como son todas y cada una de las especies que utilizamos para cocinar, o como las plantas que cultivamos o regamos todos los días para embellecer nuestro hogar.
Comprar unas pastillas es más cómodo, aunque muchas veces estas no contengan más que azúcar y excipiente alimentario, una que otra vitamina o producto milagroso que el cuerpo desecha sin aprovechar nada de ella, y más de un tóxico químico que remeda la esencia de una planta.
El cuerpo es sabio, nosotros no tanto
No es fácil aceptar que nuestro cuerpo físico es sabio y, en un 90%, del todo independiente de nuestra conciencia, que funciona perfectamente y que no nos necesita para nada, y que incluso tiene que pelearse con nosotros todos los días, defendiéndose de nuestras absurdas creencias o miedos con los que lo atiborramos de cosas que no necesita, o le negamos elementos que sí requiere para su funcionamiento.
Le negamos proteínas y grasas que sus músculos y huesos necesitan, porque está de moda o porque creemos que sin fuerza, síntesis ni potencia estará más sano y funcionará mejor.
Le damos más líquidos o más agua de la que necesita creyendo que así estaremos más hidratados, cuando en realidad le obligamos a que ponga a trabajar horas extras al hígado, el páncreas y los riñones.
Ingerimos cantidades ingentes de laxantes porque las etiquetas de los productos alimentarios comerciales nos prometen vida sana y larga, cuando lo que en realidad conseguimos es irritar los intestinos y el colón, y destruir o incrementar peligrosamente la flora y la fauna intestinal.
Ignoramos y nos encontramos cómodos en nuestra ignorancia, sin tomar en cuenta otras consideraciones y contagiando a la gente que tenemos alrededor de las mismas malas prácticas. Nuestros hijos pagan muchas veces nuestras ideas sobre salud y alimentación, porque les obligamos a comer “sano” mientras nosotros, a escondidas, rompemos las “dietas saludables” que les imponemos. Muchos casos de apendicitis infantil se deben precisamente a la “alimentación sana” que les obligamos a consumir.
Con moderación, las verduras y las frutas frescas son una panacea, incluso lo son a medio cocer y hasta el caldo donde se cocinan, pero las verduras hervidas o las frutas procesadas prácticamente no contienen más que celulosa, que laxa o estriñe, que el organismo no necesita para nada y que se ve forzado a eliminar.
No está de moda decirlo, pero seguimos siendo omnívoros, con dientes y saliva preparadas genéticamente para masticar y deglutir carnes, cereales, bayas, frutas, verduras, hongos, insectos, larvas, gusanos, algas, peces y muchos tipos de plantas. El cuerpo lo sabe, lo necesita y lo pide a gritos, pero a veces no le hacemos caso y le damos lo que nos recomendó la vecina, lo que sale en la televisión o en las redes sociales, o lo que la publicidad, las ideologías y las etiquetas de los productos comerciales nos sugieren.
“Ligero” o “ligth”, de “dieta”, “vitaminado”, “orgánico”, “bio” o “científicamente comprobado” seducen al consumidor, al que le venden hasta agua prometiendo quelleva electrolitos, sales minerales y que hidrata, cosa que es cierta porque todas las aguas, menos la químicamente pura, hacen y contienen, pero que no es mejor ni más sana ni más hidratante si está embotellada, sino peor, porque en esas aguas estancadas hay restos de plástico y, una vez abiertas, se oxigenan y se contaminan con todo lo que hay en el ambiente.
Todo proceso industrial conlleva una desnaturalización, para evitar malos olores, putrefacción, maduración natural y descomposición o apariencia, matando larvas y bacterias y, de paso, la calidad natural del producto. A pesar de todo, como buenos mamíferos parecidos genéticamente al cerdo y a la rata, sobrevivimos, pero enfermamos más de la cuenta.
Nuestro cuerpo es sabio, pero poco puede hacer para enfrentar nuestras locuras y nuestra pereza. Lo positivo del asunto es que las hierbas mágicas no requieren grandes esfuerzos y se pueden conseguir de manera fácil y económica, sin tener que molestar a nuestro cuerpo.
Holístico
Lo holístico es un término que indica globalidad, totalidad, sinergia, es decir, que considera algo como un todo, y, en este caso, nuestra salud, que no sólo debe ser física sino también psíquica o emocional, mental o intelectual, y espiritual o evolutiva, porque si falla uno de los planos, repercutirá en el resto de forma negativa.
Unos se ayudan a otros, como los que van en una misma barca que requiere el esfuerzo común paras no zozobrar o naufragar, y así navegar en la dirección adecuada.
Si uno falla, pone en peligro al resto.
Si la nave se hunde, se hunden todos.
Si no cuidamos el físico, desestabilizamos al resto cuando:
-No hacemos ejercicio.
-Comemos mal.
-Nos intoxicamos con drogas, alcohol o similares.
-Nos quemamos al sol.
-No nos hidratamos o nos hidratamos de más.
-Nos tiramos de cabeza a un precipicio, debilitamos nuestras emociones, entorpecemos a nuestras mentes y cargamos de fardos a nuestro espíritu.
Las emociones y los sentimientos, que es de lo que se alimenta el alma, curan y enferman:
-La melancolía ataca al sistema endocrino, afectando a riñones, páncreas e hígado.
-Las pasiones desordenadas, incluyendo al enamoramiento y los rechazos sentimentales o amores no correspondidos, afectan al corazón, al estómago, la digestión, al sistema nervioso y al córtex cerebral.
-La tristeza afecta al alma o psique, e inhibe la producción endocrina de hormonas, endorfinas y minerales esenciales, causando fatiga, depresión, infelicidad y capacidad de respuesta al medio ambiente.
-La soledad mal entendida afecta a la mente, al humor, a la empatía e inclina a la torpeza motora, a la hipocondría y a la debilidad psicosomática, convirtiendo en mal o enfermedad cualquier evento.
-La ira, o secreción desmesurada de adrenalina, además de afectar al hígado, a la vesícula biliar, a los riñones, al corazón y al cerebro, atenta directamente contra los demás y contra nosotros mismos.
-El rencor afecta al sistema inmune, y si bien puede alargar la vida en busca de la venganza, da muy mala calidad de vida, con el agravante de que la venganza sólo lo palia, pero no lo cura.
-El fracaso, tomado como afrenta y vergüenza, y no como enseñanza y experiencia, es destructivo, afecta a las vías respiratorias, la garganta, la libido, la fertilidad, la vista, el oído y es capaz de hacer colapsar todo el organismo. Con el agravante que es una percepción emocional personal, que no tiene que ver con la aparente realidad de triunfo, belleza, abundancia, estabilidad o riqueza reconocidas por los demás, y donde uno mismo es su propio juez y verdugo.
-Los celos, tan naturales en todos los seres vivos, cuando son producto de inseguridad, educación, miedos, orgullo, dependencia, apego o patrones posesivos, afectan tanto a los pies como al hígado, al cerebro y a las glándulas endocrinas, al aparato sexual y al sistema reproductivo y, por supuesto, a la capacidad de control del cerebro, con lo que puede provocar más de una tragedia, además de malestares y enfermedad.
-La envidia, que no es otra cosa que un ego maltrecho y envenenado, afecta prácticamente a todo el organismo, baja las defensas e intoxica física, emocional, mental y espiritualmente a todo nuestro ser, degenerándolo todo e inclinando a la destrucción propia y ajena; porque la podredumbre irá siempre por dentro para explotar de maneras poco agradables: desde atentar contra uno mismo o contra los demás, hasta cualquier acto de maldad y de crueldad irreflexivas.
-El miedo, o los miedos, temores o demonios internos que nos amedrentan, nos espantan y nos paralizan, bajan nuestras defensas y nos conducen a enfermedades cada vez más graves o crónicas, empezando por un simple resfriado hasta llegar a una pulmonía o a un cáncer de pulmón. Puede parecer una exageración, pero no lo es. Muchos miedos nacen de sustos inmediatos que se superan fácilmente, es decir, son emociones pasajeras que no tienen la mayor importancia, pero si la intensidad es mayor, un susto afecta a la bilis y a los nervios, provocando