Dave Grossman

Sobre el combate


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fusil dispara, pero no lo oigo. Lo oigo pero suena muy lejos. No hay retroceso. La imagen en la mira no se pierde. Veo el pequeño agujero formarse en el cristal y detrás veo cómo explota su cabeza... La imagen en la mira se ha vuelto turbia. A veces parece que algo no está bien. Es entonces cuando me doy cuenta de que la imagen en la mira se ha vuelto turbia porque su cráneo y cerebro han reventado en el interior del vehículo y ahora gotean del techo y se deslizan por las ventanas.

      Russ Clagett

      After the Echo

      Existen razones para creer que los aspectos biomecánicos de este efecto de exclusión auditiva pueden ocurrir en un milisegundo, si se da la más fugaz intuición de aviso. Gavin de Becker refiere una descarga no intencionada de su arma que ocurrió al principio de su carrera como gestor de tareas de protección. Al final de una jornada, apuntó su pistola semiautomática hacia una dirección segura y comenzó a desamartillarla para guardarla, pero algo ocurrió y el arma se disparó accidentalmente. Nadie resultó herido, pero el ruido de la pistola disparando en esa habitación pequeña fue tan dolorosamente fuerte que las personas que estaban presentes se quejaron luego de oír un pitido en los oídos; todos excepto Gavin. Gavin de Becker es el experto mundial más destacado en el ámbito de la intuición y el peligro, y es autor del best-seller The Gift of Fear, un verdadero clásico en la materia. Cuando hablaba del incidente conmigo muchos años después, se dio cuenta de que a un nivel intuitivo debió de haber tenido un breve milisegundo de aviso de que el martillo no bajaba bien, y eso es todo lo que necesitó su cuerpo para cerrar el sonido.

      No son sólo los disparos los que pueden silenciarse. Muchos agentes me explican que no oyeron las sirenas del vehículo o las sirenas de los vehículos de emergencia durante sus encuentros con fuerza letal. Un ranger de California me contó cómo se apagó el sonido de un helicóptero que sobrevolaba la zona durante un tiroteo. Probablemente, más que un mecanismo en el oído esto sucede en el cerebro, y es el equivalente de una visión de túnel auditiva en contraposición a un parpadeo auditivo.

      A menudo los guerreros no oyen las comunicaciones que se gritan durante un combate. Los líderes de pequeñas unidades siempre han sabido que para conseguir la atención de sus tropas, y para ser oídos y vistos en combate, tienen que ponerse delante de ellos. Los líderes de los equipos de infantería no se ponen delante de sus hombres, en la posición más peligrosa del campo de batalla, porque quieran; lo hacen porque lo tienen que hacer si pretenden ser vistos y que sus órdenes se cumplan.

      Incluso entonces, uno no puede estar seguro de que la orden será oída durante el combate. Este relato de un instructor de policía es un ejemplo de una situación muy común:

      Muchas veces he visto a estudiantes con exclusión auditiva en alguno de nuestros escenarios de entrenamiento. Hacemos que una persona entre en un escenario interpretando a un agente fuera de servicio y anunciamos su presencia. Pero los chicos buenos sólo ven el arma y muchas veces acaban digamos que disparándole. Por eso recomendamos que, ya vengas con buenas o malas intenciones, necesitas anunciar tu presencia a cubierto y exponerte lo mínimo cuando llegas a un lugar que ya está caliente. Ha habido algunos tiroteos recientes en la vida real que no hacen sino recalcar esta necesidad.

      Si esto ocurre con el estrés limitado de los escenarios de entrenamiento, no te quepa la menor duda de que también ocurre en combate.

      Una segunda clase de exclusión auditiva: «No oyes la que te alcanza»

      Un viejo adagio (que al parecer proviene de la primera guerra mundial y hace referencia a cuando ataca el enemigo con artillería) dice: «No oyes la que te alcanza». En mis entrevistas con numerosos veteranos combatientes desde la primera edición de este libro, he podido confirmar que esto parece ser literalmente cierto en la mayoría de los casos. Por dar unos ejemplos:

      — Un canadiense bombardeado accidentalmente por la fuerza aérea de Estados Unidos en Afganistán.

      — Un Navy seal alcanzado por una granada propulsada por cohete.

      — Un oficial del ejército de Estados Unidos alcanzado por múltiples artefactos explosivos improvisados durante sus varias estancias de servicio en Iraq.

      — Un oficial de las Fuerzas Especiales de Estados Unidos bajo fuego enemigo de mortero durante la operación Anaconda en Afganistán.

      — Un coche bomba explota en la cara de un agente cuando abría la puerta del conductor.

      Todas estas personas me dijeron lo mismo: cuando una explosión se produce lo suficientemente cerca para golpear tu cuerpo con una poderosa conmoción, no oyes el sonido ni sientes un pitido en el oído más tarde. Por ejemplo, el agente de policía que sufrió el coche bomba relata que, a pesar de que la bomba lo levantó del suelo, fue capaz de llamar al operador con su móvil y hablar sin oír un pitido en los oídos y sin problemas de comunicación. Las explosiones más lejanas pueden ser extremadamente ruidosas y causar pitidos en los oídos y pérdida de audición, pero parece ser que mucha gente no oye las que están lo bastante cerca para crear un poderoso impacto físico en el cuerpo. Así que todo indica que los viejos veteranos estaban en lo cierto cuando decían: «No oyes la que te alcanza».

      Esta es una forma de exclusión auditiva que parece ser similar a la que ya hemos analizado, y que mucha gente experimenta cuando dispara un fusil en combate o en una cacería. En estos casos, que denomino exclusión auditiva Tipo I, las personas que disparan el arma explican que no oyeron el sonido o que el sonido era apagado, y que no oyeron un pitido más tarde. El sistema auditivo parece «parpadear» creando un cierre biomecánico que protege el oído para evitar el pitido posterior. Sin embargo, tal y como hemos observado hasta ahora en este libro, la exclusión auditiva Tipo I no ocurre, por ejemplo, cuando uno está bajo el estrés del tiro de competición. Sólo sucede en circunstancias reales de matar que se dan en la caza y en el combate.

      La exclusión auditiva Tipo II puede darse cuando uno está completamente relajado (es decir, no en un estado de estimulación) y parece ser el resultado cuando el cuerpo recibe dos estímulos sensoriales de forma simultánea y abrumadora. Durante una conversación con Gavin de Becker, éste señaló que cuando una criatura de la naturaleza aterriza en tu espalda mientras ruge, la información dominante para la supervivencia será la sensación de tener algo en la espalda. Bajo estrés, el cuerpo tiende a apagar todos los sentidos salvo uno para evitar la sobrecarga y la confusión sensoriales. En este caso, es el impacto de la criatura el que el cuerpo humano interpreta como la información vital para la supervivencia.

      Tom Davis, coronel del ejército de Estados Unidos en la reserva y veterano de Vietnam, me brindó un ejemplo clásico de este fenómeno:

      Resulté herido en Vietnam a causa de una granada propulsada por cohete. Impactó a unos tres o cinco metros de donde estaba. Vi la bola de fuego pero no sentí la conmoción, ni tampoco oí el sonido. Mi oído se había cerrado automáticamente. Mi oído volvió a funcionar de forma inmediata. Estaba acostado debajo de la parte delantera de un jeep y pensé que llegaba otra granada. Sin embargo, lo que oía era el aire que se escapaba de las cuatro ruedas. La conmoción debería haberme reventado los tímpanos, pero no fue así. Deberíamos dar gracias a Dios por tener estos cierres automáticos en el cuerpo.

      Un poco después ese mismo año, el recinto en el que estaba sufrió un ataque. Las bombas hacían tanto ruido que mi capitán tenía que gritar en la radio que estábamos siendo atacados. Yo le gritaba para que se pusiera a cubierto. No podía oírme gritar y él tampoco se oía sí mismo debido al ataque.

      En el segundo ataque, el coronel Davis cree que el oído le funcionaba y que no había exclusión auditiva porque las bombas caían fuera del búnker, lo que de alguna manera le protegía de una conmoción.

      Este fenómeno quizás también explique por qué las personas que se disparan accidentalmente a menudo declaran no haber oído el disparo ni un pitido más tarde. Hay que reiterar que el cuerpo recibe dos estímulos sensoriales de forma simultánea y abrumadora: el sonido del arma y la sensación de la bala cuando golpea. Aunque puede que no haya dolor inicial, podemos formular la hipótesis de que el cuerpo se da cuenta de inmediato del trauma físico y de que el sonido ha sido apagado.

      Así