Bernhard Mohr

Democracia envenenada


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Quién tuvo la culpa de qué todavía es tema de discusión, también entre los historiadores y comentaristas occidentales. Ver, por ejemplo, la presentación El Cáucaso. Una introducción (Oxford 2010) de Thomas de Waal, en el libro El Cáucaso. Una Historia (Cambridge 2015) de James Forsyth.

      Capitalismo y propaganda

      (Lo que Occidente no entiende)

      —Según una encuesta, el 25% de los rusos

      cree que el Sol gira alrededor de la Tierra.

      —¡La verdad, es sorprendente que no sea el 86%!

      Cuento ruso

      el palacio de invierno destella en colores dorados, plateados y turquesa bajo el cielo azul. Los turistas que deambulan en grupos por la plaza del palacio parecen ir cegados por el sol. Algunos han sido lo suficientemente precavidos y llevan sombrilla. En dirección al largo edificio amarillo de la gobernación, varios niños juegan frente a la construcción de un escenario fastuoso. Se nota claramente que allí algo está por pasar. Desde el invierno de 1999 recuerdo la plaza del palacio con su color gris y por estar prácticamente desocupada. Con el carné estudiantil entrábamos gratis al Palacio de Invierno, donde podíamos admirar la enorme colección de arte del Museo del Hermitage prácticamente sin que nadie nos molestara. Hoy en día, la fila se extiende a lo largo de la mitad de la fachada hacia el Nevá, da la vuelta a la esquina y continúa hacia una de las partes bajas del edificio. El medio litro de cerveza del café al aire libre donde me he sentado es el mismo, pero el precio ha cambiado. Hace unos años, una Nevskoe costaba 40 rublos, y ahora cuesta 200. Es cinco veces la cantidad en rublos, y tres veces más la cantidad en coronas noruegas. Cuando le pregunto al mesero si las sanciones de la Unión Europea se notan en el flujo de turistas, responde que ahora es menor la cantidad que viene de Europa del Sur, pero han aumentado los turistas chinos.

      Estoy esperando a Yuri. Fui yo quien llegó temprano; Yuri no es el tipo de persona que hace esperar a los demás. Nos conocimos en la sala de llegada del aeropuerto Púlkovo, de San Petersburgo, en noviembre de 2005. Yendo en el auto del aeropuerto hasta la oficina, Yuri me causó una impresión extraña. Mientras manejaba en zigzag entre otros automóviles para salir lo más rápido posible del caos de la avenida Moskovsky, él gritaba una cantidad de improperios a quienes le hacían algún reclamo. Las frases estaban sazonadas con expresiones de una jerga que yo no identificaba completamente. En la descripción de su trabajo como jefe de distribución hablaba de «tomar el control de nuevos sectores» y «adquirir a través de la guerra los últimos suburbios». El otro gran periódico gratis en la ciudad, Metro, era constantemente señalado como «el enemigo». Todo cobró sentido al día siguiente cuando uno de los colegas mencionó que Yuri tenía un pasado en el ejército.

      Yuri Shatrov tenía diecisiete años cuando en 1981 entró a la Escuela Superior de las Fuerzas de Defensa Costera de la Armada de Rusia en Petrodvoréts, muy cerca de las afueras de Leningrado. La escuela era vista como una de las mejores del país y una carrera en las fuerzas de defensa era considerada como algo estable y seguro. Después de cuatro años de estudio fue enviado primero a Mongolia («era como vivir en Marte, no teníamos ningún contacto con la población local»), luego a la República Socialista Soviética de Estonia («allí donde los estadounidenses están jugando actualmente, fuimos nosotros quienes construimos la infraestructura»). Cuando el muro cayó y las bases militares soviéticas en Europa Central y Oriental iban a clausurarse, Magdeburgo fue la siguiente parada en la vieja rda. Magdeburgo había sido el comando central para la Tercer Ejército de Choque, una de las muchas bases militares soviéticas que se establecieron en tierras alemanas después de la Segunda Guerra Mundial. Prácticamente, al mismo tiempo que la bandera soviética era quemada en el Kremlin, en diciembre de 1991 le asignaron a Yuri transportar tanques, aviones, helicópteros, artillería pesada y sistemas misilísticos a un campamento de las afueras de Moscú. Yuri, que en aquel momento todavía no había cumplido los treinta años, lo recuerda como una tarea exigente y una responsabilidad abrumadora. Las armas se encontraban en condiciones deplorables e inseguras. Quizá lo que estaba haciendo era bastante peligroso.

      El tiempo de Yuri en Mongolia y en Estonia coincidió con la carrera armamentista más intensa entre Estados Unidos y la Unión Soviética, naciones que gastaban sumas astronómicas en defensa. En 1998 el ejército demandaba el rubro más grande del presupuesto nacional. Pero cuando la Unión Soviética se disolvió, se redujeron las asignaciones de fondos. Los salarios fueron retenidos, había deficiencias en el mantenimiento, la producción de grandes armas se redujo a más de la mitad. El aparato militar tocó fondo durante la crisis del rublo entre 1998 y 1999, cuando la inversión era tan solo una cuarta parte de lo que había sido en 1991. La primera guerra chechena mostró la condición miserable en que se encontraba la armada rusa. Lo que pretendía ser una operación militar corta para eliminar a Dzhojar Dudáye, el líder de los rebeldes que en 1991 había declarado a Chechenia como un Estado independiente, se convirtió en una larga guerra de guerrillas. La gran cantidad de soldados rusos no logró el control de los rebeldes locales, al mismo tiempo que las pérdidas civiles fueron gigantescas. Cuando las partes hicieron una tregua en agosto de 1996 y acordaron aplazar la discusión sobre el estatus de Chechenia durante cinco años, fue una derrota humillante para el Ejército ruso, tan poderoso en ese entonces.

      Yuri evitó que lo trasladaran a Chechenia, pero es cuidadoso al elegir las palabras cuando habla acerca de su vida en el Ejército durante los difíciles años noventa. Él destaca más bien lo que aprendió y a lo que le pudo sacar provecho más adelante («la comunicación, la responsabilidad, el trabajo en equipo, la atención a aquellos que tienen más experiencia y conocimientos») y a todas las buenas amistades. Cada Año Nuevo viaja a Offenburg en Alemania para celebrar esa fecha con un excompañero de la época en que estuvo en Estonia y que ahora se ha establecido en el país germano.

      Pero después de haber servido a la patria durante los veinte años obligatorios —diez para la Unión Soviética, diez para Rusia—, Yuri llegó a la conclusión de que quería hacer algo diferente. Era el año 2002 y el Ejército estaba frente a una gran reorganización. De camino desde el apartamento del centro de San Petersburgo y hasta el campamento situado a las afueras de la ciudad, Yuri había visto cómo la economía estaba mejorando. Grandes compañías internacionales habían empezado a invertir seriamente en la capital del Norte. ¿Tal vez alguien con su experiencia de oficial podría tener algunas posibilidades en el mundo empresarial? Como agradecimiento por todos los años de esfuerzo, el Ejército le dio un curso intensivo de tres meses en economía empresarial y liderazgo de pequeñas y medianas empresas («era increíblemente básico, pero provechoso, yo siempre cargaba encima un certificado del curso», decía), así que Yuri empacó su mochila de regimiento y empezó a prepararse para una vida en el mundo civil.

      Sin saberlo de antemano, Yuri había hecho un cambio de carrera coincidiendo con el mayor crecimiento económico de la historia rusa. Probó diferentes trabajos pequeños antes de poner sus ojos en un anuncio del Moj rajon en el que estaban buscando distribuidores. Pasaron un par de meses antes de que la directiva entendiera que su disciplina militar, sus conocimientos geográficos detallados y una gran fuerza de negociación eran una combinación ganadora. Le dieron la responsabilidad de toda la división de distribución.

      Cuando el periódico fue lanzado en Moscú, Yuri era el único de los directores de división en San Petersburgo que quería «conquistar un nuevo territorio». Arrendó un pequeño apartamento en la capital y empezó a viajar semanalmente. Yuri y yo nos convertimos en una especie de soldados hermanos, ya que el pequeño periódico experimentó conflictos con las autoridades locales, precisamente por la distribución. Antes de que Moj rajon llegara a la calle, las administraciones locales de Moscú —hay más de cien de ellas—, tenían el monopolio de las noticias en los barrios. Un par de veces repartían un folleto de cuatro a ocho páginas en los buzones de las casas, donde se explicaba todo el trabajo provechoso que hacían por los habitantes. No a todos los burócratas les pareció tan fácil aceptar que de repente apareciera una fuente de información alternativa, una que no solo estaba escrita, fotografiada y editada por profesionales e impresa a cuatro colores, sino que también hacía preguntas críticas acerca de promesas electorales sin cumplir y retrasos en el mantenimiento de las instituciones educativas