un tono truculento, de fogata de campamento, para provocar el miedo o la indignación por el camino más corto, o a utilizar el relato a mayor gloria del autor, que se acaba presentando a sí mismo como un nuevo James Bond acechado que ha sorteado toda clase de peligros para traernos la información de su libro. Quien busque algo de esto en la obra de Robert Goodman no lo encontrará. En las siguientes páginas sólo hay mucho trabajo de investigación bien realizado, cuyos resultados son presentados al lector para que éste interprete por sí mismo lo que son sólo hechos.
En cuanto al valor de Robert Goodman es la cualidad que más admiro de él. Cuando se camina sobre el filo de la navaja, sacando a la luz los secretos que otros han querido mantener ocultos, a veces durante siglos, desentrañando misterios cuya solución bien podría cambiar para siempre nuestra imagen del mundo tal y como lo concebimos actualmente, es lógico que el autor en ocasiones contenga su pluma y no dé a conocer todo lo que sabe ni todo lo que sospecha. Es algo que se hace no por el miedo a las represalias, sino por otro temor más insidioso, el de lo políticamente correcto. Uno teme que revelando hechos especialmente desestabilizadores, apuntando hipótesis demasiado apartadas del consenso, su imagen se vea dañada en un mundo presidido por la dictadura de lo políticamente correcto. Robert Goodman, en cambio, tira del hilo hasta el final, con todas sus consecuencias y, como los realmente grandes, si los hechos y las pruebas le indican una dirección, no abandona el camino por mucho que se aparte de la ruta que siguen los demás.
Yo les aconsejo que sigan a Robert por ese camino. No va a ser un viaje fácil y es posible que algunas de sus ideas preconcebidas comiencen a desmoronarse. Probablemente, aquellos que tengan una profunda fe en el sistema y en las instituciones sociales vean mermada esa confianza y, en consecuencia, tal vez su vida se vuelva un poco más incierta. Ahora bien, aquellos que sean rebeldes de corazón, que no contemplen la realidad que se nos plantea a través de los medios de comunicación como un mero espectáculo diseñado para distraer la atención del público de las cosas realmente importantes, a esos les aseguro que van a disfrutar mucho con esta obra.
En cierto sentido podemos considerarnos privilegiados. El material al que vamos a tener acceso rara vez es mencionado siquiera de pasada en los medios de comunicación o en los libros pretendidamente «serios». Es demasiado inquietante, demasiado apartado de la corriente del pensamiento único. Son datos, hechos, pruebas e indicios que han sido arrinconados en el desván de la historia. De haberse podido, hace tiempo que habrían sido erradicados, pero la verdad tiene la facultad de ser sumamente obstinada y empeñarse en salir a la luz a toda costa.
Santiago Camacho
(Periodista y Escritor)
Agradecimientos
Quiero dar las gracias a las personas que me han animado a escribir este libro. En primer lugar a mi esposa, Isabel, que con su paciencia y dedicación ha corregido este texto como hace con todos mis artículos antes de ser entregados a los editoriales.
Gracias también a Enrique de Vicente, director de la revista Año Cero, que me presentó a Manuel Martínez, director de Ediciones Robinbook. Agradezco, además, a Javier Sierra, director de la revista Más Allá de la Ciencia, que siempre me ha estimulado para escribir sobre muchos de los temas que entran en este libro; a Bruno Cardeñosa, autor de libros sobre el 11-S y el 11-M, que comparte conmigo el mismo viaje crítico con el «pensamiento único»; a las redacciones de Más Allá y Año Cero, por su amistad, solidaridad y apoyo; a Gerry Cannon, buscador incansable del Arca de la Alianza que me ha animado a escribir este libro y otros desde hace muchos años; a Hugh Emil de Cruz, incansable luchador contra las religiones establecidas; a mister Taylor, amigo desde la infancia que me inculcó la necesidad de revisar la historia ortodoxa; a Juan Miguel Fernández, presidente de la Asociación de Estudios Espiritistas de Madrid, que me apoya en todas las charlas que doy en su sede y que me anima a escribir obras de esta naturaleza, y a José Antonio Campoy, director de la revista DiscoveryDSalud, luchador nato contra las injusticias cometidas en nombre de la medicina.
También quiero dar las gracias a mis padres, que lucharon contra carros y carretas en la posguerra británica para darme la mejor educación posible. Gracias a su sacrificio he podido desenvolverme en todo tipo de ambientes.
Por último, a mi gran amiga y colaboradora Isolde Stein, toda una experta en cábala e infatigable investigadora sobre Egipto e Israel, sin su ayuda muchas de mis conclusiones habrían quedado incompletas.
Introducción
La consecuencia de vivir en un universo dual es que el género humano incorpora rasgos de carácter contradictorio. Se acepta tácitamente que en este mundo hay buenos y malos, una división simplista que sirve para el entendimiento común. Ser bondadoso depende en gran medida de la cantidad de amor y bondad que recibimos desde pequeños, y también de la capacidad individual para asimilarlo. De este modo se establecen pares inseparables como el hoy tan debatido de maltratado/maltratador. Aunque estos axiomas valen quizá sólo para el primer mundo, porque en los países pobres o en guerra permanente, como la Palestina del ya desaparecido Arafat, por mucho amor que reciba un niño de su madre, si vive en una sociedad empapada de muerte, desarraigo y odio, es difícil que llegue a ser un adulto sano y amoroso. De ahí a que ese niño se convierta en un terrorista sólo media el tiempo, cada vez menos tiempo, ya que los terroristas se involucran en las organizaciones terroristas cada vez a más temprana edad. Este tipo de maldad es fruto de la injusticia social y los intereses de los poderosos. Si en las sociedades ricas ya es difícil mantener una visión positiva y solidaria del mundo, en un entorno tan enrarecido es poco menos que imposible.
La dificultad para desarrollar una personalidad sana empieza pronto en contacto con un mundo competitivo, consumista y discriminador. Se puede adoptar una actitud conformista y engrosar el lado política y socialmente correcto o quedar fuera, en brazos de la disidencia o la anormalidad. El tomar un camino u otro puede depender de rasgos intrínsecos del carácter de cada uno. Hay personas activas y ambiciosas, y otras pasivas y relajadas. Unos quieren ser ricos y otros buscan calidad de vida o refugio en los libros, el arte y la cultura en general. Hay un dicho en inglés que reza «el dinero es la raíz de todos los males», y parece ser que, salvo excepciones, no se llega a rico sin trepar y explotar a otros. Los pisados y explotados entrarían en dos grupos distintos, o bien intelectuales pasivos o bien aquellos que, por su carencia de formación, proveen de mano de obra no cualificada y barata a las sociedades opulentas (y no sólo a ellas).
Lo que verdaderamente da valor al dinero es el poder que destila, el cual actúa como una droga cuyo poder adictivo es superior a cualquier otra sustancia psicotrópica. Un instrumento eficaz para la perpetuación del poder es la actividad de sociedades o elites que velan por los intereses de sus socios o «controladores» siguiendo el axioma según el cual «el fin justifica los medios». La perversidad de éstos no tiene límites, y el coste social está bien medido aunque fragmenten pueblos y aumenten hasta lo impensable las diferencias sociales. Por su parte, los intelectuales pasivos también cuentan con sociedades para proteger unos conocimientos que van mucho más allá de las preocupaciones meramente terrenales. Estos grupos, a diferencia de las sociedades de los controladores, siguen una filosofía que busca la felicidad e igualdad de todo el mundo.
Tras este preámbulo, puedo definir otra diferencia entre el «bien» y el «mal». Lo que tiende a fragmentar la sociedad en beneficio de un grupo privilegiado reducido es algo siempre negativo para el bien general. Según este razonamiento, aquello que busque el consenso, el diálogo y la distribución equitativa de la riqueza sería positivo.
En su libro Illuminati, Paul H. Koch llama tendencias del bien y del mal a la tradición y antitradición, respectivamente. Los miembros de la primera buscarían el espíritu, la naturaleza esencial que trasciende la ilusión del cuerpo humano y el apego a las posesiones y deseos terrenales. Por su parte, la segunda tendencia niega la existencia del espíritu y persigue sus fines mediante el poder y el control sin importar la cantidad de opresión necesaria para ello. Koch dice: «Uno de los instrumentos favoritos de la antitradición es la mentira. No sólo el engaño defendido con vehemencia, sino sobre todo, la inducción al error a partir de todo tipo de especulaciones y de la mezcla de medias verdades con falsedades». Tristemente, al considerar todas las tragedias que han sucedido desde el 11 de