De todos modos, lo que eso significaba variaba mucho de una relación a otra. La gente sentía que estaba siendo ella misma en relaciones en las que aparentemente se comportaban de formas opuestas. Por ejemplo, podía ser juguetona y extrovertida con una de sus amistades, pero seria e introvertida con otra. Podía ser paciente, respetuosa y protectora con su padre o madre, e impaciente, dominante con su pareja.
Puedes hacerlo con situaciones diferentes, en lugar de diferentes relaciones, pensando sobre quién eres en una reunión de trabajo, en la cama por la noche, en una fiesta, paseando con una de tus amistades o en medio de una crisis.
Sea cual sea el tipo de actividad que estemos haciendo, esto parece revelar que nuestro yo es más complejo de lo que pensábamos en un principio. Aunque todos esos yoes se sienten igual de «auténticos» —te sientes «tú» cuando estás siendo así—, parece que surgen diferentes personalidades dependiendo de las diferentes relaciones o circunstancias.
La comunidad de yoes
Se ha escrito mucho sugiriendo que, en realidad, somos plurales en lugar de singulares.16 Podría ser una buena metáfora decir que nos parecemos más a una comunidad que a un individuo: quizá como una pandilla o la tripulación de barco. Un grupo generalmente tiene objetivos comunes y puede que avance más o menos en la misma dirección. Pero se compone de varias facetas —o yoes— que tienen cualidades y capacidades bastante diferentes. Y algunas de esas personalidades son más dominantes que otras. En cada relación o situación, una faceta —o un yo— se pone al frente y el resto retrocede. Esto puede parecer muy natural y cómodo como partes nuestras a las que nos hemos acostumbrado y nos gustan, pero también puede resultar confuso y extraño cuando tenemos la costumbre de vernos como un yo único y coherente.
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Piensa en las veces que te has reunido con tus familiares o antiguas amistades del colegio, y de repente emerge una parte de ti que casi habías olvidado: quizá el hermano o hermana que se burlaba de ti, o tu yo adolescente y torpe. Del mismo modo, podemos sentir que nos hemos estancado en una de esas personalidades cuando otras personas solo ven determinados aspectos y les seguimos el juego, por ejemplo, si quien ha venido con la grúa a recoger tu coche te trata como a una doncella en apuros, o si, tomando cervezas, te encuentras con un cliente del trabajo y actúas de forma demasiado profesional para ese contexto social. ¿Te resultan familiares estos ejemplos?
A menudo los yoes que causan problemas son los que han recibido mensajes más duros en la infancia. La teoría es que todo el mundo aprende qué facetas son aceptadas a nuestro alrededor y cuáles son rechazadas. Tendemos a reprimir o renegar de las facetas que son rechazadas. Por ejemplo, aprendemos que en casa no está bien expresar ira o portarse mal. En el colegio se nos podría acosar si se nos percibe como una persona demasiado débil y vulnerable, o con demasiada seguridad y arrogancia.
Por lo que, a menudo, intentamos limitarnos a un solo yo, o al menos a los yoes que son aceptados. La autovigilancia supone intentar monitorizarnos para que solo algunos yoes se muestren a otras personas, e incluso nos permitamos solo ver algunos de ellos. La mayoría desarrollamos un fuerte yo «crítico interno» que monitoriza, y mantiene a los yoes «inaceptables» ocultos con la dureza de la que hablé anteriormente.17 Cuando surgen los yoes con los que no estamos a gusto, intentamos eliminarlos. O nos podemos sentir horriblemente mal al estancarnos en uno de ellos, y darnos cuenta de que es alguien que también podemos ser y que quiere destruirnos por completo. Por ejemplo, podemos ser una persona borracha y babosa, un niño asustado, un toro enfurecido o una persona manipuladora y cruel.
La alternativa para evitar o intentar enfrentarse a esas diferentes facetas que tenemos es abrirse a todos los yoes que somos: cultivar la conciencia de todos ellos y la buena comunicación entre ellos. Esto puede resultar muy complicado cuando se trata de los yoes a los que tenemos miedo o que nos repugnan. Pero, paradójicamente, cuando nos enfrentamos a ellos y los escuchamos en lugar de intentar bloquearlos al otro lado de un muro bien alto, solemos descubrir que son menos aterradores o abrumadores de lo que temíamos.
Podemos llevar a cabo esa comunicación sintonizando con los personajes que aparecen en nuestros sueños o fantasías, o prestando atención a las personas que nos atraen o nos repelen en la ficción y en la vida real: probablemente reflejan facetas nuestras. Podemos hacer un esquema de los yoes de los que hemos sido conscientes, o dialogar entre nuestras diferentes facetas mediante la escritura o la representación.18
Según vamos conociendo toda nuestra pluralidad de yoes, a menudo entramos en contacto con capacidades que habíamos olvidado que teníamos y somos capaces de ser más flexibles en las situaciones en las que nos encontramos. Un poco como en la serie de televisión Sense8, en la que pequeños grupos de personas alrededor del mundo están conectadas y pueden recurrir a las habilidades y fortalezas del resto cuando las necesitan: actor, hacker, experta en artes marciales. Comunicarme con mis propios yoes me ha brindado acceso a algunas de esas partes rechazadas que pueden ser tan útiles: el yo bromista e irreverente de ágiles respuestas, el yo guerrero capaz de resistir con fuerza a los contratiempos, el yo vulnerable al que se protege. Ciertamente, me he dado cuenta de que tengo facetas que son más Gryffindor que Hufflepuf, ¡e incluso Slytherin en algunas cosas!
Volveremos a estas ideas en el capítulo 9, cuando exploremos cómo otras personas, y nuestro yo, somos plurales. De momento, piensa simplemente que quizá en lugar de conocer nuestro yo podríamos aspirar a conocer nuestros yoes.
Estamos en cambio constante, más que en estado estático
Del mismo modo que somos plurales, también somos siempre un proceso en marcha.
Haz la pruebaYo-en-proceso |
Imagina que tu vida fuera un libro. ¿Qué pondría en el índice? Escribe una lista de los capítulos de tu vida. Puedes empezar desde cualquier punto del pasado que te parezca apropiado, y terminar en el presente o en el futuro. Como que te apetezca.19 Si no te gustan los libros, puedes pensar en las diferentes escenas de una película, las diferentes canciones de un disco o las diferentes fases de un videojuego.
Fig. 2.4. Mi historia.
A continuación puedes reflexionar sobre lo que has escrito: ¿por dónde empezaste? ¿Con qué terminaste? ¿Qué tipo de libro/película/disco/juego sería el tuyo? ¿Qué género? ¿Cuáles son los temas principales? ¿Quién es el autor principal? ¿Cómo sería si fuera otra persona quien escribiera sobre tu vida? ¿Hay alguna parte de tu vida que no hayas incluido? ¿Cómo sería si te hubieras centrado en eso? ¿A qué público le gustaría más o cuál sería el más crítico? ¿Cómo se titularía?
En principio, lo que esta actividad pretende mostrar es que, del mismo modo que somos plurales más que singulares, también estamos en constante cambio en lugar de ser fijos e inmutables.20 De hecho, hay muchas historias diferentes que podríamos contar de nuestras vidas. De nuevo, podemos estancarnos en una narrativa concreta, pero puede ser útil salir de ahí.
El psicólogo Kenneth Gergen21 sugiere que creamos relatos para darle sentido a nuestras vidas, a menudo comenzando desde un punto final concreto: cómo llegué a ser x, donde x podría ser cualquier cosa, de personal sanitario a ludópata, de padre a persona divorciada, de liberal a atleta de larga distancia. Nos reescribimos constantemente y nos repetimos ciertas historias para que lleguen a dar la sensación de una verdad sólida. Las narrativas populares incluyen:
• La tragedia: empezamos teniendo éxito y acabamos fracasando.
• La comedia romántica: una vida positiva se ve interrumpida por una desgracia, pero al final se restaura el orden.
• El final feliz: las cosas mejoran gradualmente.
• La trama heroica: luchamos contra una serie de obstáculos, pero al final vencemos.
¿Cómo sería tu historia, si la comenzaras partiendo de otro final, o si usaras una estructura narrativa diferente?
El