Krone-Schmalz, que en los años ochenta y noventa era la corresponsal en Moscú para RDA. A ella le han otorgado tanto la Cruz Federal al Mérito en Alemania (Bundesverdienstkreuz) como la Medalla Pushkin en Rusia. En el libro Russland verstehen (Entender a Rusia) ella describe cómo Occidente —a finales de los años ochenta y en los años noventa—, desperdició la oportunidad de construir vínculos duraderos con Moscú. En lugar de tratar a Rusia como un socio, los líderes de aquellos tiempos trataron al país como una propiedad en quiebra. En una Europa geopolítica cambiada radicalmente, la otan empezó a moverse hacia el Oriente sin escuchar la opinión de Rusia. Y en medio de la alegría de ver que «el Imperio del mal», citando las palabras de Ronald Reagan, se estaba disolviendo y que pequeñas poblaciones oprimidas por Moscú se convertían en estados propios, nos olvidamos de pensar que veinticinco millones de rusos, de repente, se encontraban fuera de los límites de su propio país.
Evaluaciones erróneas similares se replicaron también en el campo económico-político. La terapia de choque que fue prescrita por los expertos occidentales tenía las condiciones para funcionar en países que tenían un ritmo de economía de mercado, como por ejemplo Polonia, donde la agricultura nunca había sido colectivizada y el derecho de la propiedad privada había sido aplicado a través de los años del dominio comunista. Pero si uno hubiera sabido más sobre la forma como estaba organizada la comunidad soviética, habría entendido por qué son tan álgidos los roces políticos. Krone-Schmalz no es la única que levanta el brazo para plantear esta crítica. En un artículo de Dagens Næringsliv14 de abril de 2017, el ganador del Premio Nobel de Economía, Joseph E. Stiglitz, discute sobre «por qué las cosas salieron tan mal en Rusia». Aquí, él concluye que «el consenso de Washington», la mezcla de liberalismo de mercado y el involucramiento limitado del Estado fueron una medicina equivocada. «La democratización de Rusia debió haberse hecho con medidas que aseguraran el bienestar, no con políticas que llevaran al crecimiento de una oligarquía», escribe Stiglitz. Precisamente al igual que Yuri, Krone-Schmalz opina que Occidente tenía grandes ventajas de que un nuevo mercado se abriera, pero al mismo tiempo tenía poca voluntad de brindar algo a cambio. ¿No fue ingenuo por parte de los líderes occidentales esperar que los rusos aceptaran perder todo lo que poseían sin que quisieran abrir una vía para políticos populistas y revanchistas?
Tal y como lo dijo Larisa, hoy en día Rusia se encuentra en una fase de reconstrucción en la que Occidente tiene que mostrar paciencia; esto mismo cree Krone-Schmalz. El país ha experimentado durante los últimos veinticinco años tres revoluciones paralelas cuyas repercusiones persisten. Una fue económica, donde la economía planificada fue remplazada por la economía de mercado; la otra fue política, donde la dictadura comunista fue reemplazada por la democracia; la tercera tuvo que ver con un aspecto espiritual, el de la identidad, donde el Imperio soviético fue reemplazado por el Estado nacional ruso. Estos procesos en sí son tan profundamente conmovedores que va a tomar más de veinticinco años llevarlos a cabo. Cuando criticamos a Rusia por la ley sobre la propaganda homosexual, por ejemplo, no debemos olvidar que la homosexualidad estaba prohibida por ley en varios países occidentales de Europa hasta los años setenta. Entre 1950 y 1994 se dieron 50.000 condenas por homosexualismo en Alemania Occidental. La razón de las actuales leyes de liberación e igualdad de oportunidades en Occidente fue empujada por la revolución sexual de los años sesenta y setenta, una revolución que tocó a la Unión Soviética de una manera muy limitada. Krone-Schmalz considera que nuestra imagen negativa de Rusia se debe también a una prensa occidental que no tiene la capacidad de mantener una perspectiva lo suficientemente amplia ante lo que está pasando. ¿Por qué escuchamos tanto sobre los cientos que fueron asesinados durante el Euromaidán, y tan poco sobre los cuarenta y dos manifestantes prorrusos que fallecieron cuando la Casa de los Sindicatos de Odessa se quemó? Aquello que no encuadra bien en la serie de argumentos occidentales se pasa por alto y se calla. Krone-Schmalz no niega que las noticias oficiales de Moscú están caracterizadas por la propaganda, pero considera que los periodistas occidentales no llevan a cabo su función social cuando no investigan el grado de veracidad de las noticias. «Tan pronto como pasa algo en Rusia que “nosotros” en Occidente no entendemos inmediatamente, porque no conocemos los contextos y los antecedentes, entonces aparece nuevamente la imagen del enemigo», escribe ella.
Krone-Schmalz ha sido criticada por cometer el mismo error: pasar por alto sucesos que no encuadran en su narrativa, como las evidentes violaciones de los derechos humanos en Rusia. Existen también periodistas y escritores en el campo más crítico del Kremlin que consideran que Occidente tiene parte de la culpa por la mala relación existente. La redacción del canal de televisión Dozjd (Tv Rain), desde su establecimiento en 2010, ha sido conocida por las críticas incontrolables hacia Vladimir Putin y su partido Rusia Unida. El jefe de varios años de redacción del canal, Mikhail Zygar, publicó en 2015 Vsja kremljovskaja rat. Kratkaja istorija sovremennoj Rossii (Todo el ejército del Kremlin. Una historia corta sobre la Rusia moderna). Allí describe el tiempo del mandato de Putin como una especie de viaje desde Occidente a Oriente. Al comienzo de su primer periodo presidencial, Putin extendió la mano a Occidente en un intento por establecer una cooperación más estrecha. Algunas de las primeras cosas que hizo en la arena internacional fueron los cierres de las viejas bases militares soviéticas en Cuba y Vietnam. El 11 de septiembre de 2001 fue el primer líder estatal en llamar a George W. Bush y prometerle todo el apoyo posible en la lucha contra el terrorismo, pero la relación con Occidente se agrió como consecuencia del mismo Occidente, según Putin, pues en varios conflictos internacionales procedieron sin escuchar a Rusia. Según Zygar, en especial la operación militar de los Estados Unidos y el Reino Unido para retirar a Saddam Hussein en 2003, basados en pruebas falsas de armas químicas, hizo que Putin dejara de creer que un trabajo en equipo constructivo podía ser posible. En lugar de esto, Putin se dio cuenta de que Estados Unidos, la Unión Europea y la otan estaban más interesados en fortalecer sus propios intereses. Esto permitió que el presidente ruso buscara un nuevo rumbo, en el que los recursos estratégicos y económicos de su país tuvieran un mayor significado. Poco antes de que Putin iniciara su tercer periodo presidencial, la otan utilizó mal —de acuerdo con el punto de vista ruso—, una resolución de las Naciones Unidas sobre protección de la población civil para retirar al coronel Gadafi del poder en Libia. También eso le enseñó a Putin que Occidente es hipócrita.
¿Cuán profundo estudia Occidente sus propios errores y malas decisiones? Noruega estuvo alejada de las operaciones en Irak, pero ¿en qué grado caracteriza su posición oficial lo que sus aliados más cercanos —Estados Unidos y el Reino Unido, hacen en todo el mundo, incluido el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que tras bambalinas publicó historias inventadas y pruebas hechas en casa?—. El devastador informe Chilcot sobre Irak, que afirmaba que los líderes de los Estados Unidos y el Reino Unido habían forzado las decisiones a sabiendas y a voluntad del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, fue publicado posteriormente en los medios noruegos después que apareció por primera vez en 2016. Pero ¿por qué esto no llevó a un debate fundamental sobre la relación con nuestros aliados de la otan? ¿No deberíamos nosotros, como miembros de la otan, haberle ofrecido disculpas sin reservas a Rusia, que fue el país que criticó de la forma más fuerte «las pruebas» que los Estados Unidos fabricaron sobre las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein en el Consejo de Seguridad?
Después de haberme despedido de Larisa y de su amiga, la periodista que ama vacacionar en Noruega, continué por la vía angosta del canal Zimnyaya Kanavka hacia abajo, junto al río Nevá. Situando la mirada hacia la fortaleza de San Pedro y San Pablo, me quedé parado allí, reflexionando sobre lo que Yuri y Larisa me habían dicho. Todo lo que ellos afirman o hacen es tan normal, tan bien conocido, tan familiar. Yuri y Larisa están integrados a una cultura y a una vida laboral europea en muchos aspectos. Ambos han pasado vacaciones, verano tras verano, en los países del espacio Schengen. Ambos han trabajado en una compañía de propiedad noruega. Los conferencistas de Larisa se fueron a los Estados Unidos y trajeron ideas de allí. Hoy en día ella compra publicidad en el espectro televisivo, en periódicos y en la red, igual que cualquier anunciante de Noruega. Sus proyectos de vivienda constan de apartamentos de tres cuartos en edificios de cinco pisos con jardín infantil en el