Sisto Terán Nougués

Camino de Santiago


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a lo que no es materia real, y esa aptitud humana permitió al hombre grandes hazañas, entre ellas la de dominar su entorno. Pero la más grande hazaña de nuestra mente consiste en imaginar escenarios inexistentes y sobre esa creación edificar un edificio de pensamientos concatenados que logran aproximaciones a la Verdad Objetiva. No es posible ver la Nada, pero nuestra mente es capaz de concebirla como la Carencia Absoluta. Y esa imaginaria percepción de nuestro cerebro nos resulta de una utilidad excepcional.

      Así suponemos que una vez hubo Nada. El descubrimiento angustia y reconforta. Angustia porque como Seres que Somos nos aterroriza la posibilidad de que haya un instante de No Ser. Y nos reconforta porque si hubo Nada, Alguien o Algo en algún momento la aniquiló.

      Durante un corto lapso de tiempo mi padre se llamó a silencio y continuamos caminando a orillas del mar sin rumbo alguno. El intervalo sirvió para que tratara de procesar la información que se me brindaba en forma tan confusa.

      Teniendo apenas seis años, la posibilidad de comunicarme de igual a igual con un erudito era inexistente. Pero mi padre fue siempre implacable, jamás me dispensó trato de infante, siempre me trató como a un adulto, y le estoy eternamente agradecido por ello.

      Probablemente, aquella tarde se trataba de una reflexión personal y me usaba de espejo prescindible para sus argumentaciones.

      Al cabo de un rato continuó como si no hubiera habido interrupciones. Me miró de reojo, erguido y serio, y yo traté, inútilmente, de comprender cosas que estaban por encima de mis fuerzas de niño.

      —Ya nuestra mente ha determinado con alguna arbitrariedad la existencia conceptual de la Nada. Pues bien, sorpréndete hijo mío, eso que nuestra mente concibió mediante abstracciones los científicos hace poco lo han demostrado empíricamente. El Universo, todo lo que ves en torno a ti, NACIÓ un día hace más o menos 13.500 millones de años. Antes de esa fecha, sencillamente no era. O sea que cuando el Universo nació estábamos en los umbrales de la inaprensible Nada.

      Imagina ese momento, la Nada dueña y señora conmociona de repente en una explosión cósmica y aparece Algo. El instante inicial: luz y sombra se distinguen y la materia hace su aparición fulgurante. ¿Qué habrá pasado para que la Nada volara en mil pedazos fragmentándose aceleradamente en dirección al Ser? Nadie lo sabe, solo podemos inferirlo mediante deducciones. ¿Fue puro Azar el que puso el Universo en movimiento? ¿O fue la decisión de Alguien? Al llegar a este punto nace la Filosofía, que no es otra cosa que la ciencia de preguntarse el porqué de las cosas. El Filósofo debe responder a ese primer gran interrogante: ¿Azar o Creación?

      —¿Y qué piensa usted, papá? —pregunté respetuoso.

      Hasta el final de sus días le trataría de usted, por decisión mía que en nada disminuía el amor y la admiración que sentía por él.

      —El Azar absoluto es muy difícil de sostener, son infinitas las variables casuales que en forma permanente tendrían que jugar no solo para explotar la Nada, sino más complejo aún, para sostener vivo ese Universo neonato. Me inclino a pensar por ello que hay un Algo o un Alguien, un Primer Motor Causal que disparó los acontecimientos y se solaza con la complejidad de su propia Creación. Pero estas son preguntas y respuestas que deberás contestar con tus propias fuerzas a medida que crezcas. Ninguna cosa que te diga ha de ser tomada como Verdad absoluta, deberás construir tu propio edificio filosofal.

      —¿Y si no quiero? ¿Y si no me importa conocer respuesta alguna? ¿Qué pasa si me niego a pensar y dejo fluir la vida como venga sin detenerme en consideraciones de ningún tipo?

      De nuevo mi padre sonrió y con paciencia replicó: La decisión de no abordar los grandes temas que afligen a todos los grandes pensadores de la humanidad es una forma de hacer filosofía por la vía indirecta de la negación. El hombre filosofa, lo quiera o no, pues está en su esencia. Quiera pensar o no en ello, todos sus actos vitales de alguna manera tendrán como punto de partida una visión del cosmos, su origen y su destino final. Creer o no creer en Dios, confesar la impotencia de entender el Universo, recostarse a ciegas en las máximas dogmáticas de un credo religioso, abandonarse al nihilismo o adherir a perspectivas panteístas o cosmovisiones cientificistas. Los actos de tu vida oficiarán de determinantes, lo quieras o no. A tu edad sin embargo alcanza con que algunas ideas queden fijas en tu mente.

      El Universo que te rodea no es eterno, tiene fecha de nacimiento. Y si nació, Alguien o Algo lo concibió. Tomate unos segundos y recordá eso para siempre.”

      De nuevo hizo una larga y premeditada pausa. El sonido de las olas nos envolvió, y de repente, y sin mediar palabra, mi padre caminó hacia el mar a paso lento para ser llevado por el agua salada.

      Concluían en este punto las líneas escritas por mí y el Escriba apartó la vista del papel dejando traslucir con un gesto un suave dejo de disgusto.

      —¿Esto es todo? —preguntó meneando la cabeza.

      —Es el comienzo del Todo —le contesté—. Es en las preguntas y no en las respuestas donde el filosofar encuentra su razón de ser.”

      Terminaba allí el escrito.

      Me levanté y dije: “Amigo Escriba, las cuartillas que escribí y que leíste te atraparon y condenado estás ahora a seguirme y escribirme. Te gustará marchar juntos para buscar las respuestas a los interrogantes que mi padre dejó en suspenso aquella tarde junto al mar. Reflexionemos juntos, pero no dejemos de caminar, que para eso hemos venido a este mundo”.

      Andando amigo, le ordené, y con un abrupto ademán caminé hacia el bar del hotel. Mi mujer me esperaba para el desayuno encendida de risa. Una vez más reparé que estaba descalzo, con un vaquero y un saco piyama. Así que fui hasta la habitación a cambiarme y regresé a desayunar con mi mujer y mis amigos. A través de la ventana del restaurant del hotel, a lo lejos, el Escriba sonreía con un saludo de mano.

      EL CAMINO

      Portomarín-Palais do Rei

      Una vez que concluimos el desayuno reiniciamos el peregrinaje, y lo hice con energías renovadas. Recordarme en la bruma difusa de mis propios inicios pareciera haberme prodigado nuevas fuerzas.

      Ignorando a mis compañeros, ando a paso vivo, mi cuerpo transpirado por un sol que lastima y vivifica. Comienzo a cantar a viva voz. Desafino. Emito sonidos semejantes a cánticos guerreros. En mi imaginación soy un soldado que se apresta imprudentemente a entrar en batalla inconsciente de los riesgos que asumiré. El principal es mi pésimo sentido musical, desafino.

      El sonido de mi bastón marca los trancos largos. Solo un par de veces me detengo y miro atrás. A mis espaldas ha quedado ya Portomarín y no distingo a mis compañeros de viaje. Pienso en mi mujer y mi corazón se baña en una calidez que me envuelve.

      Andando, supero a peregrinos que se apartan para dejarme paso, a la par que alzan sus brazos y adornan su rostro con su mejor sonrisa para saludarme con la consabida consigna: ¡Buen Camino! La fraternidad implícita de los caminantes nos abraza fundiendo a todos en uno.

      Comprendo entonces que mi epopeya no es única sino genérica. El homo sapiens me sigue y me adelanta en ruidoso concierto de ayes lastimeros y carcajadas estruendosas. Pienso por un instante en la masa informe e impiadosa que aplasta rezagados en su cruel devenir evolutivo.

      Hay dos historias que se escriben en simultáneo, la de la especie y la del individuo. A la primera le tiene sin cuidado la segunda, a la que considera apenas un accidente aleatorio que no obstruye su avance.

      Individuo soy, y a pesar de saberme ínfima e insignificante partícula de lo creado, la euforia del caminante me hace sentirme querido e importante.

      Ya no había barro en la senda. El día era magnífico. Caminábamos a buen ritmo. Cantaba y pensaba, me sentía feliz. La senda estaba rodeada de árboles y luz. De repente me encontré con una ruta asfáltica que irrumpía contrastando el paisaje bucólico. Para colmo el asfalto se proyectaba hacia lo alto, en un zig-zag desafiante y fatigoso. No había más remedio que caminar al costado de la ruta. Los autos y camiones circulaban a velocidad, desaprensivos e ignorantes de mi peregrinar. Mi mujer y nuestros amigos optaron por una senda y