a 360 kilómetros. Después de vivir varios años en Los Ángeles, extrañaba el invierno, y pensé que quizás podía volverme una escritora regional del norte del estado de Nueva York.
Cinco meses después, empezaba a sentir que quizás aquella no había sido una buena idea. El invierno llegó rápido: a mediados de octubre, todos estaban quemando madera y colocando llantas con tachas para la nieve en sus camionetas. La zona estaba más deprimida que nunca. Este sector de las montañas Adirondack, que yo recordaba como un lugar encantadoramente tranquilo, me daba la impresión, ahora, de estar destruido y abandonado. En toda la región, los supermercados Grand Union habían sido reemplazados por Tops, una cadena de tiendas de bajo coste inmunda que se especializaba en la venta de productos a punto de caducar. En Corinth, estaba por cerrar el último aserradero que quedaba. Ames Department, la cadena de descuento predecesora de Walmart acababa de declararse en quiebra, así que ahora tenías que viajar setenta y cinco kilómetros solo para comprar un sacacorchos. Los viejos que habían talado los bosques con caballos estaban casi todos muertos; ahora sus descendientes controlaban los bosques con gigantes tractores forestales, cuatriciclos todo terreno y motos de nieve.
Estaba pasando demasiado tiempo visitando páginas web en busca de sexo de online (que es el único tipo de sexo que tienes si vives sola en un lugar como este), conduciendo por el campo escuchando Hits clásicos de Frank Sinatra, y llorando. Las antiguas canciones de Cole Porter evocaban un mundo específico donde los amantes eran recordados por los sombreros que llevaban puestos, la forma en que sostenían un tenedor, sus sonrisas; y no olvidados a través de los significados infinitamente intercambiables del sexo online y el porno.
My story is much too sad to be told
But practically everything leaves me totally cold
The only exception I know is the case
When I’m out on a quiet spree
Fighting vainly the old ennui
And I suddenly turn and see
Your fabulous face1
Fue más o menos por ese tiempo cuando conocí a Mark Babson. Mark tenía veintidós años, había intentado varias veces entrar a la universidad y no lo había logrado. Estaba arreglando mi cocina después de que los veganos que habían vivido allí durante mi ausencia con siete animales domésticos la despedazaran. Conocí a Mark en el Java Shop, la única promesa de una vida mejor que habían abierto en Glens Falls ese verano, a treinta kilómetros. Unos amigos de Mark habían iniciado el negocio con las ganancias de cierta especulación precoz en la bolsa. La decoración del lugar estaba inspirada en la década de 1970, aunque de un modo tranquilo, y había revistas que a uno sí le daban ganas de leer. Con su dentadura completa y su humor socarrón, Mark tenía una selección de clientas de la zona que habían venido, todas, de grandes ciudades. Le había hecho un presupuesto a otra cuarentona soltera que había vuelto de California, pero cuando ese mismo invierno un novio local la aporreó y la desmembró, los dos nos sentimos afortunados de que hubiera elegido trabajar para mí.
Mientras Mark martillaba y hacía ruido en la cocina, yo trabajaba o no trabajaba en mi libro, y conocía posibles compañeros sexuales en el ordenador. La fantasía es como una droga. Lo que te engancha no es el sexo sino la ilusión de una intimidad deliciosa. En Thurman, yo estaba tan sola que mis hombros empezaron a tensionarse. Había vivido allí diez años atrás, y había sido profesora de talleres en la escuela local, pero ahora nada era lo mismo. George Mosher, que había divertido a los niños del lugar con su perro parlante y sus pollos que ponían huevos de colores, estaba muerto. George había vivido en Thurman toda su vida; durante la Depresión había caminado quince kilómetros por el bosque para conseguir un trabajo en Stony Creek. La señora Rounds, que había mantenido un jardín maravilloso de especies perennes alrededor de su pequeña casa prefabricada, estaba en un asilo de ancianos en Glens Falls. Del otro lado de la calle, el viejo Vern le había pasado la propiedad del taller mecánico Baker a su hijo, el joven Vern, presidente de club de conductores de motos de nieve de las Adirondack del sur. Sin el sedimento de una cultura local, todo en Thurman parecía genérico, lúgubre y vacío. Era un pueblo más en declive. Entonces, en ese momento, era importante para mí encontrar a alguien con quien hablar. Mis dientes torcidos, tu comprensión.
Querido Martin, le escribí a alguien que acababa de conocer en el ordenador. Sí, soy escritora; he tenido esta casa en el norte del estado por muchos años y acabo de volver a vivir en ella después de estar en Los Ángeles donde enseñé escritura en un programa de posgrado durante siete años. Me gusta ir al gimnasio en la misma medida que a la biblioteca; mido 1,67, soy bastante delgada, tengo rasgos de roedor de judía askenazí, cabello veteado, soy una ex rockera punk de Nueva York. He estado jugando al BDSM intermitentemente durante unos cinco años… lo descubrí en Los Ángeles como algo erótico y una forma de tener algo más que sexo casual, pero menos que un romance definitivo.
Martin me contestó de inmediato. En mi vida privada, he disfrutado de una mezcla de relaciones convencionales y relaciones de dominación y sumisión durante varios años. Estuve casado durante dieciocho años, hasta el año pasado, cuando mi esposa murió. Era una mujer encantadora con la que disfrutaba de un amplio espectro de placeres. Durante mi matrimonio también disfruté de otras relaciones con compañeras sumisas. Exploré esto en profundidad durante un periodo de separación y volvimos a juntarnos con esto como el elemento central de lo que entonces fue una deliciosa vida sexual. Le diagnosticaron cáncer de colon hace cuatro años. Tuvo una muerte elegante.
Actualmente vivo con una hija de doce años, que es en gran medida el personaje central de mi vida. Mantengo relaciones con dos compañeras: una relación bastante convencional con una compañera local y una esclava de placer que vive en Toronto, con la que paso fines de semana una vez al mes. Acabo de regresar a Bondage.com después de una larga ausencia, con la esperanza de encontrar una compañera que me conmueva profundamente…
Más que sexo casual, pero menos que un romance definitivo. Hermosamente formulado. En realidad, todo lo que dijiste de ti es atractivo. Creo que en mi perfil he detallado que me inclino por los tipos de encuentro románticos y con estilo… pero es la intensidad del sexo BDSM lo que más me atrae.
Pasé la noche con él en Binghamton, a 290 kilómetros. Hablamos y nos besamos y no hicimos nada S/m, y Martin parecía encontrar eso hermoso. Dijo:
–Siento que necesitas más mi ternura que mi dominación –y añadió–: No hay nada como una jerarquía de necesidades.
Por la mañana, mientras tomábamos café, hablamos sobre los utopistas y reformistas del norte del estado de Nueva York durante el siglo XIX y Martin dijo cosas perspicaces e inteligentes. Me dijo que quería ser mi musa para la escritura y me dio varios regalos antes de marcharse: la taza de viaje de su esposa muerta, un picahielos y un libro de cuentos del escritor gótico irlandés Sheridan Le Fanu.
Me gustaría saber, me escribió por email algunos días después, qué clase de relación conmigo encontrarías más emocionante. No debería ser menos que emocionante. Y luego: En un mundo de personas que buscan miserablemente a “el” compañero, dos corazones se disparan ante la perspectiva de encontrar a “un” compañero. Qué alegría, el comenzar una relación de esta forma.
Martin tenía un trabajo que no le interesaba en Binghamton, un lugar donde no quería vivir. Pero amaba su sofá. Era un diván victoriano tapizado de leopardo, que había sido fabricado para una conocida película de terror. Se lo había comprado por e-bay a un director de arte australiano y después había reeditado el DVD de la película, subrayando las escenas que mostraban su sofá. En comparación con las limitaciones de su situación, el entusiasmo de Martin parecía conmovedor. Había tenido un problema con la bebida a los veinte. Como muchos alcohólicos, tenía más sensibilidad e inteligencia de lo que podría haber usado en la vida. Entonces, cuando Martin volvió a escribirme preguntándome si quería “compartir un encuentro” con él y su novia de Toronto, me sentí conmovida.
De vuelta en Thurman, Mark me prestó un pequeño y extraño libro escrito por un profesor del colegio comunitario local, el historiador de arte Sheldon Hurst. El libro, que era en realidad un catálogo de arte, se titulaba: The