Dave Grossman

Sobre el combate


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actuaron en piloto automático. Es decir, las acciones de tres de cada cuatro agentes durante el combate fueron realizadas sin pensamientos conscientes.

      Mi coautor, Loren Christensen, es un agente de policía de carrera y un instructor de artes marciales de talla internacional, con muchos best-sellers y vídeos sobre las artes de la lucha. Afirma que muchos maestros de las artes marciales, individuos altamente motivados que han dedicado treinta o cuarenta años de sus vidas a inculcarse técnicas de lucha a través de cientos o miles de repeticiones, a menudo, tras una situación de defensa personal explosiva, no recuerdan lo que hicieron. A pesar de que el atacante termina reducido a una pila sangrante de sollozos, el maestro en las artes marciales no recuerda lo que hizo porque sus respuestas fueron puramente automáticas.

      Un agente de policía me relató su poderosa experiencia de piloto automático:

      Déjame que te cuente lo poderoso que es este asunto del piloto automático. Me acerqué a la puerta de la furgoneta de este tipo; iba a decirle que la moviera. Ignoraba que ya había matado a una persona. En realidad, no sabes lo que estás haciendo. De pronto, aparece una pistola en su mano. Entonces aparece un agujero en su pecho y el tipo se desploma. Lo primero que pensé fue: «¡Madre mía, alguien le disparó por mí!». Lo cierto es que me volví para ver quién lo había hecho. Entonces me di cuenta de que tenía una pistola en la mano y que había sido yo el que le había disparado.

      ¿Es posible ver una pistola que te apunta, desenfundar tu arma y disparar sin ser consciente? No sólo es posible; en este caso, resulta muy deseable. Por supuesto, su adiestramiento tiene que ser máximo para saber de forma instantánea que la amenaza es de hecho un arma y no una cartera o un teléfono móvil.

      Sin embargo, si nuestros guerreros continúan utilizando siluetas en blanco de forma humana, están siendo condicionados para disparar a cualquiera que se les ponga por delante. O puede que vacilen cuando un oponente armado real —con ropa, rostro y un arma— aparezca frente a ellos, porque el objetivo con el que entrenaron no tenía estas características. Una herramienta de entrenamiento mucho más avanzada es el objetivo fotorrealista. Cuando uno de estos aparece, con una foto a tamaño real de un hombre sosteniendo una cartera, el alumno no dispara. Cuando el siguiente aparece con la imagen de un hombre empuñando una pistola, el alumno reacciona a la amenaza mortal disparando de inmediato. En el campo de tiro, la cosa va así: ¡Pistola!-Dispara, ¡Pistola!-Dispara, ¡Móvil!-No dispares, ¡Pistola!-Dispara, ¡Pistola!-Dispara, ¡Cartera!-No dispares.

      Los guerreros no disparan al blanco de una diana. Los guerreros no disparan a siluetas. Los guerreros disparan con legitimidad y legalidad a las amenazas de fuerza letal. Con este método preferible, los guerreros desarrollan reflejos condicionados empleando un adiestramiento superior, dinámico y realista para inculcarse la respuesta apropiada.

      Lo que se practica durante el adiestramiento sale por el otro lado en el combate. Ni más ni menos

      Lo que convertirías en un hábito, practícalo; y si no convertirías algo en habitual, no lo practiques, antes bien dedícate a otra cosa.

      Epicteto

      Cómo deben ser combatidas las semblanzas de las cosas

      En enero de 2003, fui a Camp Lejeune, en Carolina del Norte, a adiestrar a la segunda división de los marines. Llenamos el teatro de la base el doble de su aforo, impartiendo cada vez un bloque de cuatro horas de adiestramiento a los marines sobre cómo desplegarse en Iraq. Como es costumbre, les enseñé tanto como ellos me enseñaron a mí. Un marine me dijo: «Coronel, mi viejo gunny1 me enseñó que, si en el combate no estás a la altura de la ocasión, te hundirás hasta el nivel de tu adiestramiento».

      Podemos enseñar a los guerreros a ejecutar una acción específica requerida para la supervivencia sin el pensamiento consciente pero, si no somos cuidadosos, también podemos enseñarles a hacer lo incorrecto. Algunos instructores lo denominan «mala memoria muscular» o «cicatrices del adiestramiento». Se trata de tejido cicatrizado en el cerebro medio que resulta contraproducente para la supervivencia. Un ejemplo de ello es la manera en que los agentes de policía realizaron prácticas de tiro con revólver durante casi un siglo. Como resulta que querían evitar tener que recoger todos los casquillos del suelo al acabar, los agentes disparaban seis balas, paraban, vaciaban los casquillos vacíos de sus armas en las manos, se los metían en los bolsillos, cargaban y continuaban disparando. Todo el mundo daba por hecho que un agente no haría eso en un tiroteo de verdad. ¿Alguien puede imaginarlo en una situación real? «¡Vale, señor X! ¡Tiempo muerto! ¡Deje de disparar para que pueda recoger la chatarra!» Pues bien, ocurría. Cuando el humo se desvanecía tras muchos tiroteos de verdad, los agentes se quedaban de piedra al encontrar los casquillos en sus bolsillos sin recordar cómo habían llegado allí. En varias ocasiones, se encontraron a policías muertos con casquillos en la mano; habían muerto en medio de un procedimiento administrativo que se les había inculcado.

      Este tipo de historias serían difíciles de creer si las oyeras en un bar. Sin duda están «más allá de lo razonable», pero tras oír sobre este asunto de forma reiterada en entrevistas personales y leerlo en estudios académicos, sabemos que sucede de verdad. En biomecánica y quinesiología se denomina la «ley de la especificidad». En otras palabras, no puedes conseguir unas piernas más fuertes haciendo flexiones; tienes que entrenar los músculos específicos de las piernas para conseguir unas piernas más fuertes.

      Otro agente de policía dio un ejemplo de cómo aprender a hacer lo incorrecto. Se empeñó en practicar cómo desarmar a un agresor. En cualquier momento, hacía que su mujer, un amigo o un compañero le apuntara con una pistola para que pudiera practicar cómo arrebatársela. Arrebataba el arma, la devolvía y volvía a repetirlo varias veces. Un día, él y su compañero acudieron a una tienda de conveniencia porque había un sospechoso. Él caminó por uno de los pasillos mientras su compañero iba por otro. Al final del primer pasillo, el sospechoso lo cogió desprevenido cuando apareció por la esquina apuntándole con un revólver. En un suspiro, el agente le arrebató el arma, sorprendiendo al agresor por su velocidad y sutileza. Pero sin duda el malhechor se quedó todavía más sorprendido y confuso cuando el agente le devolvió el arma tal y como había practicado cientos de veces con anterioridad. Afortunadamente para el agente, su compañero apareció por la esquina y disparó al sujeto.

      Lo que se practica durante el adiestramiento sale por el otro lado en el combate. En una ciudad de la Costa Oeste, el adiestramiento de los agentes en tácticas defensivas incluía un ejercicio que habría podido ser en algún momento desastroso en una situación real de vida o muerte. El alumno que hacía de agente simulaba una pistola apuntando con el dedo al alumno que hacía de sospechoso y al que iba arrestar; le daba órdenes verbales para que se diera la vuelta, colocara las manos encima de la cabeza, etc. La práctica se abandonó de golpe cuando algunos agentes empezaron a informar a la unidad de adiestramiento que habían apuntado con sus dedos en situaciones de detención reales. Debían de haber hecho una pantomima de sus armas de fuego con una autoridad convincente pues los sospechosos obedecían sus órdenes. Como nadie tenía ganas de tentar a la suerte, la unidad de adiestramiento suspendió de inmediato la práctica de que los agentes simularan armas con sus dedos y pidieron réplicas con la empuñadura roja para ser utilizadas en los entrenamientos.

      Consideremos un ejercicio de tiro que introdujo el fbi y que se enseñó durante años en las academias de policía. A los agentes se les adiestraba en el campo de tiro para que desenfundaran, dispararan dos veces y volvieran a enfundar. Si bien era un buen ejercicio, más tarde se descubrió durante tiroteos reales que los agentes disparaban dos veces y luego enfundaban, incluso cuando el malo seguía en pie y todavía representaba una amenaza letal... No debería sorprender que esto provocara que no pocos agentes sintieran pánico y, por lo menos en un caso, se cree que dio como resultado la muerte de un agente.

      Hoy en día, en la mayoría de academias de policía se les enseña a los agentes a desenfundar, disparar, escanear y valorar. Lo ideal es que el guerrero se entrene para disparar hasta que la amenaza desaparezca y por eso lo mejor son objetivos que caen después de haber sido alcanzados por un número variable de disparos. Hoy en día, existen objetivos de acero controlados de forma neumática a los que se les puede pegar imágenes fotorrealistas. El tirador puede disparar