convidaba a pasear por el desamparado andén. El único viajero de primera que en el tren venía bajó apresuradamente, y dirigiéndose a los empleados, preguntoles si aquel era el apeadero de Villahorrenda. (Este nombre, como otros muchos que después se verán, es propiedad del autor.)

      -En Villahorrenda estamos -repuso el conductor, cuya voz se confundía con el cacarear de las gallinas que en aquel momento eran subidas al furgón-. Se me había olvidado llamarle a Vd., señor de Rey. Creo que ahí le esperan a Vd. con las caballerías.

      -¡Pero hace aquí un frío de tres mil demonios! -dijo el viajero envolviéndose en su manta-. ¿No hay en el apeadero algún sitio dónde descansar y reponerse antes de emprender un viaje a caballo por este país de hielo?

      No había concluido de hablar, cuando el conductor, llamado por las apremiantes obligaciones de su oficio, marchose, dejando a nuestro desconocido caballero con la palabra en la boca. Vio este que se acercaba otro empleado con un farol pendiente de la derecha mano, el cual movíase al compás de la marcha, proyectando geométrica serie de ondulaciones luminosas. La luz caía sobre el piso del andén, formando un zig-zag semejante al que describe la lluvia de una regadera.

      -¿Hay fonda o dormitorio en la estación de Villahorrenda? -preguntó el viajero al del farol.

      -Aquí no hay nada -respondió este secamente, corriendo hacia los que cargaban y echándoles tal rociada de votos, juramentos, blasfemias y atroces invocaciones que hasta las gallinas escandalizadas de tan grosera brutalidad, murmuraron dentro de sus cestas.

      -Lo mejor será salir de aquí a toda prisa -dijo el caballero para su capote-. El conductor me anunció que ahí estaban las caballerías.

      Esto pensaba, cuando sintió que una sutil y respetuosa mano le tiraba suavemente del abrigo. Volviose y vio una oscura masa de paño pardo sobre sí misma revuelta y por cuyo principal pliegue asomaba el avellanado rostro astuto de un labriego castellano. Fijose en la desgarbada estatura que recordaba al chopo entre los vegetales; vio los sagaces ojos que bajo el ala de ancho sombrero de terciopelo viejo resplandecían; vio la mano morena y acerada que empuñaba una vara verde, y el ancho pie que, al moverse, hacía sonajear el hierro de la espuela.

      -¿Es Vd. el Sr. D. José de Rey? -preguntó echando mano al sombrero.

      -Sí; y Vd. -repuso el caballero con alegría- será el criado de doña Perfecta que viene a buscarme a este